Colaboraciones

 

Svante Pääbo, Premio Príncipe de Asturias

 

 

18/10/2018 | por Jaime Vierna


 

 

El próximo día 19 se entregarán los Premios Princesa de Asturias. Este año el Premio a la Investigación Científica y Técnica ha recaído en Svante Pääbo, que ha alcanzado fama mundial tras haber logrado la recuperación y secuenciación de genomas antiguos. Pääbo ha publicado en sus memorias científicas (“El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos”) sus primeros intentos de rescatar ADN a partir de un trozo de hígado de ternera “momificado” en un horno de laboratorio; luego, el aislamiento del ADN de la momia de un faraón egipcio, y tras este éxito inicial, la obtención de ADN de los restos de un mamut congelado en Siberia, o del hombre de Hauslabjoch (“Ötzi”), un cadáver congelado de 3000 años de antigüedad encontrado en los Alpes en 1991.

Pero obtener ADN de tejido congelado no es lo mismo que recuperar ADN viable de restos óseos fosilizados hace decenas de miles de años. Por su condición de pionero, Pääbo tuvo que hacer frente a dificultades desconocidas hasta el momento en que se presentaban: desde el propio rescate de ADN -una molécula sumamente sensible y que espontáneamente se destruye una vez sobrevenida la muerte del individuo- hasta su aislamiento del ADN moderno que podía contaminar sus experimentos en cualquiera de los muchos pasos requeridos, pasando por las dificultades técnicas para extraer e identificar los diminutos fragmentos obtenidos, y para reconstruir con ellos el enorme puzle del genoma antiguo, un puzle cuya “imagen” final era previamente desconocida. Para hacernos una idea de la gesta que supuso, basta decir que la reconstrucción del genoma del hombre de Neandertal supuso el ensamblaje de más de ¡mil millones! de fragmentos de ADN.

El conocimiento del genoma nos ha permitido conocer rasgos del hombre de Neandertal que permanecían en la sombra. Por ejemplo: durante mucho tiempo se ha discutido si estarían más cerca del chimpancé o de nosotros en cuanto a la capacidad para desarrollar un lenguaje. Los trabajos de Pääbo han revelado que el neandertal tenía un gen FOXP2 -el gen encargado de regular el lenguaje- idéntico al humano: el hombre de Neandertal era capaz de un lenguaje articulado similar el nuestro.

Pero las consecuencias el trabajo del doctor Pääbo se extienden más allá, y han supuesto un cambio en el paradigma de los estudios sobre la evolución humana. No olvidemos que los estudios clásicos sobre restos fósiles se producen a partir del descubrimiento de fragmentos óseos, que, por sus rasgos físicos, hacen pensar a los investigadores que se trata, o no, de una nueva especie. Es decir: en el curso de la evolución humana se han definido especies diferentes -Australopithecus, H. habilis, H. erectus, H. ergaster, H. heilderbergensis, H. antecesor,…- a partir de características morfológicas de los fragmentos óseos encontrados. Pero eso está en contradicción con el concepto de especie que manejan habitualmente los biólogos. O, mejor, habría que decir “los conceptos que manejan los biólogos”, pues manejan uno u otro según el material de que disponen y el objeto que persiguen: “especie” puede significar un conjunto de individuos que se reproducen entre sí dando lugar a descendencia fértil (pero esto sólo vale para especies con reproducción sexual), o un conjunto de individuos que proceden directamente unos de otros en línea recta (por ejemplo, en el caso de las bacterias), o los individuos que comparten un “aspecto” general común (como en el caso de las especies extintas definidas por sus fósiles).

En el estado actual de la ciencia, sin embargo, el concepto de especie que tiene preeminencia es el que se basa en los datos genéticos, y ese conocimiento, que se ha acelerado en los últimos años, ha permitido rediseñar algunos aspectos del árbol de la vida: dos especies cualesquiera estarán más próximas entre sí desde el punto de vista evolutivo cuanto más semejantes sean sus genomas.

El trabajo de Pääbo ha supuesto aquí un cambio decisivo. Hasta el punto de que el lento acúmulo de fragmentos fósiles que era necesario hasta no hace mucho para definir una especie está quedando lentamente atrás. La posibilidad de conocer genomas antiguos que se nos brinda ahora está permitiendo describir nuevas especies a partir de los datos genéticos: en el año 2008 se descubrió, en las cuevas de Denisova, al sur de Siberia, un pequeño fragmento del hueso de un dedo. El estudio de su genoma ha permitido saber que procede de una niña de entre 3 y 5 años perteneciente a una especie hasta entonces desconocida; poco tiempo después se encontraron dos dientes que resultaron ser de dos individuos distintos de la misma especie, llamada de momento -hasta que se alcance un acuerdo entre los especialistas- Denisoviano.

Y a partir de su genoma -con sólo esos restos- y comparando con poblaciones humanas actuales, se sabe ahora que el denisoviano se separó del neandertal después de que lo hiciera nuestra especie, y que, en su emigración hacia el este, siguió una ruta costera por el sur de Asia y alcanzó Australia y las islas Filipinas. Nada de todo esto se habría podido conocer si los estudiosos se hubieran limitado a discutir sobre formas, perfiles, orificios y crestas.

El doctor Pääbo ha descubierto nuevos caminos para el conocimiento de nuestro pasado. Y sus discípulos en distintos lugares del mundo están ya explorando esos caminos.