Servicio diario - 18 de noviembre de 2018


 

Homilía del Papa Francisco: "Jesús pide ir más lejos: dar a los que no tienen cómo devolver"
Rosa Die Alcolea

Almuerzo con los pobres: 1.500 indigentes comen con el Papa en el Vaticano
Rosa Die Alcolea

La historia de los individuos tiene un fin que alcanzar: "El encuentro definitivo con el Señor"
Rosa Die Alcolea

República Centroafricana: Oración del Papa por la "masacre" en Alindao
Rosa Die Alcolea

Santa Matilde de Hackeborn, 19 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

18/11/2018-10:35
Rosa Die Alcolea

Homilía del Papa Francisco: "Jesús pide ir más lejos: dar a los que no tienen cómo devolver"

(ZENIT – 18 nov. 2018).- Alrededor de 6.000 pobres han participado en la Eucaristía celebrada esta mañana por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro, con motivo de la 2ª Jornada Mundial de los Pobres.

Junto a los voluntarios, a los fieles y a los miembros de las diferentes realidades caritativas que los atienden cotidianamente, las personas sin hogar y necesitadas han asistido a la Misa, que ha tenido lugar a las 10 horas, en el marco de esta Jornada Mundial, organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

La celebración del Día de los Pobres coincide con la Solemnidad de la dedicación de la Basílica Papal de San Pedro, este 18 de noviembre de 2018, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

En la liturgia de la Palabra, un laico ha leído en español la Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 28, 11-16. 30-31; un seminarista ha recitado el Salmo responsorial Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4. 5-6 (R.: 2b), y el diácono ha proclamado el santo evangelio según san Mateo 14, 22-33 “Jesús camina sobre el agua”.

 

Dejar

Francisco ha destacado tres acciones que Jesús realiza en este pasaje del Evangelio: dejar, alentar y extender la mano.

En todo, Jesús va contracorriente, ha asegurado el Papa: Primero deja el éxito, luego la tranquilidad. Nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma.

 

Alentar

La segunda acción de Jesús que ha subrayado el Papa es alentar: “En plena noche Jesús alienta. Se dirige hacia los suyos, inmersos en la oscuridad, caminando ‘sobre el mar'”.

Y explica: “No es una manifestación en la que se celebra el poder, sino la revelación para nosotros de la certeza tranquilizadora de que Jesús, solo Jesús, vence a nuestros grandes enemigos: el diablo, el pecado, la muerte, el miedo”.

 

Extender la mano

En tercer lugar, el Santo Padre ha ejemplificado como “Jesús, en medio de la tormenta, extiende su mano“.

Jesús escuchó el grito de Pedro. Pidamos la gracia de escuchar el grito de los que viven en aguas turbulentas –ha exhortado el Papa–. “El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él. El grito de los pobres es escuchado por Dios, ¿pero, y nosotros? ¿Tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, manos extendidas para ayudar?”.

 

Amar como tú amas

Así, el Pontífice ha exhortado a mirar lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: “Entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, alguna cosa para los que no tienen cómo corresponder? Esa será nuestra mano extendida, nuestra verdadera riqueza en el cielo”.

“Extiende tu mano hacia nosotros, Señor, y agárranos”, ha orado el Santo Padre. “Ayúdanos a amar como tú amas. Enséñanos a dejar lo que pasa, a alentar al que tenemos a nuestro lado, a dar gratuitamente a quien está necesitado”.

RD

 

A continuación, ofrecemos la homilía completa del Papa Francisco en esta II Jornada Mundial de los Pobres.

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Homilía del Santo Padre

Veamos tres acciones que Jesús realiza en el Evangelio.

La primera. En pleno día, deja: deja a la multitud en el momento del éxito, cuando lo aclamaban por haber multiplicado los panes. Mientras los discípulos querían disfrutar de la gloria, los obliga rápidamente a irse y despide a la multitud (cf. Mt 14,22-23). Buscado por la gente, se va solo; cuando todo iba “cuesta abajo”, sube a la montaña para rezar. Luego, en mitad de la noche, desciende de la montaña y se acerca a los suyos caminando sobre las aguas sacudidas por el viento. En todo, Jesús va contracorriente: primero deja el éxito, luego la tranquilidad. Nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma.

