Opinión

 

Conciencia y sensatez

 

 

19/01/2018 | por Jorge Hernandez Mollar


 

 

No hay historiador que no reconozca que una de las principales degeneraciones del poder en las antiguas Grecia y Roma, vinieron motivadas por la pérdida de principios o valores éticos y morales. La clase gobernante, nobleza y emperadores, además de la corrupción política y económica se dejó arrastrar por tal degradación en sus costumbres que produjo un efecto devastador en aquellos pueblos de la vieja Europa.

La promiscuidad de los actos sexuales y las orgías eran una constante en la vida palaciega de la época, referencias que han quedado plasmadas no solo en los relatos históricos, sino también en los frescos de los restos arquitectónicos que aún se conservan e incluso en algunas famosas producciones cinematográficas donde personajes como Alejandro Magno, Cayo Cesar, conocido como Calígula, o Nerón, eran un fiel reflejo de la incontenible inmoralidad de sus hábitos y costumbres.

El incesto, esclavos castrados, o grupos de jóvenes para sus fiestas y placeres eran una constante de emperadores como el citado Nerón, Tiberio o Cómodo que incluso se llegaba a vestir con prendas de mujer para asistir a los juegos. Las saturnalias o bacanales a las que se entregaban el pueblo liso y llano eran conocidas por sus excesos sexuales, obscenidades, sacrificios e incluso actos bestiales que terminaban en el Coliseo para solaz y diversión de los que participaban en tales desmanes.

A veces algunas de las excentricidades que estamos observando en nuestra sociedad puede que nos conduzcan, si nada o nadie lo remedia, a la decadencia moral que adornaron a nuestros antepasados griegos o romanos. Como ejemplo basta con leer las crónicas de una obra de teatro, Monte Olimpo, que se acaba de representar en Madrid donde los actores y actrices durante 24 horas se entregan, en un paroxismo real de exaltación del sexo, a actos tan brutales que llegan hasta a producirles sangre.

Toda esta provocación es una demostración más de que nos podemos estar acercando a ese período de la historia de Europa donde una civilización se destruyó, entre otras causas, por su vacío moral y el indiferentismo hacia lo trascendente, antesala del relativismo que hoy adorna a la sociedad actual.

Otras señales como el alarmante consumo de drogas y alcohol entre nuestros jóvenes, la insensibilidad ante el tráfico y explotación mafiosa de los inmigrantes (reproducción palpable de la esclavitud de otras épocas) o la cada vez más agresiva imposición de la ideología de género para desnaturalizar el matrimonio y la familia, nos aproximan también a civilizaciones decadentes, que acabaron por anular las libertades de pensamiento o expresión, además de perseguir desde el poder a quienes no participaban o se oponían a sus pervertidas costumbres.

Pero afortunadamente hay ejemplos de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos han dado y siguen dando testimonio de su gran inteligencia, solidez moral y esfuerzo para dejar bien marcada la huella divina de la gran obra del universo que es el ser humano en campos tan diversos como las ciencias, la política, el arte, las letras, la religión o el deporte. Al final todo se reduce a un proceso de educación y formación en los que se asientan los dos pilares que hoy, desde mi punto de vista, se tambalean en el seno de nuestra tan avanzada y progresista sociedad y que aún podemos y debemos recuperar: la conciencia y la sensatez.

La escritora inglesa Charlotte Bronte lo expresa con total claridad: “Mi razón es sólida y no permitirá a los sentimientos entregarse a sus desordenadas pasiones. Podrán las pasiones bramar y los deseos imaginar toda clase de cosas vanas, pero la sensatez dirá siempre la última palabra sobre el asunto y emitirá el voto decisivo en todas las determinaciones. Podrán producirse violentos huracanes, impetuosos temblores de tierra, ardorosas llamas, pero yo seguiré siempre los dictados de esa voz interior que interpreta los dictados de la conciencia.”