Servicio diario - 17 de marzo de 2017


 

Francisco exhorta: ‘Confesionarios siempre abiertos, como el corazón de Dios’
Sergio Mora

Liturgia penitencial en el Vaticano, el Papa da el ejemplo y se confiesa
Redacción

Segunda predicación de cuaresma del capuchino Cantalamessa. El Santo Padre participa
Redacción

El cardenal Parolin a los periodistas: “construyan puentes de diálogo” y “eviten intolerancia y violencia”
Redacción

España: polémica de Podemos, con la Conferencia Episcopal por la misa en televisión
Rafael Navarro-Valls

La fuente interior – III Domingo de Cuaresma
Enrique Díaz Díaz

San Salvador de Horta – 18 de marzo
Isabel Orellana Vilches

Entrevista a Mons. Roche: las vísperas anglicanas en San Pedro son otro paso del ‘caminar juntos’
Sergio Mora


 


 

17/03/2017-19:45
Sergio Mora

Francisco exhorta: ‘Confesionarios siempre abiertos, como el corazón de Dios’

Es indispensable el precioso don de la humildad, para que sea claro que el perdón es un don gratuito y sobrenatural de Dios

(ZENIT – Ciudad del Vaticano) “Confesar es prioridad pastoral. Por favor, que no haya esos carteles ‘Se confiesa sólo los lunes y miércoles a partir de tal hora a tal hora’. Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si te quedas allí rezando, estás con el confesionario abierto, que es el corazón de Dios abierto”.

Esta fue la exhortación del Papa Francisco en la audiencia que concedió este viernes en el Aula Pablo VI del Vaticano a los participantes en el Curso anual sobre el Foro interno, promovido del 14 al 17 de marzo por la Penitenciaría Apostólica, en el Palacio de la Cancillería.

Pero, ¿quién es el “buen confesor”? ¿Cómo se convierte en un buen confesor?”. Y señaló tres aspectos que el buen confesor debe tener:

El buen confesor es “un amigo verdadero de Jesús el Buen Pastor”, por lo tanto debe cultivar la oración, tanto aquella personal como aquella para el ejercicio de la tarea de confesores, y para los fieles que se acercan en busca de la misericordia de Dios. Que esté “envuelto con la oración” será reflejo creíble de la misericordia de Dios, y evitará las dificultades y malentendidos que a veces también se podrían generar en el encuentro sacramental.

Además es indispensable el precioso don de la humildad, para que sea claro que el perdón es un don gratuito y sobrenatural de Dios, indicó el Papa.

El segundo punto es que el buen confesor es “un hombre del Espíritu y del discernimiento”. Esto porque el discernimiento permite “distinguir”, es decir, permite “no poner todo en el mismo saco”. “El discernimiento es también necesario porque, aquellos que se acercan al confesionario, pueden venir de muchas situaciones diferentes; también pueden tener trastornos espirituales, cuya naturaleza debe ser sometida a un cuidadoso discernimiento, teniendo en cuenta todas las circunstancias existenciales, eclesiales, naturales y sobrenaturales.
“El confesor no hace su propia voluntad y no enseña su propia doctrina. Está llamado a hacer siempre y sólo la voluntad de Dios, en plena comunión con la Iglesia, de la que es ministro, es decir servidor”, indicó.

“A veces será necesario re-anunciar las más elementales verdades de la fe, el núcleo incandescente, el kerigma, sin el cual la misma experiencia del amor de Dios y de su misericordia se quedaría como muda; a veces, se tratará de indicar los fundamentos de la vida moral, siempre en relación con la verdad, el bien y la voluntad del Señor”, indicó.

Y el tercer punto es que el confesionario es un verdadero y propio “lugar de evangelización”, porque “no hay evangelización más auténtica que el encuentro con el Dios de la misericordia”.

 

17/03/2017-19:45
Redacción

Liturgia penitencial en el Vaticano, el Papa da el ejemplo y se confiesa

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- El santo padre Francisco permaneció en silencio durante la liturgia penitencial “24 horas por el Señor” que se realizó este viernes por la tarde en la basílica de San Pedro.
Organizada por el Pontificio consejo para la promoción de la nueva evangelización, el evento se repetirá contemporáneamente el próximo 24 y 25 de marzo, vigila del cuarto domingo de cuaresma, sobre el tema: “Quiero misericordia”.
Como en los años anteriores la liturgia vio hoy al papa Francisco quitarse los
paramentos y acercarse como penitente a uno de los 95 confesionarios ubicados en la basílica vaticana y confesarse durante unos cuatro minutos. El Coro pontificio de la Capilla Sixtina acompañó la liturgia con cantos penitenciales y polifónicos.
A continuación fue el Santo Padre a confesar. Siete laicos tuvieron este privilegio: tres hombres, cuatro mujeres. En total unos 50 minutos.
El libreto de la liturgia propuso un examen de conciencia de 25 puntos, desde situaciones de la vida cotidiana, como “¿He trabajado sin necesidad en los días festivos?”, “¿He dado el buen ejemplo a mis hijos?” a temas más delicados, como haber puesto en peligro la vida e integridad del prójimo o haber aconsejado o procurado el aborto. O para los matrimonios: “¿He sido siempre fiel en los afectos y en las acciones?”.

 

17/03/2017-15:50
Redacción

Segunda predicación de cuaresma del capuchino Cantalamessa. El Santo Padre participa

(ZENIT- Ciudad del Vaticano, 17 Mar. 2017).- No conformándose con la semana de ejercicios espirituales que realizó la semana pasada, el Santo Padre Francisco asistió este viernes en el Vaticano, a la segunda predicación de cuaresma del Padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia. El tema general de las predicaciones de este año expuesto en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, fue una preparación a la Pascua es: “Nadie puede decir: ‘¡Jesús es el Señor! Si no en el Espíritu Santo” (1Co 15, 3).
El Predicador indicó que el Espíritu Santo “nos introduce en el misterio de la divinidad de Cristo” y abordó cuatro puntos: “La fe de Nicea”; “Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”; “¿Quién es el que vence al mundo?” y “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven!”.

