Tribunas

Lo grande en lo pequeño

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

La divina estrella señala el lugar de destino.

De la mano de Rubén Darío:

“- Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: la vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina estrella!”.

Esa divina estrella que se divisa para quien mira a lo alto. Los Reyes sabios, magos, que representan la sabiduría y la grandeza, se postraron ante un niño débil. Como diría el epitafio ignaciano que tanto le gusta al Papa Francisco: “No estar obligado por lo más grande, sino estar contenido en lo más pequeño: esto es divino”.

Así es la Epifanía del Señor; lo humilde que expresa lo sublime, manifestación de la esperanza.

Epifanía. Rainer María Rilke, en sus “Cartas a mi madre por Navidad (1900-1925)”, que ahora bellamente editadas nos han traído los de Encuentro, nos ha recordado que la vida es corta y pasa muy rápido.

“Dios –escribe- en cambio es lento y sin fin. Por eso siempre hay momentos en los que ambas cosas nos parecen conciliables, y tampoco nos corresponde a nosotros saber cómo se concilian. Tan solo debemos estar ahí con el corazón abierto la misterio de que lo grande encuentre espacio en lo pequeño, de que en la intensidad de nuestra existencia puede condensarse un instante de eternidad, que coincide con la eternidad ininterrumpida de Dios”.

Creo que ya lo he escrito alguna vez. Pero no está mal repetirlo. Cuando Romano Guardini intentaba encontrar una razón al misterio de Belén, un amigo le dijo: “El amor tiene estas cosas”.

Y añadió el teólogo alemán: “Estas palabras siempre me han ayudado. No es que hayan aclarado mucho la inteligencia, sino que apelan al corazón y permiten presentir el misterio de Dios”.

Epifanía, misterio de Dios, lo grande, lo más grande que podemos pensar, en lo pequeño.

 

José Francisco Serrano Oceja