¡Feliz Navidad!
viernes 22 diciembre, 2017
Es tiempo de Navidad, es tiempo de alegría, es
tiempo de celebración: ¡nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor! (Lc 2,1-14). En medio de la noche nació Cristo, la luz del
mundo, la gracia de Dios para todos los hombres. Que haya sitio para
Él en nuestro corazón.
¡Feliz
Navidad!
Domingo 24 de diciembre de 2017
Solemnidad de la Natividad del Señor
Capilla Papal
Basílica Vaticana, 21.30 horas
El Santo Padre Francisco celebrará la Misa del Gallo en la
solemnidad de la Natividad del Señor.
La celebración eucarística estará precedida por el canto de
Kalenda.
* * *
Lunes 25 de diciembre de 2017
Solemnidad de la Natividad del Señor
Balcón central de la Basílica Vaticana, 12.00 horas
El Santo Padre Francisco dirigirá su mensaje de Navidad al
mundo e impartirá la bendición “Urbi et Orbi”.
* * *
Domingo 31 de diciembre de 2017
Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Basílica Vaticana, 17.00 horas
El Santo Padre Francisco
celebrará las primeras vísperas de la solemnidad de María
Santísima Madre de Dios, a las que seguirá la exposición del
Santísimo Sacramento, el canto tradicional del himno “Te Deum”
en el final del año calendario, y la bendición eucarística.
* * *
Lunes 1 de enero de 2018
Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Capilla Papal
Basílica Vaticana, 10.00 horas
El Santo Padre Francisco
celebrará la misa en la solemnidad de María Santísima, Madre de
Dios, en la octava de Navidad, cuando se celebra la LI Jornada
Mundial de la Paz sobre el tema: “Emigrantes y refugiados:
hombres y mujeres en busca de paz.”
* * *
Sábado 6 de enero de 2018
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Capilla Papal
Basílica Vaticana, 10.00 horas
El Santo Padre Francisco celebrará la santa misa en la
solemnidad de la Epifanía del Señor.
En
el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra el
misterio de la manifestación del Señor: su humilde nacimiento en
Belén, anunciado a los pastores, primicia de Israel que
acoge al Salvador; la manifestación a los Magos,
«venidos de Oriente» (Mt
2, 1), primicia de los
gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo
Mesías; la teofanía en el río Jordán, donde Jesús
fue proclamado por el Padre «hijo predilecto» (Mt
3, 17) y comienza
públicamente su ministerio mesiánico; el signo realizado en Caná,
con el que Jesús «manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en
él» (Jn
2, 11).
Durante el tiempo navideño, además de estas celebraciones, que
muestran su sentido esencial, tienen lugar otras que están
íntimamente relacionadas con el misterio de la manifestación del
Señor: el martirio de los Santos Inocentes (28
de diciembre), cuya sangre fue derramada a causa del odio a
Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes; la
memoria del Nombre de Jesús, el 3 de enero;
la
fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro de
la Octava), en la que se celebra el santo núcleo familiar en el que
«Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los
hombres» (Lc
2, 52); la solemnidad del 1
de enero, memoria importante de la maternidad
divina, virginal y salvífica de María; y, aunque fuera ya
de los límites del tiempo navideño, la fiesta de la
Presentación del Señor (2 de febrero),
celebración del encuentro del Mesías con su pueblo, representado en
Simeón y Ana, y ocasión de la profecía mesiánica de Simeón.
Del
Directorio sobre la Piedad popular y la
Liturgia (nn.
106-107)
Comentario de las lecturas del Tiempo de Navidad
> 25 de diciembre, Natividad del Señor, Misa de
medianoche
En medio de
la noche nació Cristo, la luz del mundo, la gracia de Dios para
todos los hombres. Y esta primera venida en la humildad del pesebre
es una llamada a vivir sobria, honrada y religiosamente, aguardando
la dicha que esperamos: su segunda venida, «la aparición gloriosa
del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (2 lect.). El Hijo de
Dios, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la naturaleza
divina de modo admirable (oración sobre las ofrendas). Hoy nos ha
nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Que haya sitio para Él en
nuestro corazón. Viviendo santamente, podremos llegar un día a la
perfecta comunión con Cristo en la gloria (oración después de la
comunión).