P. Raniero Cantalamessa

Cuaresma 2017 – Segunda predicación

El Espíritu Santo nos introduce

En el misterio de la divinidad de Cristo

1. La fe de Nicea
Proseguimos nuestra reflexión sobre el papel del Espíritu Santo en el conocimiento de Cristo. A este respecto no se puede callar una confirmación en curso hoy en el mundo. Existe desde hace tiempo un movimiento llamado «Judíos mesiánicos», es decir, judeo-cristianos. (¡«Cristo» y «cristiano» no son más que la traducción griega del hebreo Mesías y mesiánico!). Una estimación por defecto habla de 150.000 adheridos, separados en grupos y asociaciones diferentes entre sí, difundidos sobre todo en los Estados Unidos, Israel y en varias naciones europeas.
Son judíos que creen que Jesús, Yeshua, es el Mesías prometido, el Salvador y el Hijo de Dios, pero en absoluto no quieren renunciar a su identidad y tradición judía. No se adhieren oficialmente a ninguna de las Iglesias cristianas tradicionales porque quieren vincularse y hacer revivir la primitiva Iglesia de los judeo-cristianos, cuya experiencia fue interrumpida bruscamente por conocidos sucesos traumáticos.
La Iglesia católica y las otras Iglesias siempre se han abstenido de promover, e incluso mencionar, este movimiento por razones obvias de diálogo con el judaísmo oficial. Yo mismo nunca he hablado de ello. Pero ahora se está abriendo camino la convicción de que no es justo seguir ignorándolos o, peor aún, dejarlos en el ostracismo por una y otra parte. Hace poco ha salido en Alemania un estudio de varios teólogos sobre el fenómeno1. Si hablo de ello en este lugar es por un motivo concreto, que tiene que ver con el tema de estas meditaciones. En una investigación sobre los factores y las circunstancias que estuvieron en el origen de su fe en Jesús, más del 60% de los interesados respondió: «La acción interior del Espíritu Santo»; en segundo lugar está la lectura de la Biblia y en el tercero, los contactos personales2. Es una confirmación de la vida de que el Espíritu Santo es aquel que da el verdadero e íntimo conocimiento de Cristo.
Reanudamos pues el hilo de nuestras consideraciones históricas. Mientras la fe cristiana permaneció restringida al ámbito bíblico y judío, la proclamación de Jesús como Señor («Creo en un solo Señor Jesucristo»), cumplía todas las exigencias de la fe cristiana y justificaba el culto de Jesús «como Dios». En efecto, Señor, Adonai, era para Israel un título inequívoco; pertenece exclusivamente a Dios. Llamar a Jesús Señor, equivale, por ello, a proclamarlo Dios. Tenemos una prueba cierta del papel desarrollado por el título Kyrios en los primeros días de la Iglesia como expresión del culto divino reservado a Cristo. En su versión aramea Mara-atha (el Señor viene) o Maràna-tha (¡Ven Señor!), san Pablo testimonia el título como fórmula ya en uso en la liturgia (1 Cor 16,22) y es una de las pocas palabras conservadas hasta hoy en la lengua de la primitiva comunidad 3.
Al mártir san Policarpo que era conducido ante el juez romano, el jefe de los guardias le hace entender que es suficiente que diga: «¡César es el Señor!» (Kyrios Kaisar) para ser puesto en libertad. Policarpo4 —lo sabemos por el relato de un testigo ocular enviado a las iglesias de la región— se niega para no traicionar su fe en el único Señor y sube a la hoguera bendiciendo a Cristo. El título de Señor bastaba para afirmar la propia fe de Cristo.
Sin embargo, apenas se asomó el cristianismo sobre el mundo greco romano circundante, el título de Señor, Kyrios, ya no bastaba. El mundo pagano conocía muchos y distintos «señores», primero entre todos, precisamente, el emperador romano. Había que encontrar otro modo para garantizar la plena fe en Cristo y su culto divino. La crisis arriana ofreció la ocasión para ello.
Esto nos introduce en la segunda parte del artículo sobre Jesús, la que fue añadida al símbolo de fe en el concilio de Nicea del 325:
«Nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma sustancia (homoousios) del Padre».
El Obispo de Alejandría, Atanasio, campeón indiscutible de la fe nicena, está muy convencido de que no es él, ni la Iglesia de su tiempo, quien descubre la divinidad de Cristo. Toda su obra consistirá, por el contrario, en mostrar que esta ha sido siempre la fe de la Iglesia; que la verdad no es nueva, que la herejía es contraria. Su convicción, a este respecto, encuentra una confirmación histórica indiscutible en la carta que Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, escribió al emperador Trajano alrededor del año 111 d.C. La única noticia cierta que dice que posee respecto de los cristianos es que «suelen reunirse antes del alba, en un día establecido de la semana, y cantar a Cristo como a Dios» («carmenque Christo quasi Deo dicere»)5.
La fe en la divinidad de Cristo ya existía, pues, y sólo ignorando completamente la historia alguien ha podido afirmar que la divinidad de Cristo es un dogma querido e impuesto por el Emperador Constantino en el concilio de Nicea. La aportación de los padres de Nicea y en particular la de de Atanasio, fue, más nada, la de eliminar los obstáculos que habían impedido hasta entonces un reconocimiento pleno y sin reticencias de la divinidad de Cristo en las discusiones teológicas.
Uno de tales obstáculos era la costumbre griega de definir la esencia divina con el término agennetos, engendrado. ¿Cómo proclamar que el Verbo es Dios verdadero, desde el momento en que es Hijo, es decir, engendrado por el Padre? Para Arrio era fácil establecer la equivalencia: engendrado, igual a hecho, es decir, pasar gennetos a genetos, y concluir con la célebre frase que hizo estallar el caso: «¡Hubo un tiempo en que no existía!» (en ote ouk en). Esto equivalía a hacer de Cristo una criatura, aunque no «como las demás criaturas». Atanasio resuelve la controversia con una observación elemental: «El término agenetos fue inventado por los griegos porque no conocían todavía al Hijo»6 y defendió a capa y espada la expresión «engendrado, pero no hecho», genitus no factus, de Nicea,
Otro obstáculo cultural para el pleno reconocimiento de la divinidad de Cristo, sobre el cual Arrio podía apoyar su tesis, era la doctrina de una divinidad intermedia, el deuteros theos, antepuesto a la creación del mundo. Desde Platón en adelante, la creación se había convertido en un dato común a muchos sistemas religiosos y filosóficos de la antigüedad. La tentación de asimilar el Hijo, «por medio del cual fueron creadas todas las cosas», a esta entidad intermedia había permanecido creciente en la especulación cristiana (apologistas, Orígenes), aunque ajena a la vida interna de la Iglesia. De ello resultaba un esquema tripartito del ser: en la cumbre, el Padre no engendrado; después de él, el Hijo (y más tarde también el Espíritu Santo); en tercer lugar, las criaturas.
La definición del «genitus no factus» y del homoousios, elimina este obstáculo y obra la catarsis cristiana del universo metafísico de los griegos. Con tal definición, se traza una sola línea de demarcación en la escala del ser. Existen dos únicos modos de ser: el del Creador y el de las criaturas, y el Hijo se sitúa en la parte del primero, no de las segundas.
Queriendo encerrar en una frase el significado perenne de la definición de Nicea, podríamos formularla así: en cada época y cultura, Cristo debe ser proclamado «Dios», no en alguna acepción derivada o secundaria, sino en la acepción más fuerte que la palabra «Dios» tiene en dicha cultura.
Es importante saber qué motiva a Atanasio y a los demás teólogos ortodoxos en la batalla, es decir, de dónde les viene una certeza tan absoluta. No de la especulación, sino de la vida; más concretamente, de la reflexión sobre la experiencia que la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu Santo, hace de la salvación en Cristo Jesús.
El argumento soteriológico no nace con la controversia arriana; está presente en todas las grandes controversias cristológicas antiguas, desde la antignóstica hasta la antimonoteleta. En su formulación clásica reza así: «Lo que no es asumido, no es salvado» («Quod non est assumptum non est sanatum»)7. En el uso que hace Atanasio de ella, se puede entender así: «Lo que no es asumido por Dios no es salvado», donde toda la fuerza está en ese breve añadido «por Dios». La salvación exige que el hombre no sea asumido por un intermediario cualquiera, sino por Dios mismo: «Si el Hijo es una criatura —escribe Atanasio— el hombre seguiría siendo mortal, al no estar unido a Dios», y también: «El hombre no estaría divinizado, si el Verbo que se hizo carne no fuera de la misma naturaleza del Padre»8.
Pero hay que hacer una precisión importante. La divinidad de Cristo no es un «postulado» práctico, como para Kant lo es la existencia misma de Dios9. No es un postulado, sino la explicación de un dato de hecho. Sería un postulado —y por tanto una deducción teológica humana—- si se partiera de una cierta idea de salvación y de ella se dedujera la divinidad de Cristo como la única capaz de obrar dicha salvación; por el contrario, es la explicación de un dato si se parte, como hace Atanasio, de una experiencia de salvación y se demuestra que ella no podría existir si Cristo no fuera Dios. En otras palabras, la divinidad de Cristo no se basa en la salvación, sino la salvación en la divinidad de Cristo.

