Tribunas

La Iglesia: peticiones de perdón

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Estas palabras de dos documentos de Juan Pablo II, señalan muy claro el sentido de las peticiones de perdón que hace la Iglesia cuando lo considera oportuno teniendo en cuenta la magnitud y extensión de los pecados cometidos por sus hijos.

“Como Sucesor de Pedro, pido que en este año de misericordia, la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su Señor, se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de su hijos” (Bula Incarnationis Mysterium, II)

 “Así es justo que, mientras el segundo milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo.

La Iglesia, aun siendo santa por su incorporación a Cristo, no se cansa de hacer penitencia: ella reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos pecadores. Afirma al respecto la Lumen Gentium: La Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesita de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación” (Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, n. 33).

En esta perspectiva no se entiende que haya periódicos que se presentan como católicos que titulen en portada cosas semejantes a estas: “La Iglesia acompaña a sus víctimas”; y tampoco se entiende que haya personalidades eclesiásticas que pidan perdón por “las faltas y el mal hacer de la Iglesia”.

La Iglesia, fundada por Cristo, dirigida por Cristo con la gracia del Espíritu Santo, es Santa. Santos y pecadores somos sus hijos. La Iglesia es Cristo en la tierra. Todos estamos unidos a Cristo en la Iglesia. Cristo se hace “pecado” y redime el pecado de todos nosotros; no es jamás “pecador”. Y pide perdón a Dios Padre por nuestros pecados.

Así vive la Iglesia. Sufre los pecados de sus hijos –sean fieles corrientes, sacerdotes, laicos, hombres, mujeres, obispos, papas, monjes, célibes, casados, sanos, enfermos, etc.- pide perdón por ellos, y no es nunca “pecadora”.  Desde el Papa hasta el último recién bautizados somos, ciertamente parte de la Iglesia; no somos, sin embargo, La Iglesia.

Hablando de “sus” víctimas estamos banalizando la Iglesia, dejamos de ver a Cristo viviente en la Iglesia; y la convertimos en una simple sociedad más o menos humana, que coincide “con lo que piensa la ONU”, como se le ocurrió señalar a un eclesiástico al que prefiero no nombrar; y que desparrama su atención de manera particular en migrantes, en situaciones climáticas, en diálogos con todos los luceros del alba, etc.

El card. Sarah sale al paso de los que quieren descargar sus propios pecados en la Iglesia hablando de “sus” víctimas, y descargando sobre ella sus propias miserias. “El diablo quiere hacernos creer que la Iglesia ha traicionado. Pero la Iglesia no traiciona. La Iglesia, llena de pecadores, ella misma es sin pecado. Habrá siempre bastante luz para quienes buscan a Dios”, porque, y son palabras de Juan Pablo II: “La Iglesia es santa porque Cristo es su Cabeza y Esposo, el Espíritu Santo su alma vivificante, y la Virgen y los santos su manifestación más auténtica”.

Ya nos lo recordó a todos san Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella (…) a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable” (Efesios, 5, 24-27).

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com