> 25 de diciembre, Natividad del Señor, Misa del día
El Verbo, el
Hijo de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (Ev.). Es el
niño que ha nacido, compartiendo nuestra condición humana, para que
podamos compartir su condición divina (cf. 1.ª orac). Es la victoria
de nuestro Dios contra el pecado y la muerte (cf. 1 lect. y salmo).
Dios no ha hablado por medio de su Hijo (2 lect.). A partir de ahora
será esa Palabra de Dios la que tendremos que recibir y escuchar
llenos de fe y así podremos ser en verdad hijos de Dios. En la
eucaristía el Salvador sigue comunicándonos su vida divina y
abriéndonos el camino para participar un día de su inmortalidad
(oración después de la comunión).
> 31 de diciembre, Sagrada Familia
La familia,
basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es núcleo
fundamental de la sociedad y de la Iglesia. Por eso, el Hijo de Dios
quiso nacer y crecer en el seno de una familia con María y José (cf.
Ev.). Una familia que se distinguía por su fe y su amor a Dios y por
sus virtudes domésticas, que nosotros queremos imitar para gozar un
día de los premios eternos en el hogar del cielo (1.ª orac). Así, la
familia cristiana debe estar basada en el amor y el respeto mutuo
entre los esposos y de ambos hacia los hijos, que deben honrar a sus
padres. «Iglesia doméstica», donde se transmite y vive la fe.
> 1 de enero, Santa María, Madre de Dios
Para afirmar
que la Virgen María es Madre de Dios, partimos de la fe de que el
que nació de ella es el Hijo, enviado por el Padre para que
recibiéramos el ser hijos por adopción (cf. 2 lect.). Jesucristo es
Dios y Hombre verdadero. En su persona están unidas la naturaleza
divina y la naturaleza humana. Por otra parte, el Ev. nos presenta
la circuncisión del Niño Jesús, a los ocho días de nacer. Un rito
por el que los niños varones entraban a formar parte del pueblo de
Israel y en el que Cristo derramó su primera sangre por nuestra
salvación. La 1 lect. nos presenta la fórmula de bendición a los
israelitas, muy adecuada para el comienzo del año.
> 6 de enero, Epifanía del Señor
En este día
celebramos la manifestación de Jesucristo como Salvador de todo el
mundo y no solo del pueblo judío. Esto ya fue profetizado en el
Antiguo Testamento: «Se postrarán ante ti todos los reyes de la
tierra» (cf. 1 lect. y salmo responsorial). Y se cumplió con la
venida de los Magos de Oriente, que adoraron al niño en brazos de
María, su madre. Así, «ahora se ha revelado que también los gentiles
son coherederos» (2 lect.). Cristo es luz de las gentes y, a través
de la Iglesia, sigue iluminando a todos los hombres con su claridad,
mediante el don de la fe que debemos seguir extendiendo,
evangelizando por todo el mundo.
> 7 de enero, Bautismo del Señor
Con esta
fiesta termina el ciclo litúrgico de Navidad-Epifanía. Hoy, en su
bautismo, Jesús es revelado por el Padre como el «Hijo amado, mi
preferido» (Ev.). Y es ungido por el Espíritu Santo, manifestado en
forma de paloma, para ser reconocido como Mesías, enviado a anunciar
la salvación a los pobres (cf. Pf.). Y así, pasado el tiempo del
bautismo de Juan, nosotros hemos sido bautizados por Cristo con el
Espíritu Santo por el que somos hijos de Dios. Pidamos al Padre que
«escuchemos con fe la palabra de su Hijo para que podamos llamarnos,
y ser en verdad, hijos suyos» (oración después de la comunión).