2. «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pero es tiempo de venir a nosotros e intentar ver qué podemos aprender hoy de la épica batalla sostenida en su tiempo por la ortodoxia. La divinidad de Cristo es la piedra angular que sostiene los dos misterios principales de la fe cristiana: la Trinidad y la Encarnación. Ellos son como dos puertas que se abren y se cierran a la vez. Existen edificios o estructuras metálicas hechos de tal modo que si se toca un cierto punto, o se quita una cierta piedra, todo se derrumba. Así es el edificio de la fe cristiana, y su piedra angular es la divinidad de Cristo. Quitado esta, todo se disgrega y antes que nada la Trinidad. Si el Hijo no es Dios, ¿por quién está formada la Trinidad? Ya lo había denunciado con claridad san Atanasio, escribiendo contra los arrianos:
«Si el Verbo no existe junto con el Padre desde toda la eternidad, entonces no existe una Trinidad eterna, sino que fue la unidad y luego, con el paso del tiempo, por adición, comenzó a existir la Trinidad»10.
San Agustín decía: «No es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos, los judíos y los réprobos; todos lo creen. Pero es algo verdaderamente grande creer que Él ha resucitado. La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo»11. Además de sobre la muerte y la resurrección, lo mismo se debe decir de la humanidad y divinidad de Cristo, cuyas respectivas manifestaciones son muerte y resurrección. Todos creen que Jesús sea hombre; lo que diferencia a creyentes y no creyentes es creer que él es Dios. ¡La fe de los cristianos es la divinidad de Cristo!
Debemos plantearnos una pregunta seria. ¿Qué lugar ocupa Jesucristo en nuestra sociedad y en la misma fe de los cristianos? Pienso que se puede hablar, a este respecto, de una presencia-ausencia de Cristo. A un cierto nivel —el del espectáculo y los medios de comunicación social en general— Jesucristo está muy presente. En una serie interminable de relatos, películas y libros, los escritores manipulan la figura de Cristo, a veces bajo el pretexto de nuevos documentos históricos imaginarios sobre él. Se ha convertido en una moda, un género literario. Se especula sobre la amplia resonancia que tiene el nombre de Jesús y sobre lo que él representa para gran parte de la humanidad, para asegurarse una gran publicidad a bajo coste. Yo llamo a todo esto parasitismo literario.
Desde cierto punto de vista podemos decir, pues, que Jesucristo está muy presente en nuestra cultura. Pero si miramos al ámbito de la fe, al cual pertenece en primer lugar, observamos, por el contrario, una inquietante ausencia, cuando no incluso rechazo de su persona. ¿En qué creen, en realidad, los que se definen como «creyentes» en Europa y en otros lugares? La mayoría de las veces creen en la existencia de un Ser supremo, de un Creador; creen que existe un «más allá». Sin embargo, esta es una fe deísta, no todavía una fe cristiana. Diferentes indagaciones sociológicas constatan este dato de hecho también en países y regiones de antigua tradición cristiana. Jesucristo está prácticamente ausente en este tipo de religiosidad.
También el diálogo entre ciencia y fe lleva, sin quererlo, a poner a Cristo entre paréntesis. En efecto, tiene por objeto a Dios, el Creador. La persona histórica de Jesús de Nazaret no tiene en ese diálogo ningún puesto. Pasa lo mismo también en el diálogo con la filosofía a la que le gusta ocuparse de conceptos metafísicos, y no de realidades históricas, por no hablar del diálogo interreligioso en el que se discute de paz, ecologismo, pero ciertamente no de Jesús.
Basta una simple mirada al Nuevo Testamento para entender lo lejos que estamos, en este caso, del significado original de la palabra «fe» en el Nuevo Testamento. Para Pablo, la fe que justifica a los pecadores y confiere el Espíritu Santo (Gál 3,2), en otras palabras, la fe que salva, es la fe en Jesucristo, en su misterio pascual de muerte y resurrección.
Ya durante la vida terrena de Jesús, la palabra fe indica fe en él. Cuando Jesús dice: «Tu fe te ha salvado», al reprochar a los Apóstoles llamándolos «hombres de poca fe», no se refiere a la fe genérica en Dios que se daba por descontada entre los judíos; ¡Habla de fe en Él! Esto desmiente por sí solo la tesis según la cual la fe en Cristo empieza sólo con la Pascua y antes sólo existe el «Jesús de la historia». El Jesús de la historia es ya uno que postula fe en Él y si los discípulos le han seguido es precisamente porque tenían una cierta fe en él, aunque muy imperfecta antes de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
Debemos dejarnos investir en pleno rostro, pues, por la pregunta que Jesús dirigió un día a sus discípulos, después de que estos le han referido las opiniones de la gente en torno a él: «Pero vosotros, ¿quién creéis que soy yo?», y por la aún más personal: «¿Crees tú?» ¿Crees realmente? ¿Crees con todo el corazón? San Pablo dice que «con el corazón se cree para obtener la justicia y con la boca se hace la profesión de fe para tener la salvación» (Rom 10,10). «De las raíces del corazón es de donde sube la fe», exclama san Agustín12.
En el pasado, el segundo momento de este proceso —es decir, la profesión de la recta fe, la ortodoxia —ha tomado a veces tanto relieve que ha dejado en la sombra a ese primer momento que es el más importante y que se desarrolla en las profundidades recónditas del corazón. Casi todos los tratados «Sobre la fe» (De fide) escritos en la antigüedad, se ocupan de las cosas que hay que creer, y no del acto de creer.

