Servicio diario - 22 de abril de 2017


El Papa en San Bartolomé: la Iglesia necesita testimonios diarios y también de mártires
Sergio Mora

‘Un país que no tiene hijos y cierra las puertas a los migrantes: eso es un suicidio’, dijo Francisco
Redacción

En el Memorial de los mártires recordaron a los muchos conocidos solo por Dios
Redacción

En un altar de San Bartolomé en la Isla Tiberina, figuran los mártires latinoamericanos
Sergio Mora

Los príncipes de Liechtenstein recibidos por el Santo Padre
Redacción

El Vaticano invita a los budistas a recorrer juntos los caminos de la no violencia
Redacción

Beata María Gabriela Sagheddu – 23 de abril
Isabel Orellana Vilches

Texto completo del papa Francisco en la basílica de San Bartolomé, santuario de los mártires del siglo XX y XXI
Redacción


 

22 abril 2017
Sergio Mora

El Papa en San Bartolomé: la Iglesia necesita testimonios diarios y también de mártires

Se rezó “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”

(ZENIT – Roma, 22 Abr. 2017).- El santo padre Francisco llegó este sábado por la tarde a la Isla Tiberina, en medio del río que cruza la ciudad de Roma, en donde se encuentra la antigua basílica de San Bartolomé. El Papa quiso rendir su homenaje a los mártires del siglo XX y XXI, en este santuario que recuerda la memoria de los cristianos asesinados por odio a la fe.

La entrada del Papa en la explanada fue festiva, en medio del entusiasmo de tantas personas, entre las cuales los jóvenes y niños de las ‘Escuelas de la Paz’. Muchos niños le entregaron cartas y dibujos. Su ingreso en la basílica en cambio fue marcada por la solemnidad, y una vez llegado delante del ícono del altar principal, que recuerda a los nuevos mártires, el Santo Padre rezó algunos instantes en silencio.

El fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi dirigió unas sentidas palabras, agradeciéndole el “haber venido como peregrino al santuario de los nuevos mártires” recordando que hoy es “el aniversario del secuestro” de dos obispos de Aleppo, “quienes rezaron en esta iglesia”. Templo querido por san Juan Pablo II, que “custodia la memoria de los mártires católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos unidos en la sangre derramada por Jesús”.

Le siguieron lecturas intercaladas por tres testimonios. El primero fue Karl, hijo de Paul Schneider, pastor de la Iglesia Reformada, asesinado en 1939 en el campo de Buchenwald porque había denunciado que el nazismo tenía objetivos “irreconciliable con el mensaje de la Biblia”.

Después de otra lectura, Roselyne, hermana del sacerdote francés Jacques Hamel, asesinado el 26 de julio de 2016 por milicianos del Isis recordó la paradoja de quien nunca quiso ser protagonista y que en cambio dio un testimonio a todo el mundo. Señaló que los musulmanes se reunieron para rendirle homenaje y del sentimiento que despertó en Francia.

El tercer testimonio fue de Francisco Hernández Guevara, amigo de William Quijano, un joven de San Egidio en El Salvador, asesinado en septiembre de 2009, empeñado con las Escuelas de la Paz que ofrecía a los jóvenes una alternativa a las pandillas o marras. “Su culpa fue soñar un mundo sin violencia”, y hablar a todos de su sueño. Nunca hablaba de venganza contra las pandillas sino en un cambio de mentalidad a partir de los niños.

El incienso y cantos polifónicos fueron parte de la liturgia, en la que el papa vestido de blanco uso una estola roja de un prelado mártir.

“Hemos venido como peregrinos –dijo el Sucesor de Pedro– en esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado, y asesinados porque eran discípulos de Jesús”.

Cuantas veces se oyó decir que ‘la patria necesita héroes’, dijo el Papa, y precisó entretanto que sobre todo que la iglesia necesita son “mártires, testimonios, santos de todos los días que llevan la vida ordinaria adelante con coherencia, pero también de quienes tienen el coraje de aceptar la gracia de ser testimonios hasta el final, hasta la muerte”. “Ellos son agraciados por Dios”, y “sin ellos la Iglesia no puede ir hacia adelante”.

