Tribunas

El islam no es uno, pero es exclusivista y ha de serlo más

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

 

Considerar el islam como un sistema religioso unitario no responde a la realidad. Poco después de la muerte de Mahoma, se produjeron los cismas que dividieron el islam en las múltiples sectas y escuelas modernas: sunitas, chiitas, jariyíes, ismaelitas, sufíes zaydíes, alawitas, wahhabíes, drusos, etc., que, a su vez, fueron subdividiéndose y originando nuevos grupos. Todos tienen una sola fe, creer que no hay más dios que Dios y que Mahoma es su enviado, y un mismo libro sagrado, el Corán. Sin embargo, disienten acerca de cómo esta fe se lleva a la práctica, es decir, están en desacuerdo acerca de en qué consiste ser musulmán.

El islamólogo francés H. Laoust señaló en 1965 en su obra Les schismes en Islam esta diversidad que hoy continúa. La constante histórica que une a estos grupos es que frecuentemente combatieron (y siguen combatiendo) entre sí y se condenaron (y siguen condenándose) mutuamente con un sentido exclusivista que considera siempre que el otro (las demás sectas) no representan el verdadero islam. Cada una de ellas siempre se erige como la representante por excelencia de la verdad revelada, rasgo que se niega a las demás. La crisis que produjo la irrupción de la Modernidad en el mundo islámico, y que le ha planteado el desafío de dar una respuesta válida a la supremacía cultural, económica y militar de Occidente, ha hecho estas grietas más profundas y ha acentuado ese prisma exclusivista bajo el que cualquier otra forma de identidad no es islam.

Por encima de las dos divisiones mayoritarias (sunitas y chiitas), se perfilaron dos modos de entender el islam, que llegan hasta nuestros días, y en los que se encuentran perfiles pertenecientes a ambas ramas. Hay un islam moderado, heredero de la tradición (el islam de Al-Azhar), pero también moderno e influido por el pensamiento occidental (el de los musulmanes europeos y tunecinos) y en el que también cabe una línea pietista y más espiritual (la de los sufíes, también muy extendidos en Europa). Frente a este, se mantiene un islam fuertemente identitario, anti-occidental, más exclusivista y violento, cuyo rasgo principal es implantar una sociedad islámica regida por la herencia jurídica medieval (la sharia) que sigue considerando válida hoy en día. Es sabido que, allí donde consigue imponerse, extermina cualquier otra alternativa islámica y que grupos como Al-Qaeda, Boko Haram, el Isis o los Hermanos Musulmanes se identifican con él.

Esta diversidad explica los gritos de «¡Eso no es islam!» que se elevan dentro del propio islam cada vez que el yihadismo golpea. Explica también el alcance de las declaraciones de Harun Khan, secretario general del Consejo Musulmán Británico, cuando hablaba del disgusto y del asco que sentían los musulmanes de todo el mundo tras los últimos atentados de Londres y de que el que hubieran ocurrido durante el Ramadán mostraba que esas personas no respetan «ni nuestra vida ni nuestra fe». A muchos también nos gustaría gritar que «¡Eso no es islam!». Pero, por ahora, mientras el islam no reinterprete su Libro, su tradición y su Ley fuera de su contexto medieval, sumergidos en el duelo, honestamente, sólo podemos decir que «Eso no es humano, pero sí islámico». La interpretación medievalista de la sharia la comparten el islam moderado y el radical. La diferencia estriba en que el primero no la impone violentamente. Las voces que reclaman esta reforma proceden de los intelectuales, pero no de los hombres de religión, que condenan, pero no reforman. El francés Mohammed Arkoun, fallecido en 2010, gritaba con fuerza que la sharia era una construcción humana y no divina. Consideraba a los islamistas «guardianes de las creencias», de un sistema humano desarrollado para poner en práctica la fe, pero no los consideraba «guardianes de la fe». A estos últimos, para que cese la hemorragia humana, les corresponde emprender sin demora una reforma que excluya del islam a los que no son humanos para que por fin dejen de ser islámicos, aunque la diversidad quede cercenada.