3. ¿Quién es el que vence al mundo?
Tenemos que recrear las condiciones para una fe en la divinidad de Cristo sin reservas y sin reticencias. Reproducir el impulso de fe del que nació la fórmula de fe. El cuerpo de la Iglesia ha producido una vez un esfuerzo supremo, con el que se ha elevado, en la fe, por encima de todos los sistemas humanos y de todas las resistencias de la razón. Más adelante, quedó el fruto de este esfuerzo. La marea se elevó una vez a un nivel máximo y dejó su signo sobre la roca. Este signo es la definición de Nicea que proclamamos en el Credo. Sin embargo, es preciso que se repita el levantamiento, no basta con el signo. No basta con repetir el Credo de Nicea; hay que renovar el impulso de fe que se tuvo entonces en la divinidad de Cristo y del que no ha habido otro igual a lo largo de los siglos. De él hay necesidad nuevamente.
Hay necesidad de ello ante todo de cara a una nueva evangelización. San Juan, en su Primera Carta, escribe: «Quién es el que vence al mundo si no quien cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn 5,4-5). Debemos entender bien qué quiere decir «vencer al mundo». No quiere decir conseguir más éxito, dominar la escena política y cultural. Este sería más bien lo contrario: no vencer al mundo, sino mundanizarse. Lamentablemente no han faltado épocas en que se ha caído, sin darse cuenta de ello, en este equívoco. Piénsese en las teorías de las dos espadas o del triple reino del Soberano Pontífice, aunque siempre debemos estar atentos a no juzgar el pasado con los criterios y las certezas del presente. Desde el punto de vista temporal, ocurre más bien lo contrario, y Jesús lo declara anticipadamente a sus discípulos: «Vosotros lloraréis, pero el mundo se alegrará» (Jn 16,20).
Queda excluido, pues, todo triunfalismo. Se trata de una victoria de un tipo muy distinto: de una victoria sobre lo que también el mundo odia y no acepta de sí mismo: la temporalidad, la caducidad, el mal, la muerte. En efecto, esto es lo que significa, en su acepción negativa, la palabra «mundo» (kosmos) en el evangelio. En este sentido Jesús dice: «Tened ánimo: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
¿Cómo ha vencido Jesús al mundo? Ciertamente no apaleando a los enemigos con «diez legiones de ángeles», sino, como dice san Pablo «venciendo a la enemistad» (cf. Ef 2,16), es decir, todo lo que separa al hombre de Dios, el hombre del hombre, a un pueblo de otro pueblo. Para que no hubiera dudas sobre la naturaleza de esta victoria sobre el mundo, ésta es inaugurada con un triunfo muy especial, el de la cruz.
Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Son las palabras más frecuentemente reproducidas en la página del libro que el Pantocrátor tiene abierto entre las manos en los mosaicos antiguos, como en el famoso de la catedral de Cefalù. De él el evangelista afirma: «En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4). Luz y Vida, Phos y Zoè: estas dos palabras tienen en griego la letra central (una omega) en común y a menudo se encuentran cruzadas, escritas una horizontalmente y la otra verticalmente, formando un monograma de Cristo poderoso y muy difundido.
¿Qué desea el hombre con más intensidad si no estas dos cosas: luz y vida? De un gran espíritu moderno, Goethe, se sabe que murió susurrando: «¡Más luz!». Quizás él se refería a la luz natural que quería que entrara en mayor medida en su habitación, pero a la frase siempre se le ha atribuido, justamente, un significado metafórico y espiritual. Un amigo mío que ha vuelto a la fe en Cristo, después de haber atravesado todas las experiencias religiosas posibles e imaginables, ha contado su historia en un libro titulado «Mendigo de luz». El momento crucial fue cuando, en medio de una meditación profunda, sintió que retumbaba en su mente, sin poderlas acallar, las palabras de Cristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»13. En la línea de lo que el apóstol Pablo dijo a los atenienses en el Areópago, nosotros estamos llamados a decir con toda humildad al mundo de hoy: «Lo que buscáis, yendo a tientas, nosotros os lo anunciamos» (cf. Hch 17,23.27).
«Dadme un punto de apoyo —habría exclamado el inventor de la palanca, Arquímedes— y yo levantaré el mundo». Quien cree en la divinidad de Cristo es uno que ha encontrado este punto de apoyo. «Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron en aquella casa, pero no cayó, porque estaba fundada sobre roca» (Mt 7,25).

4. «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!»
Pero no podemos terminar nuestra reflexión sin recoger también el llamamiento que contiene, no sólo de cara a la evangelización, sino también de nuestra vida y testimonio personal. En el drama de Claudel «El padre humillado», ambientado en Roma en la época del beato Pío IX, hay una escena muy sugestiva. Una muchacha judía, bellísima pero ciega, pasea por la tarde en el jardín de una villa romana, con el sobrino del papa Orian enamorado de ella. Jugando son el doble significado de la luz, el físico y el de la fe, en un cierto momento, «en voz baja y con ardor», le dice ella a su amigo cristiano:
«Pero vosotros que veis, ¿qué hacéis vosotros con la luz? [...]
Vosotros que decís que vivís, qué hacéis con la vida?»14
Es una pregunta que no podemos dejar caer en el vacío: ¿qué hacemos, nosotros cristianos, con nuestra fe en Cristo? Más aún, ¿qué hago yo de mi fe en Cristo? Jesús un día dijo a sus discípulos: «Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis» (Lc 10,23; Mt 13,16). Es una de esas afirmaciones con las que Jesús, en varias ocasiones, trata de ayudar a sus discípulos a que descubran por sí solos su verdadera identidad, no pudiendo revelarla de forma directa a causa de su falta de preparación para acogerla.
Nosotros sabemos que las palabras de Jesús son palabras que «no pasarán jamás» (Mt 24, 35), es decir, son palabras vivas, dirigidas a cualquiera que las escucha con fe, en cualquier momento y lugar de la historia. A nosotros, por eso, nos dice aquí y ahora: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!». Si nunca hemos reflexionado seriamente sobre lo afortunados que somos nosotros que creemos en Cristo, quizás es la ocasión para hacerlo.
¿Por qué «dichosos», si los cristianos no tienen ciertamente más motivo que los demás para alegrarse en este mundo e incluso en muchas regiones de la tierra están continuamente expuestos a la muerte, precisamente por su fe en Cristo? La respuesta no la da él mismo: «¡Porque veis!». Porque conocéis el sentido de la vida y de la muerte, porque «vuestro es el reino de los cielos». No en el sentido de «vuestro y de nadie más» (sabemos que el reino de los cielos, en su perspectiva escatológica, se extiende mucho más allá de los confines de la Iglesia); «vuestro» en el sentido de que vosotros sois ya parte de él, disfrutáis de sus primicias. ¡Vosotros me tenéis a mí!
La frase más hermosa que una esposa puede decir al esposo, y viceversa, es: «¡Me has hecho feliz!» Jesús merece que su esposa, la Iglesia, se lo diga desde lo hondo del corazón. Yo se lo digo y os invito a vosotros, venerables Padres, hermanos y hermanas, a hacer lo mismo. Hoy mismo, para que no lo olvidemos.

© De la traducción Pablo Cervera Barranco

 

17 marzo 2017
Redacción

El cardenal Parolin a los periodistas: “construyan puentes de diálogo” y “eviten intolerancia y violencia”

Información auténtica en favor del interés común, transmitiendo un mensaje que sea fiel a la realidad

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- “Transmitir siempre “una información auténtica, sin manipulaciones, promoviendo lo que une más que lo que divide”. Lo pidió a la prensa este jueves el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, en la inauguración de la nueva sede del Consejo Nacional de periodistas italianos.