El Papa quiso recordar “a una mujer, no sé el nombre pero nos mira desde el cielo”. Supo de ella en su viaje a Lesbos cuando el marido con tres niños le dijo: “Soy musulmán, mi esposa era cristiana, vinieron los terroristas nos pidieron la religión y a ella con su crucifijo, le pidieron de tirarlo. Ella no lo hizo y la degollaron delante de mi. Nos queríamos tanto”. Y Francisco concluyó este relato indicando: “Esto es un ícono que traigo como regalo aquí”.

El santo padre indicó además que “recordar a estos testimonios de la fe y rezar en este lugar es un gran don, para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia en Roma, todas las comunidades de esta ciudad y para los peregrinos”.

Podemos rezar así, concluyó el Papa: “Oh Señor, vuélvenos testimonios dignos del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva a tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede rápido paz al mundo entero”.

A continuación el Papa pasó por las seis diversas capillas, iniciando por la de las víctimas del nazismo, pasado por la de América Latina, encendiendo una vela en cada una de ellas, y concluyendo en la de los martirizados por el comunismo.

Se rezó también “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”.

(Leer el texto completo de la homilia)

 

22/04/2017-19:03
Redacción

‘Un país que no tiene hijos y cierra las puertas a los migrantes: eso es un suicidio’, dijo Francisco

(ZENIT – Roma, 22 Abr. 2017).-Al saludar a los fieles que le esperaban afuera de la basílica de San Bartolomé, el papa Francisco les agradeció por “ la presencia y por la oración en esta iglesia de los mártires”.
Y retomó el tema del desafío migratorio:
“Pensemos a la crueldad que golpea a tantas personas, que llegan en barcos y son hospedados por países generosos, como Italia y Grecia. Pero después los tratados no dejan... Si en Italia cada municipio recibiera a dos inmigrantes, habría lugar para todos. Que la generosidad de Lampedusa, Sicilia y Lesbos, puedan contagiar a todos. Somos una civilización que no genera hijos y a pesar de ello cerramos las puertas a los migrantes: eso se llama suicidio”.
Fue al concluir la visita que el sucesor de Pedro realizó en la isla Tiberina, donde rindió homenaje a los mártires de los siglos XX y XXI, en el evento organizado por la Comunidad de San Egidio.
Al final de la celebración, Francisco tuvo un encuentro en una sala contigua a la basílica con un grupo de refugiados que llegó a Italia gracias a los corredores humanitarios, y con mujeres víctimas del tráfico humano, y con menores no acompañados.

 

22/04/2017-19:14
Redacción

En el Memorial de los mártires recordaron a los muchos conocidos solo por Dios

(ZENIT – Roma, 22 Abr. 2017).- Se recordaron los mártires del genocidio armenio, seguidos por los de los años 20 en México; los de la guerra civil española; los asesinados en Albania; los del nacional socialismo, entre los cuales el beato Maximiliano Kolbert; los misioneros en Chile; los mártires asesinados por su servicio a los pobres; los del diálogo como los monjes de Argelia; las víctimas de la mafia; a Mons. Romero, a los que murieron por ébola asistiendo a los enfermos y tantos otros.
Fue durante la liturgia de la palabra que se realizó este sábado en la iglesia de San Bartolomé en Roma, en la Isla Tiberina, donde la Comunidad de San Egidio se ocupa del Memorial de los mártires del siglo XX y XXI, en la ceremonia presidida por el papa Francisco.
Se recordaron también a los secuestrados en Siria, Yemen, Congo, Mali. A los cristianos coptos degollados en Libia, pero también aquellos asesinados por oponerse a la corrupción. Sin olvidar a los catequistas o “a las mujeres asesinadas en el silencio por defender la justicia y la paz cuyos nombre son conocidos solo por Dios”.
A “los católicos, ortodoxos, evangélicos y anglicanos que dieron testimonio de unidad con el martirio”. Y “a los cristianos muertos en la soledad y de los campos de concentración”.
A cada citación, una persona relacionada con el escenario geográfico encendía una vela. Se rezó también “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”.
A continuación el Papa pasó a las salas aledañas y saludó a diversos prófugos de Siria, África y Oriente Medio, y a la salida recordó que para un país no tener crecimiento demográfico y no aceptar inmigrantes es un suicidio.