¿Para ir a dónde? Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo. Subir hacia Dios y bajar hacia los hermanos, aquí está la ruta que Jesús nos señala. Él nos aparta del recrearnos sin complicaciones en las cómodas llanuras de la vida, del ir tirando ociosamente en medio de las pequeñas satisfacciones cotidianas. Los discípulos de Jesús no están hechos para la predecible tranquilidad de una vida normal. Al igual que su Señor, viven en camino, ligeros, prontos para dejar la gloria del momento, vigilantes para no apegarse a los bienes que pasan. El cristiano sabe que su patria está en otra parte, sabe que ya ahora es ―como nos recuerda el apóstol Pablo en la segunda lectura― «conciudadano de los santos, y miembro de la familia de Dios» (cf. Ef 2,19). Es un ágil viajero de la existencia. No vivimos para acumular, nuestra gloria está en dejar lo que pasa para retener lo que queda. Pidamos a Dios que nos parezcamos a la Iglesia descrita en la primera lectura: siempre en movimiento, experta en el dejar y fiel en el servicio (cf. Hch 28,11-14). Despiértanos, Señor, de la calma ociosa, de la tranquila quietud de nuestros puertos seguros. Desátanos de los amarres de la autorreferencialidad que lastran la vida, libéranos de la búsqueda de nuestros éxitos. Enséñanos a saber dejar, para orientar nuestra vida en la misma dirección de la tuya: hacia Dios y hacia el prójimo.

La segunda acción: en plena noche Jesús alienta. Se dirige hacia los suyos, inmersos en la oscuridad, caminando «sobre el mar» (v. 25). En realidad se trataba de un lago, pero el mar, con la profundidad de su oscuridad subterránea, evocaba en aquel tiempo a las fuerzas del mal. Jesús, en otras palabras, va hacia los suyos pisoteando a los malignos enemigos del hombre. Aquí está el significado de este signo: no es una manifestación en la que se celebra el poder, sino la revelación para nosotros de la certeza tranquilizadora de que Jesús, solo Jesús, vence a nuestros grandes enemigos: el diablo, el pecado, la muerte, el miedo. También hoy nos dice a nosotros: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27).

La barca de nuestra vida a menudo se ve zarandeada por las olas y sacudida por el viento, y cuando las aguas están en calma, pronto vuelven a agitarse. Entonces la emprendemos con las tormentas del momento, que parecen ser nuestros únicos problemas. Pero el problema no es la tormenta del momento, sino cómo navegar en la vida. El secreto de navegar bien está en invitar a Jesús a bordo. Hay que darle a él el timón de la vida para que sea él quien lleve la ruta. Solo él da vida en la muerte y esperanza en el dolor; solo él sana el corazón con el perdón y libra del miedo con la confianza. Invitemos hoy a Jesús a la barca de la vida. Igual que los discípulos, experimentaremos que con él a bordo los vientos se calman (cf. v. 32) y nunca naufragaremos. Y solo con Jesús seremos capaces también nosotros de alentar. Hay una gran necesidad de personas que sepan consolar, pero no con palabras vacías, sino con palabras de vida. En el nombre de Jesús, se da un auténtico consuelo. Solo la presencia de Jesús devuelve las fuerzas, no las palabras de ánimo formales y obligadas. Aliéntanos, Señor: confortados por ti, confortaremos verdaderamente a los demás.