El purpurado habló del “riesgo de instrumentalización de las noticias por parte de un sistema de poder insidioso”, pero también de un problema conocido: “el sensacionalismo y de la rapidez a toda costa” lo que puede llevar a la difamación y reducir las buenas noticias s “no noticias”.

“Construir puentes de diálogo -exhortó- para no contribuir a ampliar la indiferencia” y rechazando “un lenguaje que expresa violencia e intolerancia” y “favorece el enfrentamiento”. Recordó así que el papa Francisco invitó el 22 de septiembre de 2016 a los periodistas a favorecer la cultura del encuentro.

“Sean ojos y oídos de quien no puede oír. Sean promotores de integración en todos los niveles. Sean servicio a la comunidad”, dijo.

El cardenal secretario de Estado invitó a “redescubrir la verdadera alma del periodismo, la pasión por la información auténtica en favor del interés común, transmitiendo un mensaje que sea fiel a la realidad”.

“Ustedes pueden -aseveró el cardenal italiano- ser instrumentos de esperanza para el mundo. Háganse promotores de la integración a todos los niveles. Estén al servicio de la comunidad, con una tarea y una responsabilidad precisas: hacer crecer y madurar una conciencia colectiva cuando el hombre sufre o es mutilado en su dignidad y ante las contradicciones de la sociedad”.

“Lleven rayos de luz en medio de la oscuridad que algunos quieren sobre sus nefastas obras” Y si bien reconoció que a menudo el trabajo del periodista “es incómodo y riesgoso, en estas ocasiones, no están solos”, y manifestó su solidaridad por los periodistas que tienen que vivir con escolta e recordó a “Tito Brandsma, el periodista asesinado por el nazismo por defender a los judíos”.

 

17 marzo 2017
Rafael Navarro-Valls

España: polémica de Podemos, con la Conferencia Episcopal por la misa en televisión

La Misa de la TVE2 del pasado domingo casi triplicó su audiencia

(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- Las pasiones violentas enrarecen los debates. Conviene aislarlas en una zona de silencio, de modo que no pasen por encima de los principios, creando una atmósfera de intolerancia. Me da la impresión de que el debate acerca de los actos de culto retransmitidos por televisión está entrando peligrosamente por esas veredas. Procuraré no transitarlas.

Uno de los núcleos de la cultura es precisamente el “culto”. Nótese que la palabra cultura proviene, entre otros sentidos, de culto, aquello que el ser humano aprecia y venera. Tal vez por ello, la Observación General nº 21 (n.18), referente al Pacto Internacional de Derechos económicos, sociales y culturales, explícitamente reconoce la religión como un “elemento de la cultura”. La mejor doctrina jurídica –comentándola– concluye que “la marginación de elementos religiosos del espacio público sería una violación del derecho a participar en la vida cultural para un individuo y su grupo “.

Grupos sociales significativos
El tema es importante, porque las “Observaciones Generales” al Pacto internacional son instrumentos utilizados por el Comité Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales con el propósito de prestar asistencia a los 92 Estados – Partes, incluida España.

Esta es la razón –entre otras– de que en nuestro país exista el llamado “derecho de acceso” a la radiotelevisión estatal, también para las confesiones religiosas , que deben entenderse incluidas en el art. 20. 3 de la Constitución , que reconoce a los “grupos sociales y políticos significativos el derecho de acceso a los medios de comunicación social dependientes del Estado “. El hecho de que existan en España 34. 496. 250 de bautizados en la Iglesia católica – que cubrirían el 73% de la población – obviamente permite calificarla de grupo social “significativo”, expresamente mencionada en el artículo 16 de la Constitución y con la que los poderes públicos mantendrán “relaciones de cooperación”. También las minorías religiosas con “notorio arraigo” y acuerdo con el Estado –judíos, islámicos y protestantes – participan – junto con la Iglesia católica – del derecho de acceso a la radiotelevisión pública.

¡Sobre estas bases, la última controversia en materia religiosa que ha estallado en España versa sobre la retransmisión de la Misa los domingos, de la que se benefician aquellos católicos españoles que, no pudiendo acudir a cumplir el precepto dominical por enfermedad, vejez u otro tipo de incapacidad, ven satisfecho su deseo a través de la televisión pública, la de todos.

Controversias religiosas
Una propuesta de Unidos Podemos

Frente a este hecho objetivo, el grupo Unidos Podemos exigió en el Congreso: “Que nuestra televisión pública no privilegie a una parte de la sociedad por sus creencias religiosas o ideología, sino que sea plural, aconfesional y acorde con la Constitución, en particular, una televisión pública sin espacios que privilegien a determinadas confesiones religiosas” . La artillería se centró en la Misa dominical de TVE 2., en base a una rígida y peculiar concepción de la “neutralidad religiosa”. Sin embargo, una visión un poco más amplia de la pluralidad y de la aconfesionalidad remite a la “neutralidad ideológica y religiosa” del Estado, como ha señalado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Con ser un concepto aparentemente sencillo, introduce ciertas complejidades. Y ello, porque la rígida neutralidad debería ejercitarse, si se quiere ser mínimamente no discriminatorio, no sólo a la religión, sino a otros fenómenos sociales y otras cosmovisiones. ¿Debe la televisión pública, la de todos, por coherencia eliminar de su parrilla de programación deportes mayoritarios, como el fútbol? ¿Puede, por mor de la neutralidad, eliminar el fútbol, a favor de otros deportes minoritarios, como el hockey sobre hierba? Conviene no olvidar que la televisión pública también ofrece espacios a otras confesiones religiosas (“Buenas noticias TV”, “Culto evangélico”, “Medina en TVE” o “Shalom”, entre otros) y que una rígida neutralidad barrería el hecho religioso de las ondas, contra lo que es normal en nuestra sociedad: la diversidad. Baste observar las normas sobre derecho de acceso – ampliamente permisivas- en nuestro entorno : Alemania, Portugal, Italia etc.

La neutralidad objetiva y el laicismo neutralizador
Hace unos años, un eminente catedrático norteamericano, Joseph Weiler, lo explicó de modo sencillo a los jueces de Estrasburgo en un caso que atrajo la atención de toda Europa, aunque estaba limitado a una cuestión bien concreta: la presencia de los crucifijos en las aulas de los colegios públicos italianos. Explicó Weiler que tan falta de neutralidad podría resultar, en algunos países, la pared de un aula con crucifijo, como en otros la desaparición del mismo. La decisión final (s. Lautsi v. Italia ) se inclinó por entender que ese signo religioso no atentaba contra las obligaciones contenidas en el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Y lo hizo, evitando confundir la neutralidad del Estado con una de sus interpretaciones más problemáticas y más controvertidas en el ámbito internacional: aquella que suele denominarse “neutralidad excluyente”, porque tiende a extirpar un factor social, el religioso, de la vida pública como pretendiendo que no exista. Si un Estado debe y puede responder a las demandas razonables de sus comunidades religiosas, entonces lo lógico y lo razonable (lo jurídico también) es la permanencia de la retransmisión de la Misa dominical.

