Tribunas

Tiempos de Dios e impacientes

Daniel Tirapu


 

Estamos en una sociedad malsana; demasiado acelerada. Los periódicos llegan tarde a la noticia, tratan de reinventarse. Ya, Ya…eficacia; la Iglesia está contagiada. Planes que se quedan obsoletos al mes de hacerlo; demasiadas prospecciones y pronósticos. Del Papa algunos se quejan porque no les parece firme con Venezuela (a saber, la diplomacia vaticana tan hábil y prudente); los comunistas se agarran a que un buen comunista es un cristiano anónimo; pero no rezan el rosario este mes en familia, ni se confiesan, ni se paran ante al Sagrario buscando respuestas.

La primera tentación de Cristo, cuenta el buen Papa Ratzinger: tienes hambre, convierte las piedras en pan; eficacia, eficacia, hazte un milagrito. Dadles de comer; tenemos inteligencia, voluntad, libertad; cooperadores de la Creación para guardarla y protegerla. Bájate de la cruz, ya, y creeremos; no es verdad, no creeréis. A Dios se llega por la humildad, no por eficacia, ni organigramas. Paciencia, trabajo, orar, al paso de Dios.

No siempre podemos estar seguros de que pedimos a Dios cosas buenas. En ocasiones, creyendo pedir panes, pedimos piedras.

Sin embargo, algunas veces sabemos, a ciencia cierta, que pedimos pan. ¿Cómo no va a ser bueno que un pecador se convierta, que una persona equivocada rectifique, que seamos purificados de nuestras culpas, o que nos unamos a Él cada día más? Deberíamos estar seguros, en esos casos, de ver cumplida nuestra oración, según lo escrito: Vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden.

La experiencia nos dice que no siempre es así. Pedimos la conversión de un pecador, y el pecador no se convierte. Suplicamos una mayor unión con Dios, y nos sentimos más lejos cada día… ¿Por qué?

Por nuestra impaciencia. Dios ha prometido darnos el pan que le pedimos, pero no ha prometido ponerlo en nuestras manos antes de concluir el primer padrenuestro.

Dios se hace esperar. Especialmente, en aquellos casos en que entra en juego la libertad humana, con la que Dios no gusta de tomarse atajos. Es preciso, entonces, perseverar en la oración, aunque nos lleve años. Y hacerlo con la firme esperanza de que se nos concederá lo que imploramos.

 

Daniel Tirapu.