- Adviento: Tiempo de esperanza
(Del 3 al 24 de diciembre)
Tiempo de preparación y espera para la Navidad. Es el comienzo de
un nuevo Año Litúrgico.
- Natividad del Señor
(25 de diciembre)
Nace Jesús, el Salvador, para anunciar la Buena Nueva.
- San Esteban, protomártir
(26 de diciembre)
Se le llama protomártir porque fue el primer mártir de toda la
Iglesia católica.
- Santos Inocentes
(28 de diciembre)
El martirio de los Santos Inocentes, cuya
sangre fue derramada a causa del odio a Jesús y del rechazo de su
reino por parte de Herodes.
-
Fiesta de la Sagrada Familia
(Domingo dentro de la Octava, este año 31 de diciembre)
Se celebra el santo núcleo familiar en el que «Jesús crecía en
sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres».
- Santa María, Madre de Dios
(1 de enero)
Memoria de la
maternidad divina, virginal y salvífica de María.
- Santísimo nombre de Jesús
(3 de enero)
Ocho días después de su nacimiento, el hijo de María recibió el
nombre de Jesús, que significa Salvador.
- La Epifanía
(6 de enero)
La manifestación a los Magos,«venidos de
Oriente» (Mt
2, 1), primicia de los
gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo
Mesías.
- Fiesta del Bautismo del Señor
(7 de enero)
Es bautizado por Juan en el Jordán. Se inicia su ministerio
público.
«Y sucedió que, mientras estaban
allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre,
porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,6s).
Comencemos nuestro comentario por
las últimas palabras de esta frase: no había sitio para ellos en la
posada. La reflexión creyente sobre estas palabras ha encontrado en
esta indicación un paralelismo interior con las palabras, llenas de
profundidad, del prólogo de Juan: «Vino a su casa, y los suyos no
lo recibieron» ( Jn 1,11). Para el Salvador del mundo, para aquel en
vista del cual todo fue creado (cf. Col 1,16), no hay lugar. «Las
zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). El que fue
crucificado fuera de la ciudad (cf. Heb 13,12) vino al mundo también
fuera de la ciudad.
Esto quiere hacernos reflexionar,
quiere señalarnos la inversión de los valores que reside en la
figura de Jesucristo, en su mensaje.
Desde el nacimiento, él no pertenece
al ámbito de lo que es importante y poderoso en el mundo. Y, sin
embargo, justamente este que carece de importancia y de poder
demuestra ser el verdaderamente poderoso, aquel de quien, en última
instancia, depende todo. Así, hacerse cristiano implica salir de lo
que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, a fin de
encontrar el acceso hacia la luz de la verdad de nuestro ser y de
llegar con ella al recto camino.
María envolvió al niño en pañales.
Sin sentimentalismo alguno podemos imaginarnos con cuánto amor
esperó María su hora y preparó el nacimiento de su hijo. La
tradición de los iconos interpretó también teológicamente el pesebre
y los pañales partiendo de la teología de los Padres. El niño,
rígido en su envoltura de pañales, aparece como una referencia
anticipada a la hora de su muerte: desde el comienzo, él es el
Ofrendado, como veremos todavía con más detalle al reflexionar sobre
la frase acerca del primogénito. De ese modo, se daba al pesebre la
forma de una especie de altar.
Agustín interpretó el significado
del pesebre con un pensamiento que parece primero casi
inconveniente, pero que, considerado más atentamente, contiene una
profunda verdad. El pesebre es el lugar en que los animales
encuentran su alimento. Ahora bien, en el pesebre yace aquel que se
ha designado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como
el verdadero alimento que necesita el hombre para su existencia
humana. Es el alimento que regala al hombre la vida verdadera, la
vida eterna. El pesebre se convierte así en referencia a la mesa de
Dios a la que está invitado el hombre para recibir el pan de Dios.