Parece que esta retransmisión televisiva religiosa algo de importancia debe tener, cuando en una especie de “plebiscito” informal, la Misa de la TVE2 del pasado domingo casi triplicó su audiencia, tras anunciarse la posibilidad de que el Parlamento español pusiera en marcha el correspondiente procedimiento para su supresión. Ciertamente, cabe esperar que, en cumplimiento del artículo 25 de la Ley 17/2006, de 5 de junio, de la radio y la televisión de titularidad estatal (“La programación del servicio público encomendado a la Corporación RTVE deberá atender especialmente a los colectivos sociales que requieran una atención específica hacia sus necesidades y demandas…”) no se desoigan las solicitudes de aquellos ciudadanos que , por dificultades , no pueden satisfacer por sí mismos las necesidades que corresponden al ejercicio de un derecho fundamental (la libertad religiosa), como así hace el Estado respecto de aquellas personas en situaciones de limitación (lo que en derecho se llama “situaciones de especial sujeción”). Piénsese en los pacientes de hospitales públicos, de centros penitenciarios o militares, respecto de los cuales la Ley Orgánica de Libertad Religiosa establece: “Para la aplicación real y efectiva de estos derechos, los poderes públicos adoptarán las medidas necesarias para facilitar la asistencia religiosa en los establecimientos públicos, militares, hospitalarios, asistenciales, penitenciarios y otros bajo su dependencia”.

Blindando las ofensas
De entrada, conviene recordar que el Estado se comprometió en su momento, a través de un Acuerdo que ha demostrado ser sólido y firme por encima del paso del tiempo : “Salvaguardando los principios de libertad religiosa de expresión, el Estado velará para y que sean respetados en sus medios de comunicación social los sentimientos de los católicos y establecerá los correspondientes acuerdos sobre estas materias con la Conferencia Episcopal Española”.

Por cierto, este “respeto a los sentimientos de los católicos” nos lleva a la cuestión de la libertad de expresión artística y la ofensa a convicciones religiosas. A alguna manifestación de tintes carnavalescos evidentemente molesta para la sensibilidad cristiana , se la ha intentado blindar argumentando la “ausencia de intención de ofender” , aislándola de cualquier tacha social, política o jurídica. Es evidente que no me refiero aquí a la posibilidad de una crítica fundamentada en la que el interés público y la relevancia pública de hechos justificara la crítica, incluso dura, contra la religión, sino a la sátira transgresora que carece de más motivo que llevar las cosas hasta más allá de los límites del respeto y la tolerancia hacia los demás. Sobre todo cuando esa sátira se produce en un entorno financiado con dinero público: resulta difícilmente justificable pagar con dinero de todos los ciudadanos un espectáculo que va claramente dirigido a ofender los legítimos sentimientos de una gran parte de ellos.

A estos efectos conviene recordar el criterio establecido por la justicia europea, a través del Tribunal de Derechos Humanos. En dos ocasiones(casos Wingrove contra el Reino Unido y Otto Preminger Institut contra Austria) no ha dudado en apoyar aquellas acciones estatales dirigidas a evitar el abuso de la libertad de expresión contra los creyentes religiosos. Si sorprende la petición no fundamentada de un grupo político contra la emisión radiotelevisada de la Misa dominical, también sorprende que el fiscal encargado del caso Drag Sethlas, entienda que los disfraces utilizados en la sátira para Jesucristo y su Madre o el desarrollo del número que incluía frases críticas e incluso posturas sensuales y sexuales, no ofenden el sentimiento religioso.

Loa casos analizados muestran que el hecho religioso sigue siendo apasionante porque, al margen del fragor de los titulares de prensa o las declaraciones “de alto voltaje”, quienes tenemos la fortuna de estudiar las relaciones entre Estado, derecho y religión no dejamos de vernos sorprendidos día tras día por nuevas manifestaciones in re religiosa de gran vitalidad que merecen, eso sí, el sereno análisis que nos proporciona el estudio y la reflexión académica. Eso se ha pretendido hacer en estas líneas.

Rafael Navarro-Valls , Catedrático y Presidente de las Academias Jurídicas y Sociales de Iberoamérica

 

17 marzo 2017
Enrique Díaz Díaz

La fuente interior – III Domingo de Cuaresma

Jesús ofrece el don de Dios, no juzga a la persona, mira el interior de la samaritana y ahí le manifiesta todo su amor

Éxodo 17, 3-7: “Tenemos sed: danos agua para beber”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Romanos 5, 1-2. 5-8: “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo”
San Juan 4, 5-42: “Un manantial capaz de dar la vida eterna”

Le llama “río perdido” y corren muchas leyendas sobre su conformación. Lo cierto es que un precioso río que se alimenta de las multicolores aguas de las Lagunas de Montebello, después de serpentear entre las montañas, los pinos y la hermosura de la sierra, de repente se adentra en unas enormes cavernas y desaparece entre las piedras del cauce. La belleza impresionante de las grutas y el cauce seco que absorbe las aguas en su interior dan lugar a las más disparatadas leyendas. El espectador queda admirado y parece imposible que las cristalinas aguas se pierdan en la nada y permanezcan sólo rocas y pedruscos que conforman el caudal, como si la tierra las tragara. ¿Es posible que se pierda el enorme caudal y no quede nada?

De un precioso caudal nos habla el Evangelio de este día y de la importancia de la fuente interior. Nos hace acercarnos a un Jesús que rompe todos los esquemas y a una mujer que se deja seducir por las palabras de un extraño para encontrar la belleza en su propio corazón. Los signos que nos presenta San Juan van más allá de una bella narración y cada objeto se transforma en una enseñanza: el cansancio y la sed de Jesús que se sienta en el brocal del pozo, el cántaro de la samaritana agrietado y reseco como su alma. La sed, el agua, los maridos, el lugar de la adoración… parecerían palabras que bordean y esquivan el verdadero problema y que Jesús con gran delicadeza va encaminando hasta llegar al punto central: el manantial interior. Nada se podrá entender, y nada podrá solucionarse, si en el interior de la persona sólo se encuentra el vacío, la ambición, el ansia de poder. Podrán disfrazarse las intenciones, se buscarán pretextos para la lucha, se recurrirá a las diferencias de los pueblos, pero siempre se tendrá que llegar al corazón de la persona para descubrir si tiene su verdadero manantial o si tiene que estarse surtiendo de exterioridades y apariencias.

Si caminando por las atestadas calles de nuestras ciudades, tratamos de descubrir qué hay detrás de los rostros herméticos de las personas que con prisas, preocupaciones y un desentendimiento de lo que sucede en el exterior, parecen dirigirse a un lugar seguro, no es difícil percibir una sensación de desencanto y frustración. No es sólo la constatación de una crisis económica que no logramos solucionar, no es sólo la violencia que nos desestabiliza y nos hace sentir impotentes, va mucho más allá… crece el miedo social, la actitud defensiva y agresiva, la impotencia y el vacío. Es como si estuviéramos tocando fondo y quisiéramos refugiarnos detrás de una máscara o detrás de nuestras cuatro paredes. Pero aún allí nos llega la nostalgia, la náusea y el aburrimiento. Los suicidios, las drogas, el alcohol, la ambición desordenada, el refugio en los celulares, la pornografía y los desenfrenos, no son sino expresiones de este vacío que se quisiera llenar con cosas exteriores, pero continúa el corazón agrietado y sediento en busca de verdad y de amor. Para muchos sería la condena del hombre moderno y la llegada a su exterminio, pero para Jesús es el momento de la oportunidad, el tiempo favorable cargado de posibilidades. Porque cuando el hombre se ha reconocido necesitado, cuando ha visto que las seguridades exteriores no llenaban su corazón, se puede estar dispuesto a la búsqueda de realidades superiores. Jesús percibe esta sequedad en el corazón de la samaritana y le ofrece “el agua que da vida”. Jesús también percibe las grietas de nuestros ansiosos corazones y nos ofrece “el agua viva” para que no volvamos a tener sed.