Tercera acción: Jesús, en medio de la tormenta, extiende su mano (cf. v. 31). Agarra a Pedro que, temeroso, dudaba y, hundiéndose, gritaba: «Señor, sálvame» (v. 30). Podemos ponernos en la piel de Pedro: somos gente de poca fe y estamos aquí mendigando la salvación. Somos pobres de vida auténtica y necesitamos la mano extendida del Señor, que nos saque del mal. Este es el comienzo de la fe: vaciarnos de la orgullosa convicción de creernos buenos, capaces, autónomos y reconocer que necesitamos la salvación. La fe crece en este clima, un clima al que nos adaptamos estando con quienes no se suben al pedestal, sino que tienen necesidad y piden ayuda. Por esta razón, vivir la fe en contacto con los necesitados es importante para todos nosotros. No es una opción sociológica, es una exigencia teológica. Es reconocerse como mendigos de la salvación, hermanos y hermanas de todos, pero especialmente de los pobres, predilectos del Señor. Así, tocamos el espíritu del Evangelio:

«El espíritu de pobreza y de caridad ―dice el Concilio― son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo» (Const. Gaudium et spes, 88).

Jesús escuchó el grito de Pedro. Pidamos la gracia de escuchar el grito de los que viven en aguas turbulentas. El grito de los pobres: es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos. Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada. Es el grito de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos pero más ricos.

Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo uno permanece con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, o con los brazos caídos, fatalista; no. El creyente extiende su mano, como lo hace Jesús con él. El grito de los pobres es escuchado por Dios, ¿pero, y nosotros? ¿Tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, manos extendidas para ayudar? «Es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos» (ibíd.). Nos pide que lo reconozcamos en el que tiene hambre y sed, en el extranjero y despojado de su dignidad, en el enfermo y el encarcelado (cf. Mt 25,35-36).

El Señor extiende su mano: es un gesto gratuito, no obligado. Así es como se hace. No estamos llamados a hacer el bien solo a los que nos aman. Corresponder es normal, pero Jesús pide ir más lejos (cf. Mt 5,46): dar a los que no tienen cómo devolver, es decir, amar gratuitamente (cf. Lc 6,32- 36). Miremos lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, alguna cosa para los que no tienen cómo corresponder? Esa será nuestra mano extendida, nuestra verdadera riqueza en el cielo.

Extiende tu mano hacia nosotros, Señor, y agárranos. Ayúdanos a amar como tú amas. Enséñanos a dejar lo que pasa, a alentar al que tenemos a nuestro lado, a dar gratuitamente a quien está necesitado. Amén.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

18/11/2018-20:16
Rosa Die Alcolea

Almuerzo con los pobres: 1.500 indigentes comen con el Papa en el Vaticano

(ZENIT – 18 nov. 2018).- Por segundo año consecutivo, el Papa Francisco ha presidido la Santa Misa con personas necesitadas e indigentes –6.000 han participado este año– en la Basílica de San Pedro y ha almorzado con ellos, en el aula Pablo VI, convertido en un comedor para 1.500 personas, para celebrar la II Jornada Mundial de los Pobres.

El Santo Padre llegó alrededor de las 12:20 horas en coche a la entrada del aula Pablo VI, donde lo recibió Mons Rino Fisichella, Presidente del Consejo que organiza la iniciativa en el Vaticano con los pobres.

Los comensales y voluntarios recibieron al Santo Padre con un gran aplauso en el interior del aula, lleno de ilusión y entusiasmo. Así, el Papa se ha dirigido a la mesa principal, donde ha comido acompañado de un gran grupo de indigentes y personas sin recursos.

 

Bendición

Antes de sentarse a la mesa, el Papa ha bendecido en voz alta: “Buenos días. Ahora vamos a almorzar todos juntos. Agradecemos a los que nos trajeron el almuerzo, a los que nos servirán el almuerzo. Agradecemos a todos y rogamos a Dios que nos bendiga a todos. Una bendición de Dios para todos, todos nosotros que estamos aquí. Que Dios nos bendiga a cada uno de nosotros, bendiga nuestros corazones, bendiga nuestras intenciones y nos ayude a seguir adelante. Amén. ¡Y buen almuerzo!”.

70 voluntarios de las parroquias de Roma han servido a los protagonistas de la II Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Santo Padre Francisco y organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.

