Tribunas

El “pequeño dios” de Einstein

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Tengo que confesar mi desconocimiento de la carta de Einstein que ha sido noticia en estos días. Y que haya sido noticia me parece lógico; aunque en realidad la verdadera noticia no debería haber sido la carta, sino la persona que ha pagado 2.9 millones de dólares para hacerse con ella. La carta, en realidad, no vale el precio pagado, ni muchos menos, y apenas sirve para guardarla como un cierto recuerdo del autor.

“La palabra Dios es para mí nada más que la expresión y producto de la debilidad humana”, escribe Einstein.

Frases semejantes, más o menos con las mismas palabras y escribiendo la palabra “dios” con minúsculas o mayúsculas, las han repetido no pocas personas a lo largo de la historia: la lista de personajes sería inacabable. Desde el “necio” de la Escritura que dijo en su corazón: no hay Dios; hasta el que para creer en la realidad de Dios, exige que le haga un “milagro” patente aquí y ahora, por ejemplo: que aparezca un “Mercedes” en el garaje de su casa.

 ¿Tiene algún sentido la frase de Einstein? En mi opinión No. No tiene ninguno, y se basa en una concepción del hombre que es inconcebible si Dios no existe.

¿Qué significa que el hombre sea débil? ¿Por qué tiene el hombre conciencia de su debilidad? Sin duda alguna, porque se ve limitado e incapaz de conseguir todo a lo que aspira. Pero, ¿no es absurdo pensar en un hombre fruto simple de una evolución de la materia y de otras fuerzas sueltas por ahí que también tienen su origen en la materia y en ella tienen también su punto de referencia, que llegue a concebir “ideas”, “sueños”, etc. en su mente que no pueda alcanzar y que le hagan sufrir al dejar patentes sus límites?

Sin un ser externo a él; y con quien se vea esencialmente relacionado, el hombre no tiene posibilidad alguna de hacerse cargo de ser limitado. Se queda encerrado en sí mismo y eso le basta. Ni siquiera se le ocurriría pensar en sus límites. Si acaso, diría: “Soy yo, y me basto”. Y ni siquiera “me basto”, porque no sabe tampoco lo que de verdad necesita. Como un animal cualquiera, como una planta cualquiera.

¿Cuál sería el punto de referencia para medir sus límites? ¿Cómo puede pensar en “algo” o en “alguien” más allá de él mismo a quien  pudiera pedir ayuda cuando estalla el vendaval,  si no lo ha visto jamás, ni tiene de él la más mínima referencia?

En breve: ¿cómo puede el hombre “construir” la idea de un “dios” que le pueda ayudar a resolver los problemas, partiendo absolutamente de la nada de su conocimiento?

“Sin Dios la criatura desaparece” recordó el Concilio Vaticano II, y quiso recordárselo a la Iglesia, a todo el mundo.

Es una pena que una mente tan preclara científicamente como de Einstein no se haya dado cuenta de la realidad de Dios. Para él eran familiares tantas “leyes” que rigen la naturaleza, de las que no se explicaba que fueran esas y no otras. ¿Qué le faltó para dar el “salto” al autor de esas leyes, al Creador?

La ciencia y la fe no se contraponen, pero la existencia de Dios no es una cuestión “científica”, ni una cuestión reservada únicamente a la Fe, como es por ejemplo la divinidad de Jesucristo. Para llegar a Dios basta no cerrar los ojos a la realidad que Él ha creado, y luego, pararse ante uno mismo y tratar de responder a las preguntas: ¿Por qué existo? ¿Para qué existo?

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com