En la pobreza del nacimiento de Jesús se perfila el gran marco en el
que se realiza misteriosamente la salvación del hombre.
Como hemos dicho, el pesebre hace
referencia a animales, para los cuales es el lugar en que se
alimentan. En el Evangelio no se habla de animales. Pero la
meditación creyente, en su lectura conjunta del Antiguo y del Nuevo
Testamento, llenó ya muy temprano este vacío remitiendo a Is 1,3:
«El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel
no me conoce, mi pueblo no comprende».
Peter Stuhlmacher hace referencia a
que, probablemente, ha ejercido su influjo aquí también la versión
griega de Hab 3,2: «En medio de dos seres vivientes se te conocerá.
[…]. Cuando haya llegado el tiempo, te manifestarás» 5. Al parecer,
con los dos seres vivientes se están designando los dos querubines
que, según Éx 25,18-20, señalan y ocultan, sobre la tapa del arca de
la alianza, la misteriosa presencia de Dios. Así, el pesebre se
convertiría de alguna manera en arca de la alianza en la cual Dios
está misteriosamente cobijado entre los hombres y frente a la cual
ha llegado para «el buey y el asno», para la humanidad formada por
judíos y paganos, la hora del conocimiento de Dios.
En la curiosa asociación de Is 1,3,
Hab 3,2, Éx 25,18-20 y el pesebre aparecen ahora los dos animales
como representación de la humanidad carente de entendimiento que,
frente al niño, frente a la humilde aparición de Dios en el establo,
alcanza el conocimiento y, en la pobreza de ese nacimiento, recibe
la epifanía que ahora enseña a todos a ver. La iconografía cristiana
recogió ya tempranamente este motivo. Ninguna representación del
pesebre renunciará al buey y al asno.
5 Stuhlmacher, Die Geburt des
Immanuel, 52.
“Jesús de Nazaret”, de Jospeh
RATZINGER (BAC)
Preludio. Los relatos de infancia (El nacimiento de Jesús)
Aunque el tiempo litúrgico de
Navidad es el más corto de año, quizá sea el que mayores resonancias
produce en nuestra sociedad. Durante esos días no faltan por todos
los rincones de nuestros pueblos y ciudades: reuniones familiares,
felicitaciones, nacimientos, cantos populares, encuentros sociales,
cenas y comidas «de empresa», cestas de Navidad, regalos, fiestas de
fin de año, luces y adornos… Al mismo tiempo, sin ánimo de caer en
tópicos continuamente repetidos y pesimismos superficiales, hemos de
conceder validez a la constatación de que nuestro mundo, cada vez
más materialista, absorbe y desvirtúa no sólo el tiempo navideño
sino que aniquila también el Adviento en una anticipación de la
Navidad cada vez más exagerada.
De una u otra manera, lo que parece
bien claro es que la Navidad no deja a nadie indiferente; ella
suscita, con un poder sorprendente, un sinfín de sentimientos,
recuerdos, presencias o ausencias, estados de ánimo… de los que
nadie nos podemos sustraer.
Frente a todas estas manifestaciones
de una «piedad popular laica», la Iglesia afirma una y otra
vez lo central en este tiempo litúrgico; en efecto, las sucesivas
fiestas van detallando los distintos aspectos del Misterio tremendo
y fascinante de la presencia del Hijo de Dios en la debilidad del
Niño de Belén.
La Navidad
La Navidad constituye el segundo
gran polo de atracción del año litúrgico, después de la Pascua de
Resurrección; ambas «Pascuas» conmemoran los dos «pasos»
fundamentales del Señor sobre los que se asienta su acción
redentora. Ésta es la lógica interna que nos describe la formación
del año litúrgico: el nacimiento de Cristo se presenta como el «principio
de nuestra salvación» (Misa vespertina de la vigilia de
Navidad) y se contempla desde la cumbre de su vida y misión que se
cumplió en la muerte y resurrección. Los artistas clásicos han
expresado estas ideas cuando representaban al Niño Jesús en su cuna
y con los ojos fijos y serenos contemplando la cruz o los signos de
la pasión.