 

Menú

El almuerzo ha sido ofrecido por la institución Rome Cavalieri-Hilton de Italia, en  colaboración con el Ente Morale Tabor. El menú servido ha sido de primer lasaña, de segundo nuggets de pollo con puré de patatas y de postre tiramisú.

Al final, la histórica fábrica italiana de pasta Rummo ha donado más de 1.500 bolsas a los participantes y asociaciones con un kilo de pasta.

Los jóvenes de la Banda del Santuario de Pompeya han acompañado la fiesta del Papa con los pobres.

 

“Gracias por la compañía”

“Muchas gracias a todos por la compañía” dijo el Pontífice al terminar de comer, antes de abandonar la sala. “Ahora me dicen que comienza la verdadera fiesta y que el Papa debe irse, para que la fiesta sea buena. ¡Muchísimas gracias!”

Asimismo, Francisco ha agradecido a los jóvenes músicos, a los que prepararon el almuerzo, a quienes lo sirvieron, y a los muchos chicos y chicas que ayudaron con el orden y la organización. “Gracias a todos. Y recen por mí. Que el Señor los bendiga. Gracias”, ha dicho.

Antes de abandonar el Salón Pablo VI, el Papa Francisco saludó a los niños, a los pobres ya las personas presentes y se tomó una foto con los cocineros.

 

 

 

18/11/2018-15:36
Rosa Die Alcolea

La historia de los individuos tiene un fin que alcanzar: "El encuentro definitivo con el Señor"

(ZENIT — 18 nov. 2018).- Tras celebrar la Misa en el marco de la II Jornada Mundial de los Pobres este domingo, 18 de noviembre de 2018, el Santo Padre ha rezado esta mañana el Ángelus en la plaza de San Pedro ante 30.000 fieles y visitantes, según ha indicado la policía del Vaticano.

En el Evangelio de hoy —ha señalado el Papa— Jesús dice que la historia de los pueblos y la de los individuos tiene un fin y una meta que alcanzar: "El encuentro definitivo con el Señor".

"No sabemos ni el tiempo, ni la manera en que sucederá —advierte el Santo Padre—. El Señor ha reiterado que nadie sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo. Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre". "Sabemos, sin embargo, un principio fundamental con el que debemos confrontarnos: El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán", ha aclarado.

"De la misma manera", ha comentado Francisco, "el poder del dinero y los medios económicos con los que pretendemos comprar todo y a todos, ya no podrán ser utilizados. Tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida, creyendo en su Palabra".

 

Responsabilidad

Así, ha matizado que "nadie de nosotros puede escapar a este momento. La astucia que a menudo ponemos en nuestro comportamiento para dar crédito a la imagen que
queremos ofrecer, ya no servirá".

Sin embargo, el Obispo de Roma ha finalizado sus palabras con un aliento de esperanza, pidiendo a la Virgen su intercesión "para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestro límite no nos sumerja en angustia, sino que nos haga volver a nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo, hacia el mundo entero".

A continuación ofrecemos la transcripción de las palabras del Papa Francisco antes de rezar la oración del Ángelus.

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Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

En el pasaje del Evangelio de este domingo, el Señor quiere instruir a sus discípulos sobre los acontecimientos futuros. No se trata en primer lugar de un discurso sobre el fin del mundo, sino más bien es una invitación a vivir bien en el presente, a estar atentos, vigilantes y siempre listos para cuando se nos llame a rendir cuentas de nuestra vida.

Jesús dice: "En aquellos días, después de aquella tripulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará más su luz. Las estrellas caerán del cielo".

Estas palabras nos hacen pensar en la primera página del Libro del Génesis. La historia de la Creación. El sol, la luna... las estrellas, que desde el principio de los tiempos brillan en su orden y traen luz, signo de vida, aquí se describen en su decadencia mientras se hunden en la oscuridad y en el caos, signo del fin.

En cambio, la luz que brillará en este último día será única y nueva. Será la luz del Señor Jesús, que vendrá en la gloria con todos los santos, en ese encuentro veremos finalmente su rostro en la plenitud de la luz de la Trinidad, un rostro radiante de amor ante el cual todo ser humano se manifestará también en total verdad. La historia de la humanidad, como la historia personal de cada uno de nosotros no puede entenderse como una simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido.