“¿Por qué siendo tú judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”, la pregunta de la samaritana esconde su miedo a abrirse al Otro, y se escuda en argumentos religiosos, políticos y sociales, para manifestar su rechazo a quien es diferente. Jesús no cae en la trampa y continúa el diálogo superando las barreras que han impuesto los egoísmos de los hombres y ofrece una nueva forma de vivir, una nueva relación y una aceptación sin importar las diferencias. Samaritanos y judíos se habían enzarzado en discusiones y pleitos, y ponían como pretexto el lugar de adoración de Dios, como si Dios fuera alguien externo y se ocupara más de su propio culto. Jesús rompe esta cadena de violencia y descubre que más allá de los sacrificios externos, Dios habita y reside en el corazón de cada persona. Cada uno se convierte en santuario de Dios y aquella samaritana, mujer, pecadora y despreciada, es también templo de Dios. No se alimentará de veneros externos, sino tendrá en su interior un pozo que le dé el agua de la vida. La coraza que escondía sus heridas y disfrazaba sus complejos de persona aplastada, herida y deprimida, ha desaparecido y ahora no lo tiene que superar ni con agresiones, ni con falsos amores, ni con apariencias hipócritas. Puede abrir su corazón y descubrir que en el fondo encuentra su propio pozo de agua viva: el amor incondicional de Dios que la acepta, la quiere y le proporciona un manantial de vida.

Jesús ofrece el don de Dios, no juzga a la persona, mira el interior de la samaritana y ahí le manifiesta todo su amor. No es la belleza exterior, ni siquiera la bondad de aquella mujer vacía, lo que lo hace amarla. La ternura del Padre que ama a todos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, lo impulsa a manifestar su misericordia, respeto y cariño a quien sólo había recibido migajas. Y al amar Jesús, libera; al ofrecer el don de Dios, salva; y al aceptar su pequeñez, reconoce la dignidad de la persona. Por eso aquella samaritana, levantando la cabeza y caminando con gran seguridad, se dirige a sus hermanos para ofrecer de su propio manantial una esperanza de vida: “Vengan a ver… ¿no será éste el Mesías?”. Supera sus propios miedos, está reconstruida y puede ahora dirigirse con toda seguridad a sus hermanos. Quien tiene un manantial en su interior siempre desborda fecundidad e irradia amor. Ya no quiere a los hombres egoístamente para sí, es capaz de ofrecer una Buena Nueva y dirigir sus sentimientos a un nuevo amor. Ha entendido que la felicidad no se encuentra en la acumulación egoísta de posesiones para sí, sino en la construcción de la felicidad de los demás, y contribuye a que descubran una nueva vida.

Este tercer domingo de Cuaresma, permitamos que Jesús descubra nuestro interior, que mire nuestro corazón agrietado, que restaure nuestras heridas y complejos. Reconozcámonos santuarios de Dios y descubramos nuestro propio manantial.

Señor Jesús, mira nuestra sed infinita de felicidad, de pan y cariño, de liberación total, de fraternidad y justicia, de solidaridad y derechos humanos, y concédenos descubrirte en lo profundo de nuestros deseos, para saciarnos de Ti. Amén.

 

17 marzo 2017
Isabel Orellana Vilches

San Salvador de Horta – 18 de marzo

«Pobreza, humildad y obediencia altamente bendecidas por Dios fueron los signos de este milagroso franciscano que fue incomprendido por sus superiores y trasladado de un lugar a otro en un afán de evitar los prodigios»

(ZENIT – Madrid).- Es absolutamente inútil que la mano del hombre pretenda modificar el giro de los acontecimientos que Dios ha previsto para sus dilectos hijos. A este santo le «persiguieron» las repercusiones de los constantes milagros que obró. Sus superiores intentaron evitarlos de distintas formas, pero no lograron paralizar el incesante flujo de prodigios que se producían por su mediación sencillamente porque Dios no lo permitió. Quiso que brillara en el mundo la multitud de virtudes que le adornaron.

Nació en Santa Coloma de Farnés, Gerona, España, a finales de 1520. Sus padres, que habían gozado de una holgada posición económica, quedaron en la ruina, y hallándose también enfermos se acogieron a la caridad del hospicio de la localidad. En ese lugar vino al mundo Salvador y allí fue educado en la fe. Cuando sus progenitores murieron era un adolescente y se ganó la vida como aprendiz de una zapatería de Barcelona. Así pudo sacar adelante a Blasa, su hermana pequeña. Pero Dios le llamaba y, una vez que ésta se casó, se apresuró a tocar las puertas del convento benedictino de Montserrat. Sin embargo, en él no se colmaron sus aspiraciones. Íntimamente se sentía incitado a vivir la pobreza y la humildad radicales en consonancia con el carisma franciscano. Y para dar cauce a su anhelo, ingresó en el convento barcelonés de Santa María.

Una de sus misiones fue ayudar al hermano cocinero. Pero realizó otras muchas tareas, siempre humildes, esas que vienen formando parte de la vida cotidiana de la mayoría de las personas: encender el fuego, fregar, limpiar, etc. Simplemente que en todas ellas Salvador fue verdaderamente ejemplar; las realizaba en un estado de oración y las sobrenaturalizaba. El silencio, roto únicamente para invocar a Jesús y a María durante su trabajo, era la tónica de su acontecer. Su espíritu de oración, docilidad y el agrado con el que realizaba cualquier labor, ponía de manifiesto su piedad, que no tardó en ser bendecida con signos extraordinarios.

Se cuenta que en el transcurso de unos festejos, en el convento invitaron a grandes personalidades presididas por el canciller del reino. Éste se anticipó a las necesidades que supuso tendría una comunidad como aquella, marcada por el espíritu de pobreza, y proporcionó a los religiosos exquisitas viandas. Ante la imprevista enfermedad del cocinero, Salvador debía avisar del hecho al hermano guardián. Pero un éxtasis de larga duración se lo impidió. Cuando llegó el momento de ofrecer el almuerzo, el guardián constató que no había nada elaborado. Y al conocer el «lapsus» de Salvador, que no le advirtió de la situación, le reconvino públicamente con grandes reproches diciendo que merecía que lo expulsaran del convento. Luego, al penetrar en la cocina, se encontró con todo lo preciso para preparar un delicioso banquete. El santo, llevado por el afán de crecer en humildad y en obediencia, acogió la corrección con mansedumbre, sin defenderse ni explicar la naturaleza de su despiste: nada menos que un rapto de amor divino.

Ya profeso llegó a Tortosa donde fue portero y limosnero. Su día a día estaba hilvanado de austeridades y penitencias. Era tan caritativo que la gente veía en él a un mediador ante Dios y se encomendaban a sus oraciones. Las milagrosas curaciones de enfermos atrajeron a tantas personas que, con objeto de preservar la paz del convento, lo trasladaron a Bellpuig, y luego a Horta en 1559, lugar que hizo célebre. Auténticas multitudes llegaban a buscarle. Él les pedía que se confesasen y comulgasen invocando a María. En una ocasión, después de bendecirlos, todos los enfermos, menos un paralítico, quedaron curados. Como éste se asombró de no haber sido agraciado por el milagro, Salvador le hizo ver que no se había confesado lo cual develaba una falta de confianza. El enfermo se mostró muy arrepentido y dispuesto a reconocer sus culpas. Salvador le indicó que se levantara, y aquél constató que estaba curado.

Los superiores y hermanos de comunidad del santo juzgaron que en estos hechos había elementos diabólicos. En consecuencia, fue apartado de la gente, siendo, además, exorcizado. Se consideraba que era un mal religioso, que atraía a las personas, y con ellas venía el desorden y el trastorno. No concebían que un hermano lego, que debía caracterizarse por su humildad, hiciera «cosas tan extrañas y tan poco conformes». No comprendían cómo toleraba que la gente le llamase «el Santo de Horta». Así se le hizo saber en capítulo. Le dieron el nombre de Ambrosio, y después de recibir la disciplina que le impusieron, lo trasladaron a Reus. Era cierto que la gente a veces le arrancaba el hábito a jirones. Incluso, en una ocasión, estuvo a punto de quedarse casi desnudo. Sea como fuere, él no replicó a las acusaciones.

Las personas que solicitaban su mediación, recibían respuesta de Dios que, a su pesar, seguía obrando milagros por su intercesión. En Reus se sucedieron los mismos hechos milagrosos que le precedían. La afluencia de peregrinos de toda España fue incesante, y se vio obligado a comparecer ante el tribunal de la Inquisición en Barcelona. Resultado: que los jueces terminaron encomendándose a sus oraciones. Lo enviaron a Cagliari, y allí murió el 18 de marzo de 1567, año y medio después de haber llegado. Los milagros siguieron produciéndose ante su sepulcro. Su cuerpo fue hallado incorrupto. Clemente XI confirmó su culto el 29 de enero de 1711. Pío XI lo canonizó el 17 de abril de 1938.

 

17 marzo 2017
Sergio Mora

Entrevista a Mons. Roche: las vísperas anglicanas en San Pedro son otro paso del ‘caminar juntos’

El secretario de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos explica el evento

(ZENIT- Roma).- Un nuevo paso importante en el camino ecuménico se ha registrado este lunes 13 de marzo, en la basílica de San Pedro: la recitación de las vísperas anglicanas.

Ha presidido la oración el arzobispo anglicano David Moxon, director del Centro Anglicano de Roma, mientras que Mons. Artur Roche, secretario de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos realizó la homilía. El coro del Merton College de Oxford acompañó la liturgia.

La ceremonia se realizó dos semanas después de la visita de Francisco, la primera de un Pontífice, a la iglesia anglicana de All Saints, en la que el Santo Padre señaló que el ecumenismo se realiza caminando juntos.

ZENIT conversó con Mons. Artur Roche, subsecretario de la Congregación del Culto Divino, quien precisó que el evento sucede en el aniversario de los 1420 años de la elección del monje Agustín como evangelizador de Inglaterra. Agustín de Canterbury, venerado como santo por los católicos y anglicanos, quien fue enviado junto al rey Bretwalda , Ethelber del Kent, por el papa san Gregorio I, en el 597.

“Estas vísperas se registran pocos días después de la visita del papa Francisco a la Iglesia anglicana All Saints”, dijo el obispo inglés y precisó que “en esta ocasión el Santo Padre ha dicho que la palabra humildad no es solamente una linda virtud sino que distingue a nuestra identidad cristiana, y yo he pensado que esta humildad se tiene que traducir en un servicio mutuo en este momento del camino ecumenico, con generosidad de corazón y una gran fe. Porque Cristo rezó por la unidad”.

Mons. Roche señaló que el Papa en el día de Pentecostés dijo que “los cristianos tienen que salir del refectorio, en misión, para anunciar el Evangelio, sin volver al refectorio para sentir un clima de seguridad, contrariamente se quedan en un refectorio que es un poco oscuro y no tiene la luz fruto de la alegría de predicar el Evangelio”.

“El Papa recuerda a los anglicanos y también a los católicos -señala el número dos del Congregación del Culto Divino- que no debemos anunciarnos a nosotros mismos, sino a Jesucristo”. Precisa así que “el triunfalismo es algo del pasado, no es un puente sino un puesto de bloque. No favorece el caminar juntos, con fe, aunque procedamos de la misma fuente”.

Sobre la diferencia existente en la oración entre las vísperas católicas y anglicanas, Mons. Roche indica que “hay elementos comunes como el canto de los salmos y el Magníficat” si bien “la forma y organización de estos textos es un poco diversa”.

El prelado quiso así subrayar que “sobre todo tenemos que rezar juntos, porque la unidad es un don de Dios, no es un proceso humano. Y esperamos en este momento esta gracia de Dios” y que en estas vísperas “se ha rezado juntos para obtener de Dios el don de la unidad, como un signo de la fraternidad entre los cristianos”.

Interrogado sobre los sacerdotes anglicanos que regresaron al catolicismo, Mons. Roche indicó que “el papa Benedicto creó un ordinariato para los sacerdotes anglicanos que retornaron”. Pero que no hay que olvidarse de los otros, porque “los obstáculos y desafíos en este momento son muchos, como la ordenación de las mujeres y el tema de la homosexualidad”. Así “estas dificultades demuestran que la unidad será un don de Dios”.

Indicó entretanto que es necesario “estar más cerca, porque cuando una persona está lejos de otro grupo humano hay también una distancia en la evaluación de los temas. En cambio cuando estamos más cerca de los otros es posible que vean nuestra fe en Cristo y nuestra fe eclesial, y que la otra persona sepa la verdad, sobre los temas más centrales. Pero tenemos que caminar para ello, tenemos que comunicar con los otros”.

Estas vísperas en el Vaticano no es el primer acto de este tipo que se realiza en conjunto, dijo: el Coro de la Capilla Pontificia Sixtina ya cantó con el de Westminster, incluso el Tu es Petrus en la basílica de San Pedro, “donde nuestra fe es muy evidente porque está edificada sobre la tumba de Pedro de quien es sucesora”.

Y recordó que “muchos años atrás, 30 o 40, era mal visto que un anglicano hiciera una peregrinación a Roma, y también para un católico ir a una peregrinación a Canterbury. Ahora es menos difícil, y esta cercanía en el orden de la caridad y hermandad, es algo que debemos hacer, porque es obedecer a la recomendación del Señor”. Al concluir recordó que “un cardenal hace años atrás dijo que el ecumenismo es un camino del cual no es posible salirse”. Por eso “tenemos que caminar juntos hacia adelante, esperando este don de Dios de que será la unidad”.