 

22/04/2017-10:42
Sergio Mora

En un altar de San Bartolomé en la Isla Tiberina, figuran los mártires latinoamericanos

(ZENIT – Roma, 22 Abr. 2017).- En la Iglesia de San Bartolomé, en la isla Tiberina, donde el papa Francisco realiza este sábado una visita, se recuerda a los mártires del siglo XX y XXI, del nazismo, del comunismo, de genocidio armenio, en la Primera guerra mundial, de tantos testigos de la fe. Y entre sus capillas hay una dedicada a los mártires latinoamericanos.
El templo fue construido en el año 1000 en la isla ubicada en el centro de Roma, para contener las reliquias de san Bartolomé apóstol. Confiada por san Juan Pablo II a la Comunidad de San Egidio, en el interior de la basílica están las reliquias de muchos testimonios de nuestro tiempo.
En la capilla de los mártires de América Latina figuran los beatos mártires Micha? Tomaszek y Zbigniew Strza?kowski, dos jóvenes frailes misioneros polacos que fueron asesinados en 1991 en Perú por los terroristas de Sendero Luminoso, “porque predicaban la paz a la gente”. Están las sandalias del padre Tomaszek, símbolo de la itinerancia y de la misión, testimonios del cansancio del camino y también de la alegría del encuentro, un cáliz para la santa Misa, símbolo del servicio sacerdotal y del sacrificio realizado por dos frailes en nombre del Evangelio, y una botella con tierra empapada con su sangre, símbolo de la pertenencia de los dos misioneros en la fe al pueblo y a la tierra peruana por la que dieron su vida. Enterrados en la iglesia de Pariacoto, proclamados beatos el 5 de diciembre de 2015 en Chimbote (Perú).
Otras de las reliquias de mártires de América Latina es el misal de Mons. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo salvadoreño asesinado el 24 de marzo de 1980 cuando celebraba la misa, conocido por su defensa de los derechos humanos. El 23 de mayo de 2015 fue beatificado por el papa Francisco. Fuera de la Iglesia católica, el beato Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Comunión anglicana la cual lo ha incluido en su santoral. Es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la abadía de Westminster, en Londres, y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979, a propuesta del Parlamento británico. Es el primer salvadoreño en ser elevado a los altares y el primer arzobispo mártir de América.
Entre las reliquias está la estola de mons. Angelelli, padre conciliar en el Concilio Vaticano II, obispo de la provincia argentina de La Rioja. Formó parte del grupo de obispos que se enfrentó a la dictadura militar iniciada en la Argentina en 1976, y fue asesinado el 4 agosto de ese año.
También hay una cruz pectoral de Mons. Alejandro Labaka, obispo de Agarico (Ecuador) asesinado el 21 de julio de 1987 en la foresta amazónica por las lanzas de los indígenas huaorani a quienes quería anunciar el Evangelio.
Además se encuentra en esta capilla el pastoral del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, en México, asesinado el 24 de mayo de 1993 por narcotraficantes.

 

22/04/2017-14:16
Redacción

Los príncipes de Liechtenstein recibidos por el Santo Padre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 Abr. 2017).- El santo padre Francisco ha recibido este sábado en audiencia al príncipe reinante Hans Adam II y el Príncipe Heredero Alois del Principado de Liechtenstein.
A continuación han encontrado al cardenal Pietro Parolin, secretario de estado, acompañado por el subsecretario para las Relaciones con los Estados, Mons. Antoine Camilleri.
“Durante las conversaciones -indica un comunicado de la oficina de prensa del Vaticano-se han constatado las buenas relaciones bilaterales entre la Santa Sede y Liechtenstein y se ha reconocido el papel histórico de la Iglesia Católica y la contribución positiva que continúa ofreciendo a la vida del país”.
Posteriormente, concluye el comunicado “se ha expresado aprecio por el compromiso del Principado en el ámbito internacional, en particular en la protección de los derechos humanos”.