Tampoco puede interpretarse a la luz de una visión fatalista, como si todo estuviera ya establecido según el destino que quita cualquier espacio de libertad, impidiéndonos tomar decisiones que son el resultado de una decisión real.

En el Evangelio de hoy, más bien, Jesús dice que la historia de los pueblos y la de los individuos tiene un fin y una meta que alcanzar: El encuentro definitivo con el Señor. No sabemos ni el tiempo, ni la manera en que sucederá. El Señor ha reiterado que nadie sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo. Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre. Sabemos, sin embargo, un principio fundamental con el que debemos confrontarnos: El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán.

El verdadero punto central es éste. En ese día, cada uno de nosotros tendrá que comprender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado nuestra existencia personal o si le ha dado la espalda, y ha preferido confiar en sus propias palabras. Será más que nunca el momento de abandonarnos definitivamente al amor del Padre, y de confiarnos a su misericordia. Nadie puede escapar de este momento, nadie de nosotros puede escapar a este momento. La astucia que a menudo ponemos en nuestro comportamiento para dar crédito a la imagen que queremos ofrecer, ya no servirá.

De la misma manera, el poder del dinero y los medios económicos con los que pretendemos comprar todo y a todos, ya no podrán ser utilizados. Tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida, creyendo en su Palabra. Todo y nada de lo que hemos vivido o dejado de hacer. Con nosotros, solo llevaremos lo que hemos donado, lo que hemos dado.

Invocamos la intercesión de la Virgen María para que la constatación de nuestra temporalidad en la tierra y de nuestro límite no nos sumerja en angustia, sino que nos haga volver a nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo, hacia el mundo entero.

 

 

18/11/2018-17:18
Rosa Die Alcolea

República Centroafricana: Oración del Papa por la "masacre" en Alindao

(ZENIT — 18 nov. 2018).- Francisco he pedido a los fieles presentes en el Ángelus, este mediodía del domingo, 18 de noviembre de 2018, oraciones por los heridos y difuntos en un campo de desplazados en la República Centroafricana, donde también murieron dos sacerdotes.

Así lo ha expresado el Papa esta mañana, tras rezar la oración mariana desde el balcón del Palacio Apostólico, delante de 30.000 visitantes y peregrinos, procedentes de Italia y de otros lugares del mundo.

Se trata de un ataque contra la diócesis y la catedral del Sagrado Corazón de Alindao, en el centro sur de República Centroafricana, donde han asesinado a decenas de refugiados, la mayoría cristianos, entre ellos el Vicario General, P. Blaise Mada, y otro sacerdote que podría ser el P. Célestin Ngoumbango, de la parroquia de Mingala.

El Papa ha revelado que el pueblo centroafricano es muy querido por él, tras su visita al país en 2015, donde abrió la primera puerta santa en el Año de la Misericordia, y visitó también Kenia y Uganda. "A este pueblo expreso toda mi cercanía y mi amor", ha anunciado.

Asimismo, el Pontífice ha mencionado a los afectados por los incendios que asolan California, y las víctimas de las heladas en la Costa Este de los Estados Unidos. "Que el Señor acoja en su paz a los difuntos, consuele a sus familiares y sostenga los que se dedican a socorrer ha señalado.

Igualmente, Francisco no ha querido dejar de saludar de modo particular a los peregrinos de Union City y Brooklyn, a los de Puerto Rico, con el Obispo de Ponce, y al grupo de sacerdotes de Campaña en Brasil con su obispo, a la Confederación Italiana de ex alumnos de las escuelas católicas, a los fieles de Crotone y al Coro de Roncegno Terme.

Aquí está la transcripción en español, realizada por la redacción de Zenit, de las palabras del Santo Padre tras rezar el Ángelus.