Centrándonos en la celebración
navideña, llama la atención la distribución de tres Misas en el
mismo día litúrgico. El origen de estas celebraciones hay que
buscarlo en la liturgia papal: la Misa del día era
celebrada por el Papa en la basílica de San Pedro en la colina
Vaticana; sin embargo, muy pronto se añadió la celebración de la
noche en santa María Mayor por el deseo de venerar
la reliquia del pesebre allí conservada; finalmente, la Misa
de la Aurora tiene su origen en el gesto de cortesía del
Papa para con cristianos orientales residentes en Roma celebrando
con ellos en santa Anastasia.
El contenido de estas celebraciones
es, como no puede ser de otro modo, el anuncio gozo y la
contemplación del «misterio de la Palabra hecha carne»
(prefacio I). La eucología en su conjunto y la Palabra de Dios de
este día, ofrecen progresivamente las muy variadas facetas del
nacimiento de Cristo. Veamos algunos ejemplos. La llegada del Señor
al mundo es, en primer lugar, un don de Dios a la humanidad,
consecuencia de su infinito amor por ella: «alegrémonos todos en
el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo» (Misa
de medianoche). La Navidad se presenta también como el misterio
luminoso por excelencia; todo se llena de la luz de Cristo y los
pueblos ya no caminan en tinieblas sino que pueden contemplar la
gloria de Dios: «oh Dios que has iluminado esta noche con
el nacimiento de Cristo, la luz verdadera»
(Misa de medianoche). Así mismo, implica la restauración del orden
diseñado por el Creador pues comienzan las normales relaciones entre
Dios y el hombre, relaciones que se habían roto por el pecado: «para
reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el
universo… para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre
sumergido en el pecado» (prefacio II). La Navidad supone
igualmente el anuncio de la solidaridad del hombre con Dios por el
admirable intercambio entre las naturalezas humana y divina: «concédenos
compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compartir
con el hombre la condición divina» (Misa del día) y la
posibilidad de la recuperación de las profundas aspiraciones del
hombre: la paz mesiánica y la alegría. Finalmente, la contemplación
del clima de sencillez, pobreza y humildad en que
tuvo lugar el nacimiento del Salvador, reclama una actitud moral
para vivir como aquel que siendo rico se hizo pobre por nosotros
(2Cor 8,9) y para socorrer a nuestros hermanos que se ven obligados
a vivir en la pobreza: «despojémonos, por tanto, del hombre
viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación
de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne»
(san León Magno, oficio de lectura).
La liturgia nos invita a contemplar
el misterio del pesebre no como un acontecimiento que tuvo lugar
hace años; todo lo contrario, el «hoy litúrgico» llena todas las
celebraciones natalicias. Aquella presencia divina, inaugurada en
Belén, se celebra, conmemora y actualiza gracias a la acción del
Espíritu Santo que actúa en la celebración, de modo que podemos
decir en verdad: «hoy ha nacido Jesucristo; hoy ha
aparecido el Salvador; hoy en la tierra cantan los ángeles,
se alegran los arcángeles; hoy saltan de gozo los justos» (II
Vísperas).
Por medio de la piedad popular el
pueblo cristiano expresa también la fe en la Encarnación del Hijo de
Dios. Entre las muchas expresiones, destacan: los villancicos, que
son poderosos instrumentos para transmitir el mensaje de alegría y
paz de Navidad; los nacimientos vivientes y la inauguración del
nacimiento doméstico; la inauguración del árbol de Navidad como
recuerdo del árbol de la vida del jardín del Edén y del árbol de la
cruz; y la cena familiar de Navidad.