 

22/04/2017-15:09
Redacción

El Vaticano invita a los budistas a recorrer juntos los caminos de la no violencia

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 Abr. 2017).- El Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso envió un mensaje a los budistas con motivo de su festividad Vesakh/Hanamatsuri, subrayando la importancia de recorrer los caminos de la no violencia, ante quienes usan la religión para justificar la violencia. El titulo de la carta difundida hoy es “Cristianos y budistas: recorramos juntos los caminos de la no violencia”.
Vesakh es la festividad más importante para los budistas. Es una conmemoración de los acontecimientos principales de la vida de Buda que se celebra en los países de cultura budista en diversas fechas, siguiendo las diferentes tradiciones. Este año los países de Asia Oriental la celebran el 3 de mayo, mientras en la mayoría de los países de tradición budista se celebrará el 10 de mayo.
En el mensaje firmado por el cardenal Jean-Louis Tauran, se indica la urgente necesidad de promover una cultura de paz y no violencia. “En nuestro mundo la religión está en los titulares, aunque a veces de maneras contradictorias. Mientras que muchos creyentes se comprometen a promover la paz, otros utilizan la religión para justificar sus actos de violencia y odio”.
Y mientras “se abre camino a la cooperación religiosa mundial, se asiste también a la politización de la religión; hay conciencia de la pobreza endémica y del hambre en el mundo y, sin embargo, prosigue la deplorable carrera de armamentos. Esta situación exige una llamada a la no violencia, un rechazo de la violencia en todas sus formas”, indica.
Añade que muchas de nuestras sociedades “tienen que hacer frente a las repercusiones de las heridas pasadas y presentes causadas por la violencia y los conflictos. Este fenómeno incluye la violencia doméstica, además de la violencia económica, social, cultural, psicológica, y la violencia contra el medio ambiente, nuestra casa común”.
Por todo eso “la elección de la no violencia como forma de vida se vuelve cada vez más una exigencia de responsabilidad en todos los niveles”.
El mensaje recuerda que estamos llamados a una empresa conjunta: “estudiar las causas de la violencia; enseñar a nuestros respectivos seguidores a luchar contra el mal en sus corazones; librar del mal tanto a las víctimas como a los autores de la violencia; formar los corazones y las mentes de todos, especialmente de los niños, a amar y vivir en paz con todo el mundo y el medio ambiente; enseñar que no hay paz sin justicia, ni verdadera justicia sin perdón”.
Invita también “a los medios de comunicación a evitar y combatir el discurso del odio, y la información sesgada y provocadora; impulsar las reformas educativas para evitar la distorsión y la mala interpretación de la historia y de os textos escriturarios; y orar por la paz en el mundo recorriendo juntos el camino de la no violencia”.

 

