Tribunas

El “gravísimo” problema de la Iglesia

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Durante esta pasada semana, en el curso de verano de la Escuela de teología “K. Rahner-H. U. Balthasar” de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, se ha hecho un interesante repaso a los cuarenta años de relación entre la Iglesia y el Estado, la Iglesia y la sociedad en España.

Han sido varios los ponentes que han intervenido. Palabras de distintas procedencias que reflejaban diferentes tradiciones, perspectivas, desde las seculares a las religiosas y confesionales plurales. Momentos de concordancias y momentos de fuertes discordias entre ponentes hubo en este encuentro académico.

En el ámbito teológico, ha sorprendido a los presentes la intervención del teólogo y académico Olegario González de Cardenal, quien parece que, desde la atalaya de la edad, y en la síntesis del pensamiento, hace afirmaciones con una claridad a la que, antes, quizá, no nos tenía acostumbrados.

Don Olegario, en una intervención titulada “Vieja memoria y nuevas tareas de la Iglesia”, planteó tres cuestiones que no debieran quedar en el olvido.

Si el mayor problema que tiene la sociedad y la cultura humana hoy –dijo- es la interrupción de la transmisión de la tradición, en términos eclesiales, el problema prioritario es el de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. La fe ha dejado de ser transmitida en la exterioridad social y se ha reducido a la interioridad eclesial.

La Iglesia sabe que el examen sobre la dimensión social de su actuación, sobre su beneficiencia, su caridad, supera con mucho las más altas notas. Sin embargo, no hay que perder de vista que los radicales, los nuevos ilustrados, lo que preguntan a la Iglesia no es solo por su práctica de la solidaridad sino si lo que dice es verdad, qué es lo que hay detrás de su credo, cuál es el significado de lo que confiesa, el valor de su doctrina. Solo una respuesta adecuada sobre lo que la Iglesia cree hace que la fe se convierta en una opción razonable en nuestra sociedad, y que sea entendida y percibida como una gracia de Dios.

Por último, sorprendió la intensidad emocional con la que don Olegario insistía en que la primera y principal perplejidad e interpelación en este momento, la dificultad mayor, radica en la pregunta de por qué no surgen vocaciones a fondo perdido. La falta de sacerdotes y de personas consagradas es hoy un problema gravísimo para la Iglesia y, también, para la sociedad.

 

José Francisco Serrano Oceja