Tribunas

Hablemos de la familia

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

En estas fechas, hablar de la familia es un lugar común, y una experiencia básica compartida.

La persona no está sola en familia y la familia no está sola en un mundo en el que se impone la soledad. Está la Iglesia.

Por cierto que en un pasado no muy lejano, en la Iglesia en España, en estos días se hablaba, y mucho, sobre la familia, sobre “la novedad del Evangelio de la Familia”.

El Vaticano II dice que “la Iglesia considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales. En este sentido, tanto el hombre como la familia constituyen  “el camino de la Iglesia””(Carta a las familias, 2).

Benedicto XVI, en el encuentro con los sacerdotes y diáconos de la diócesis de Roma, el jueves 2 de marzo de 2006, dio un paso más y, en la espontaneidad del diálogo y desde la serenidad del pensamiento, señaló que “no hay verdadero progreso sin esta comunidad de vida y, asimismo, no es posible sin el elemento religioso. (…) Lo vemos hoy. Sólo la fe en Cristo, sólo la participación en la fe de la Iglesia salva a las familias; y, por otra parte, la Iglesia sólo puede vivir si se salva la familia”. “La fe –afirmó - no es una teoría que se puede seguir o abandonar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestra vida” (23-1-2006).

No es cierto que nos hayamos cansado de repetir que, como decía Benedicto XVI, “la crisis de la familia constituye un grave daño para nuestra misma civilización” (31-12-2005) y que “graves desafíos, representados por las diversas ideologías y costumbres minan los fundamentos mismos del matrimonio  y de la familia cristiana” (14-5-2005).

La familia es un antídoto contra las enfermedades sociales del presente. Por eso los obispos españoles han hecho público un texto, con motivo de la celebración de la Sagrada Familia, el pasado 30 de diciembre, sobre el problema de la soledad y la respuesta de la familia y de la Iglesia. Una cuestión que el Papa Francisco ha planteado, entre otros lugares, en la “Amoris laetitia”.

Un texto que merece la pena por su riqueza argumental y por su actualidad.

 

José Francisco Serrano Oceja