22/04/2017-06:40
Isabel Orellana Vilches

Beata María Gabriela Sagheddu – 23 de abril

(ZENIT – Madrid).- Nació en Dorgali, una localidad de la isla italiana de Cerdeña, el 17 de marzo de 1914. Su padre trabajaba en el pastoreo al servicio de otra persona. Fue la quinta de ocho hermanos. Era una joven idealista y activa que no se detenía ante nada cuando estaba convencida de la grandeza de algo. Y aunque en su infancia y adolescencia dio muestras de terquedad, siempre terminaba imponiéndose su bondad. Así reflejaron su carácter quienes la conocieron: «Obedecía refunfuñando, pero era dócil»; «decía que no y, sin embargo, iba inmediatamente». En esta época en la que rondaba los 6 años de vida había perdido a su hermano mayor y a su padre, todo lo cual influía en el hogar. Y puede que, aún siendo tan niña, se reforzaran los rasgos de una personalidad como la suya tendente a la rebeldía y al autoritarismo. Entre sus aficiones destacaba la lectura y el juego de las cartas.
Dio un giro radical a su comportamiento cuando tenía 18 años, tras fallecer una hermana tres años menor. Hay quienes ante una tragedia de esta naturaleza se enfrentan a Dios o pierden su fe. A otros le sirve para reconciliarse con Él. En ninguno de estos dos polos extremos frente al dolor –hay otras respuestas– se hallaba la beata. Su caso, bastante común, era el de quien sigue la vida con una cierta rutina hasta que es golpeado por un hecho dramático. Pero al sufrir esta pérdida se comprometió con la Acción Católica, se hizo catequista y comenzó a acudir a misa recibiendo la comunión diariamente. Consciente de la muralla que suponían sus debilidades para el progreso espiritual, se afanó en corregirlas. En lo que se propuso: estudios, apostolado, oración..., alcanzó altas cotas porque no escatimó esfuerzo, ni sacrificios. Hubo pretendientes que se hubieran casado con ella, pero en dos ocasiones rechazó las propuestas de matrimonio. A los 20 años eligió el cister de Grottaferrata, vía sugerida por su confesor, para entregar su vida a Cristo por completo. Conmovida por la misericordia divina que le había trazado ese camino, exclamaba: «¡qué bueno es el Señor!». La gratitud fue una de las virtudes que la adornaron.
Ingresó en la Trapa en septiembre de 1935. Confiada a la voluntad de Dios, vivía desasida de sí misma, sabiéndose guiada por Él. Condensaba este sentimiento haciendo notar: «ahora actúa Tú». Es lo que brotó de lo más íntimo de su ser cuando le sobrevino la idea de que podría quedar fuera del noviciado. Era servicial, dócil, noble. No le costaba aceptar sus defectos y pedía perdón sin ampararse en justificación alguna. Solía rezar el rosario que llevaba enlazado entre sus dedos en muchos instantes del día. Discreta y abnegada, buscaba el ejercicio de labores ingratas con sumo gozo. A veces le asaltaba un sentimiento de incapacidad, pero la obediencia le ayudaba a progresar en la virtud y a no dejarse llevar por el desánimo. «Estoy en el coro, porque la reverenda madre lo ha querido así. Cantar sé bien poco, mas desafinar, mucho. Por esto habría querido retirarme del oficio, pero la reverenda madre no ha querido, diciendo que poco a poco aprenderé». En un momento dado manifestó: «Ahora he entendido verdaderamente que la gloria de Dios y el ser víctima no consiste en hacer grandes cosas sino en el sacrificio total del propio yo».
Deslumbrada por la elección divina de la que había sido objeto, confesaba por carta a sus allegados: «Él, mi Jesús, habría podido elegir tantas otras almas más amantes, más puras, inocentes, más dignas. Pero no, Él ha querido elegirme a mí, si bien yo soy indigna...». «Podéis imaginar mi alegría... Rezad siempre para que sea fiel a mis obligaciones y a mi regla, haciendo siempre la voluntad de Dios, sin ofenderle nunca y así vivir feliz para toda la vida en su casa». Sabía que la obediencia es llave de libertad: «Es una gran gracia vivir en el monasterio, donde todas las acciones, aún las más viles, cuando son por obediencia, aportan un gran mérito».
Poco a poco fue conquistando el anonadamiento sintetizado en esta sencilla y profunda confesión: «Mi vida no vale nada; puedo ofrecerla tranquilamente». En ese tiempo, el abad padre Couturier impulsaba un movimiento ecuménico, y encomendó a la abadesa María Pía Gullini celebrar ocho días de oración por la unidad de los cristianos. Cuando María Gabriela emitió los votos, los ofreció por la misma intención, al igual que hizo el 25 de enero de 1938, tres meses después de haber profesado, justo en la semana dedicada al octavario. Yendo más lejos, ofreció su propia vida: «Siento que el Señor me lo pide –confió a la madre Gullini– me siento impulsada incluso cuando no quiero pensar en ello». La abadesa no se manifestó en ese momento. Le sugirió que hablase con el capellán. Lo que él dijera sería lo que Dios quería para ella. La respuesta del sacerdote fue afirmativa, y Dios tomó la palabra a la beata. Después de haberse entregado en holocausto, repentinamente se sintió débil y agotada, y se le diagnosticó tuberculosis. El director supo por ella la metamorfosis que se operó en su organismo casi instantáneamente: «desde el día de mi ofrecimiento, no he pasado un sólo día sin sufrir. Soy feliz por poder ofrecer algo por amor de Jesús». María Gabriela solo tenía este sentimiento: «la voluntad de Dios, su gloria».
Hospitalizada, le dijo a la madre abadesa: «El Señor me tiene sobre la cruz y yo no tengo más consolación que la de saber que sufro por cumplir la voluntad divina con espíritu de obediencia». Durante quince meses soportó heroicamente sus padecimientos hasta que el 23 de abril de 1939 falleció en Grottaferrata. Tenía 25 años, y había permanecido en la vida monástica tres años y medio. Su oblación llegó a oídos de una comunidad anglicana que manifestó: «Una caridad como la suya destruye todos los perjuicios que muchos anglicanos tienen contra Roma. Si todos sintiesen su caridad, el muro de la separación dejaría de existir». Juan Pablo II la beatificó el 25 de enero de 1983, último día del octavario de oración por la unidad de los cristianos.