El día de Navidad se prolonga en su
octava, celebrándolo así como un único día, pero extendido en siete
jornadas. Dentro de esta octava se encuentra el domingo de la fiesta
de la Sagrada Familia. Ella es una consecuencia
derivada del realismo de la Encarnación: Jesús nació en el seno de
una familia como sucede con cualquier hombre y vivió bajo la
autoridad de María y José (cf. Lc 2,51). Esta familia humana de
Jesús es un maravilloso ejemplo para imitar sus virtudes
domésticas y su unión en el amor (colecta). Pero además, la
familia humana de Cristo nos hace pensar en la gran familia de los
hijos de Dios a la que nos incorporamos por el bautismo y cuya regla
de vida debe ser el amor: «sea vuestro uniforme: la misericordia
entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión»
(segunda lectura).
Santa María, Madre de Dios
El primer día del año tiene por
título el más antiguo y más preciado que la Iglesia reconoce en la
Virgen María. La presencia de la Madre del Salvador es constante a
lo largo de todo el año litúrgico por su especial unión entre ambos
y por su papel fundamental en el misterio de la salvación. Con esta
solemnidad, en el contexto de la octava de navidad, se recuerda que
ella es la que «engendró para los hombres los bienes de la
salvación» (colecta); es decir, la Iglesia mira con cariño y
agradecimiento a aquella «humilde sierva» que aceptó su vocación de
ser la Madre del Señor. Al mismo tiempo, se recuerda en el Evangelio
la circuncisión del Niño a los ocho días; es decir, su entrada en el
pueblo de la Primera Alianza y la imposición del nombre: «Jesús:
Dios salva».
La piedad popular destaca que el uno
de enero es un día para felicitarse el año nuevo y para reconocer el
Señorío de Cristo, Señor del tiempo y los días; por esto se invita a
cantar en algún momento apropiado el himno «Veni, creator
Spiritus». También la Jornada Mundial de la Paz debe
encontrar en la piedad popular sus expresiones de oración.
Epifanía y Bautismo del Señor
La sentido de estas dos fiestas es
muy distinta en oriente y occidente. En occidente encontramos dos
celebraciones distintas –6 de enero y domingo siguiente–, que
conmemoran dos episodios bíblicos distintos –adoración de los Magos
y Bautismo del Señor–; en oriente, sin embargo, la Epifanía tiene un
contenido eminentemente bautismal haciendo memoria del bautismo del
Señor y, en algunos lugares, se recuerda también el singo de las
bodas de Caná. Estas referencias bíblicas no persiguen otra cosa
sino poner de manifiesto la participación del hombre en la vida
divina, y aún se conservan vestigios en nuestra liturgia actual: «hoy
la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque, en el Jordán,
Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a
las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida
en vino» (antífona Benedictus, 6 de enero).
Centrándonos en nuestro occidente
cristiano, las dos celebraciones que cierran el tiempo de Navidad
suponen dos «manifestaciones» de Cristo: una en el momento de
nacimiento y otra al comienzo de su vida pública. La solemnidad de
la Epifanía expresa el anuncio de que el Señor Jesús ha venido como
luz de todas las gentes: «hoy has revelado en Cristo, para luz
de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación»
(prefacio). Invita, por lo tanto, a la contemplación del mismo
misterio de la Navidad pero bajo la perspectiva de la misión
salvífica universal.
El bautismo del Señor describe la
unción mesiánica con el Espíritu Santo y con el testimonio del Padre
para comenzar la vida pública, y el recuerdo del agua que nos
purifica: «Cristo es bautizado y el universo entero se purifica;
el Señor nos obtiene el perdón de los pecados: limpiémonos todos por
el agua y el Espíritu» (Laudes).
La piedad popular en la Epifanía se
expresa en el anuncio de la Pascua y de las fiestas principales del
año para ayudar a descubrir la relación entre la Epifanía y la
Pascua; en el intercambio de regalos, como realización del episodio
evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús; en la
bendición de las casas; y en la ayuda a la evangelización de los
pueblos, recordando el fuerte carácter misionero de la Epifanía.
Luis García Gutiérrez,
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia