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El Papa asiste a la cuarta predicación de Cuaresma

 

“La obediencia a Dios en la vida cristiana”, es el tema sobre el que reflexionó el Padre Raniero Cantalamessa en su predicación de esta mañana, ante la presencia del Papa Francisco y los demás miembros de la Curia Romana

 

 

16 marzo 2018, 15:08 | María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano


 

 

Este tercer viernes de marzo la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico fue nuevamente el escenario en el que el predicador de la Casa Pontificia ofreció su meditación en preparación a la Pascua.

 

El hilo de lo alto

Al delinear los rasgos, o las virtudes, que deben brillar en la vida de los renacidos por el Espíritu, después de haber hablado de la caridad y de la humildad, el Padre Cantalamessa recordó que San Pablo, en su Carta a los Romanos, llega a hablar también de la obediencia: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios”.

Y afirmó que “la obediencia al estado es una consecuencia y un aspecto de una obediencia mucho más importante y comprensiva que el Apóstol llama ‘la obediencia al Evangelio’”. A la vez que el Estado no es una entidad abstracta; sino “la comunidad de personas que lo componen”. De ahí que “si yo no pago los impuestos – dijo – si mancho el ambiente, si transgredo las normas de tráfico, daño y muestro desprecio al prójimo”.

Todo esto es muy actual – prosiguió explicando – si bien no podemos limitar el discurso sobre la obediencia a este único aspecto de la obediencia al Estado. De hecho San Pablo “nos indica el lugar donde se sitúa el discurso cristiano sobre la obediencia, pero no nos dice, en este único texto, todo lo que se puede decir de dicha virtud”.

Por esta razón “debemos descubrir la obediencia ‘esencial’, de la que brotan todas las obediencias especiales, incluida la debida a las autoridades civiles”. Sí, porque “hay una obediencia que afecta a todos – superiores y súbditos, religiosos y laicos – que es la más importante de todas, que gobierna y vivifica todas las demás, y esta obediencia no es la obediencia de hombre a hombre, sino la obediencia del hombre a Dios”.

 

La obediencia de Cristo

El predicador afirmó que es relativamente sencillo descubrir la naturaleza y el origen de la obediencia cristiana: basta ver en base a qué concepción de la obediencia es definido Jesús, por la Escritura, como “el obediente”.

A la vez que “la obediencia abarca toda la vida de Jesús”. Y la grandeza de su obediencia “se mide objetivamente ‘por las cosas que padeció’’ y, subjetivamente, por el amor y la libertad con que obedeció”.

 

La obediencia como gracia: el bautismo

El Padre Raniero Cantalamessa recordó que en el capítulo V de la Carta a los Romanos, San Pablo nos presenta a Cristo como el fundador de la estirpe de los obedientes, en oposición a Adán que fue el fundador de los desobedientes.

De manera que la obediencia cristiana se arraiga, pues, en el bautismo; por el bautismo todos los cristianos son “consagrados” a la obediencia, han hecho de ella, en cierto sentido, “voto”. El redescubrimiento de este dato común a todos, basado en el bautismo, sale al encuentro de una necesidad vital de los laicos en la Iglesia. Y destacó que el Concilio Vaticano II enunció el principio de la “llamada universal a la santidad” del pueblo de Dios y, dado que no se da santidad sin obediencia, decir que todos los bautizados están llamados a la santidad es como decir que todos están llamados a la obediencia, y que hay también una llamada universal a la obediencia.

 

La obediencia como “deber”: la imitación de Cristo

“Apenas se prueba a buscar, a través del Nuevo Testamento, en qué consiste el deber de la obediencia, – dijo el Predicador – se hace un descubrimiento sorprendente, es decir, que la obediencia es vista casi siempre como obediencia a Dios”. Se habla también, ciertamente, de todas las demás formas de obediencia: a los padres, a los amos, a los superiores, a las autoridades civiles, “a toda institución humana”, pero mucho menos frecuentemente y de manera mucho menos solemne. El sustantivo mismo “obediencia” se utiliza siempre y sólo para indicar la obediencia a Dios o, en cualquier caso, a instancias que están de la parte de Dios, excepto en un solo pasaje de la Carta a Filemón donde indica la obediencia al Apóstol.

También afirmó que la obediencia a Dios se realiza, en general, así: “Dios te hace relampaguear en su corazón una voluntad suya sobre ti; es una ‘inspiración’ que normalmente nace de una palabra de Dios escuchada o leída en oración. Tú te sientes ‘interpelado’ por esa palabra o por esa inspiración; sientes que te ‘pide’ algo nuevo y tú dices ‘sí’. Si se trata de una decisión que tendrá consecuencias prácticas no puedes actuar solamente sobre la base de tu inspiración. Debes depositar tu llamada en manos de los superiores o de aquellos que tienen, en cierto modo, una autoridad espiritual sobre ti, creyendo que, si es de Dios, él hará que la reconozcan sus representantes.

Al mismo tiempo destacó que obedecer sólo cuando lo que dice el superior corresponde exactamente con nuestras ideas y nuestras opciones, “no es obedecer a Dios, sino a uno mismo”; no es hacer la voluntad de Dios, sino la propia voluntad.

 

Una obediencia abierta siempre y a todos

Hacia el final de su predicación el Padre Cantalamessa afirmó que Jesús entró en el mundo diciendo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Y ahora nos toca a nosotros. “No sabemos lo que nos deparará ese día, ese encuentro, ese trabajo – dijo al concluir – sabemos una sola cosa con certeza: que queremos hacer, en ellos, la voluntad de Dios. No sabemos qué nos reserva a cada uno de nosotros nuestro futuro; pero es hermoso encaminarnos hacia él con esta palabra en los labios: ‘He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad’”.