 

22/04/2017-16:00
Redacción

Texto completo del papa Francisco en la basílica de San Bartolomé, santuario de los mártires del siglo XX y XXI

(ZENIT – Roma, 22 Abr. 2017).- En la basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, el papa Francisco presidió esta tarde una liturgia de la palabra en memoria de los nuevos mártires del siglo XX y XXI, con la Comunidad de San Egidio.
A continuación la homilía que pronunció el Santo Padre
Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado y asesinados también hoy porque eran discípulos de Jesús.
El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la conciencia de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que como nos recordó el Libro del Apocalipsis, “vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidos, volviéndolos cándidos en la sangre del cordero”.
Ellos tuvieron la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y existen también tantos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas.
Si miramos bien, la causa de toda persecución es el odio del príncipe de este mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección.
En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Cfr. Jn 15,12-19) Jesús usa una palabra fuerte y escandalosa: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, a quien gustaba mucho hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar las cosas por su nombre. Y nos dice: “No se asusten. El mundo los odiará; pero sepan que antes de ustedes, me ha odiado a mí”.
“Jesús nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. Y el origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución, que desde los tiempos de Jesús y de la Iglesia naciente continúa hasta nuestros días. Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución! ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo”.
Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución. ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo. Cuántas veces en momentos difíciles de la historia se ha escuchado decir: ‘Hoy la patria necesita héroes’. El mártir puede ser pensado como un héroe, pero la cosa fundamental del mártir es que fue un ‘agraciado’: es la gracia de Dios, no el coraje lo que nos hace mártires.
Hoy del mismo modo se puede interrogar: ‘¿Qué cosa necesita hoy la Iglesia?’. Mártires, testimonios, es decir, Santos, aquellos de la vida ordinaria, porque son los Santos los que llevan adelante a la Iglesia. ¡Los Santos!, sin ellos la Iglesia no puede ir adelante. La Iglesia necesita de los Santos de todos los días llevada adelante con coherencia; pero también de aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte.
Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia; aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.
Yo quisiera, hoy, añadir un ícono más, en esta iglesia. Una mujer, no se su nombre pero ella nos mira desde el cielo. Estaba en Lesbos, saludaba a los refugiados y encontré un hombre de 30 años con tres niños que me ha dicho: “Padre yo soy musulmán, pero mi esposa era cristiana. A nuestro país han venido los terroristas, nos han visto y nos han preguntado cuál era la religión que practicábamos. Han visto el crucifijo, y nos han pedido tirarlo al piso. Mi mujer no lo hizo y la han degollado delante de mí. Nos amábamos mucho.
Este es el ícono que hoy les traigo como regalo aquí. No sé si este hombre está todavía en Lesbos o ha logrado ir a otra parte. No sé si ha sido capaz de huir de ese campo de concentración porque los campos de refugiados, muchos de ellos son campos de concentración, debido a la cantidad de gente que es abandonada allí.
Y los pueblos generosos que los acogen, que tienen que llevar adelante este peso, porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos. Y este hombre no tenía rencor. Él era musulmán y tenía esta cruz de dolor llevada sin rencor. Se refugiaba en el amor hacia su mujer, agraciada con el martirio.
Recordar estos testimonios de la fe y orar en este lugar es un gran don. Es un don para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las comunidades cristianas de esta ciudad, y para tantos peregrinos. La herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad.
Ellos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz. Y entonces podemos orar así: «Oh Señor, haznos dignos testimonios del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al mundo entero. A ti Señor la Gloria y a nosotros la vergüenza.