***

 

Palabras del Papa después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres he celebrado esta mañana en la Basílica de San Pedro una Misa en presencia de los pobres, acompañados de asociaciones y grupos parroquiales. Dentro de poco participaré en un almuerzo, en el aula Pablo VI, con muchas personas indigentes.

Iguales iniciativas de oración y de compartir se han promovido en diferentes diócesis del mundo para expresar la cercanía de la comunidad cristiana a los que viven en condiciones de pobreza.
Esta Jornada, en la que participan cada vez más parroquias, asociaciones y movimientos eclesiales, quiere ser un signo de esperanza y un estímulo para convertirse en instrumento de misericordia en el tejido social.

Con dolor he recibido la noticia de la masacre que tuvo lugar hace dos días en un campo de desplazados en la República Centroafricana, donde también murieron dos sacerdotes. A este pueblo, a quien quiero tanto, donde abrí la primera puerta santa en el Año de la Misericordia, expreso toda mi cercanía y mi amor.

Oremos por los muertos y heridos, para que cese toda violencia en ese país amado que tanto necesita la paz. Oremos juntos a la Virgen.

Ave María

Una oración especial también para los afectados por los incendios que asolan California.

Y ahora también para las víctimas de las heladas en la Costa Este de los Estados Unidos. Que el Señor acoja en su paz a los difuntos, consuele a sus familiares y sostenga los que se dedican a socorrer.

Y ahora les saludo a ustedes, familias, parroquias, asociaciones y fieles individuales que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular saludo a los peregrinos de Union City y Brooklyn.

A los de Puerto Rico, con el Obispo de Ponce y al grupo de sacerdotes de Campaña en Brasil con su obispo, así como los que lo acompañan a los santuarios marianos de todo el mundo, a la Confederación Italiana de ex alumnos de las escuelas católicas, a los fieles de Crotone y al Coro de Roncegno Terme.

Les deseo a todos un feliz domingo, y por favor no se olviden de rezar por mí. ¡Feliz almuerzo y hasta la vista!

 

 

18/11/2018-07:44
Isabel Orellana Vilches

Santa Matilde de Hackeborn, 19 de noviembre

«Cisterciense. Una de las cuatro mujeres que hicieron de Helfta uno de los referentes ineludibles del S. XIII. En ella se aunaron gracia y lirismo que puso al servicio de Dios, y del que fue considerada 'ruiseñor»

Muy generoso debía ser el barón de Hackeborn para desprenderse de dos de sus hijas autorizándolas a ingresar en un monasterio cisterciense, que hicieron famoso por su virtud junto a otras religiosas. Exactamente fueron cuatro excelsas mujeres las que brillaron en la clausura: Matilde de Magdeburgo, la santa de hoy, su hermana Gertrudis, y otra Gertrudis, la Grande. Hicieron de Helfta uno de los referentes ineludibles para conocer y valorar la riqueza de la mística germana; nos alientan con su vida a seguir el camino de perfección. Precisamente el pasado día 16 se vio la semblanza de Gertrudis la Grande, que sumó sus grandes virtudes a las de Matilde, que tanto le edificó, que fue su formadora y a la que tomó como guía junto a su hermana. Ello pone de manifiesto un hecho que acontece en todo movimiento eclesial: la existencia de periodos históricos de especial fulgor en el que despuntan figuras egregias traspasando muros y fronteras.

Tan significativa fue la vida de Matilde de Hackeborn que el papa Benedicto XVI le dedicó su catequesis el 29 de septiembre de 2010. Fue una de esas mujeres fuertes de las que habla el evangelio que tuvo la gracia de alumbrar una época de gran fecundidad en esa comunidad a lo largo del siglo XIII. Nació en 1241 o en 1242, no hay datos precisos, en la fortaleza de Helfta, Sajonia. Su hermana Gertrudis se hallaba ya en el convento de Rodersdorf (después transferido a Helfta) cuando ella acompañó a su madre a visitarla en 1248. En siete años de vida la pequeña acumulaba la experiencia de haber sobrevivido a la muerte poco después de nacer, debido a su frágil constitución física, y el inspirado vaticinio del virtuoso presbítero que derramó sobre su cabeza el agua del bautismo, quien entrevió que sería santa, hecho que confió a sus padres asegurándoles que Dios obraría a través de ella numerosos prodigios. Posiblemente a esa edad Matilde ignoraba la singular elección divina a la que aludió el sacerdote, pero seguro que sus progenitores no habrían podido olvidarla.

La vida conventual le sedujo desde un primer instante. Por eso, en 1258 dejó a un lado los beneficios que reportaba haber nacido en un castillo, y las prebendas anejas al título nobiliario que ostentaban sus padres ingresando en el monasterio que entonces se había establecido en Helfta. Su hermana Gertrudis, abadesa, vertió en ella todo su saber espiritual e intelectual, riqueza que Matilde acogió multiplicando los talentos que Dios le había otorgado: una suma de excepcional inteligencia y virtud coronada por una bellísima voz con la que glosaba la grandeza del Creador y por la que ha sido denominada «ruiseñor de Dios». Era un pozo sin fondo. Y así se ha reflejado: «la ciencia, la inteligencia, el conocimiento de las letras humanas y la voz de una maravillosa suavidad: todo la hacía apta para ser un verdadero tesoro para el monasterio bajo todos los aspectos».

Orientada por su hermana, se convirtió en una gran formadora que tuvo a su cargo jovencísimas vocaciones. De hecho le confiaron a Gertrudis, la Grande, cuando llegó al convento a la edad de 5 años. Y es que Matilde era una ejemplar maestra y modelo de novicias y profesas. Fue agraciada con numerosos favores místicos que se iniciaron siendo niña y que guardó en su corazón llevada de su natural discreción hasta que cumplió medio siglo de vida.

Ella, al igual que Gertrudis, la Grande, vivió en carne propia la experiencia del sufrimiento ocasionado por largas y dolorosas enfermedades que fueron persistentes en ambos casos. La frágil condición humana atenazada por el cúmulo de matices que conllevan circunstancias de esta naturaleza, a veces tiene también expresión palpable en la vertiente espiritual. Matilde experimentó conjuntamente la postración corporal, y el sufrimiento y angustia espirituales en los que, no obstante, contó con el consuelo divino. En uno de estos periodos críticos confidenció privadamente sus experiencias místicas a dos religiosas. Una de ellas fue su discípula Gertrudis, la Grande, quien se ocupó de recopilarlas en el Libro de la gracia especial junto a otra hermana de comunidad.
Matilde fue un puntal indiscutible en el monasterio, aunque a veces su nombre ha quedado a la sombra de esta santa amiga. De su hermana había heredado la rica tradición monacal que floreció altamente en esa época en las líneas genuinas de la regla a la que se había abrazado: oración, contemplación, estudio científico y teológico, amasado siempre en la tradición y el magisterio eclesiales. Fue una mujer obediente, humilde y piadosa, de gran espíritu penitencial, ardiente caridad y devota de María y del Sagrado Corazón de Jesús con el que mantuvo místicos coloquios. El contenido de sus revelaciones insertas en el aludido Libro de la gracia especial permite apreciar también el alcance que tuvo la liturgia en su itinerario espiritual. Supo llegar al corazón de las personas que pusieron bajo su responsabilidad, y las condujo sabiamente a los pies de Cristo dando pruebas fehacientes de su ardor apostólico.

Cuando rogaba a la Virgen que no le faltara su asistencia en el momento de la muerte, Ella le pidió que rezase diariamente tres avemarías «conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo». María la invitó a meditar en los misterios de la vida de Cristo: «Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas». Durante la última y difícil etapa de su vida, ocho años cuajados de sufrimientos, mostró la hondura de su unión con Cristo, a cuya Pasión redentora unía sus padecimientos por la conversión de los pecadores, con humildad y paciencia. La Eucaristía, el evangelio, la oración..., habían forjado su espíritu disponiéndola al encuentro con Dios. Éste se produjo el 19 de noviembre de 1299. Murió con fama de santidad.