Tribunas

Acompañar a las víctimas de la pederastia

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

No hace muchos días, el presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Ricardo Blázquez, escribía en su hoja diocesana “Iglesia en Valladolid” que a partir de la “publicación de informes tremendos, que se refieren a hechos acontecidos hace 30, 40 y 60 años, se ha podido tener con esta avalancha la impresión de que la pederastia es exclusiva de sacerdotes, y de que los curas católicos son pederastas”.

“Esta insinuación –añadía- es falsa e injusta”.

Según estudios estadísticos –recordaba el arzobispo de Valladolid-, “un 80% de estos casos tienen lugar en las familias, un 17% en el ámbito escolar y deportivo, y tan solo un 3% en la Iglesia”.

“Sin embargo -escribía el cardenal Blázquez-, la Iglesia siempre acapara todos los focos”. También se refería a unas palabras de Ángela Merkel en las que decía que “el problema no es sólo de la Iglesia Católica y protestante sino de la sociedad”.

Palabras, todas ellas, por cierto, que levantaron algún titular del tenor de que el cardenal Blázquez estaba minimizando la pederastia clerical. Como si ponernos delante del espejo fuera minimizar las curvas de la silueta.

Una de las tareas prioritarias de la Iglesia, junto con la de la investigación, trasparencia, y denuncia, es el acompañamiento de las víctimas. Son no pocas las iniciativas loables que se están desarrollando sobre el acompañamiento de las víctimas de los abusos clericales.

Pero lo que me pregunto es si esas iniciativas, incluso en su forma de presentarse públicamente, no olvidan ese dato fundamental de que la mayoría de los abusos se producen en la familia y en actividades deportivas varias.

Me pregunto quién está haciendo algo por acompañar a las víctimas de abusos en familias, deportes, centros sociales y educativos. ¿El Estado? ¿La sociedad a través de cuerpos intermedios? ¿La industria privada de la salud, es decir, los criterios de un capitalismo aplicado a reparar las personalidades traumáticas como negocio?

¿No sería una preciosa tarea de servicio de la Iglesia a la sociedad el acompañar de forma prioritaria a esas víctimas con la denuncia profética de causas y contextos?

Hay alguien que pensará que estas preguntas tienen como finalidad derivar hacia otro lado la atención de la pederastia clerical. Ni mucho menos. Tienen la pretensión de recordarnos la tarea profética de la Iglesia respecto a la humanidad herida.

Se podría decir, incluso, que las víctimas de abusos en la Iglesia tienen una doble protección: las leyes del Estado, a las que deben acudir en todos los casos, y las canónicas. Las víctimas de abusos sexuales fuera de la Iglesia quizá no tengan esos niveles de protección. Esto plantea además la necesidad de revisar algunas cuestiones en la legislación civil, como la de la prescripción, dado que la normativa canónica es más garantista en este aspecto.

Una Iglesia dedicada a curar las heridas en la humanidad doliente, entregada a denunciar las injusticias en esa humanidad desgarrada, sin lugar a dudas se vuelve más creíble.

El esfuerzo notable que se está haciendo de purificación del cuerpo eclesial, ¿no debiera ampliarse de forma profética a la denuncia de las causas que producen esa plaga inhumana en la sociedad? ¿No debiera la Iglesia implicarse más en el acompañamiento de todo tipo de víctimas, sin distinciones?

Sería muy importante esta implicación de la Iglesia para que no se agudizaran incluso los procesos de victimización secundaria.

 

José Francisco Serrano Oceja