CARTA DEL OBISPO

 

La vida humana no se debate, se defiende y se cuida

 

 

SANTANDER | 12.04.2018


 

Así se ha expresado Mons. Croxatto, Obispo de Neuquén (Argentina) ante la Jornada por la Vida. Y añadía:

“Porque vale toda vida. Somos defensores de la vida, pero sobre todo de la vida más pobre, la más débil, la que no se ve, la que para muchos no sirve y para nosotros es el tesoro que Dios nos confía, la que debemos cuidar. Cada vida que nace es una nueva confianza de Dios en nosotros, la que nos pone en nuestras manos para cuidarla. La vida no viene de nosotros, la vida viene de Dios. No nos pertenece. Yo no decido vivir, por eso debemos acoger la vida que llega”.

 

Rechacemos, pues, el aborto como un mal objetivo y un gravísimo desorden moral. Al encarnarse, el Hijo de Dios ha dignificado la condición humana y se ha unido a cada uno de nosotros, al ser humano no nacido, al enfermo terminal, al anciano decrépito y a la persona que padece cualquier deficiencia o malformación. El Concilio Vaticano II no dudó en calificar el aborto como «crimen abominable». Por su intrínseca malicia y por la injusta indefensión que sufre quien debería recibir todos los cuidados de sus padres, de la sociedad y del Estado para poder ver la luz.

¿Qué podemos hacer nosotros? Lo primero, no cruzarnos de brazos como si nada se pudiera hacer. Podemos anunciar en nuestros ambientes el Evangelio de la vida, como lo hacen loablemente muchos grupos, plataformas y asociaciones, confesionales o no. En muchos casos las posturas que defienden la cultura de la muerte no son fruto de la mala voluntad sino del esnobismo, la irreflexión o la falta de formación. Abrir los ojos de aquellas personas con las que nos relacionamos y explicarles con fina pedagogía la gravedad intrínseca del aborto o de la eutanasia es un camino magnífico para afianzar una cultura que respete, promueva y acoja la vida, toda vida, desde su concepción hasta su ocaso natural.

Además es preciso que ayudemos a las madres en dificultades para que ni una sola acuda al aborto. La Iglesia es el «pueblo de la vida» y el «pueblo para la vida». Con mirada contemplativa, todos hemos de reconocer en la vida un don precioso, una realidad sagrada sobre la que nadie tiene derecho a disponer.

Con todo, el medio más eficaz es la oración. Las parroquias y comunidades cristianas debemos encomendar cada día al Dios creador y amante de la vida que libre a nuestra sociedad del flagelo del aborto. Pidamos al Señor Resucitado con insistencia que florezca en nuestra sociedad un respeto creciente por el don sagrado de la vida y que llegue el día en que el aborto sea suprimido de nuestras leyes.

 

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander