Tribunas

Vocaciones sacerdotales ¿Crisis?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Recibimos con una cierta periodicidad noticias sobre el andar de las ordenaciones sacerdotales en todo el mundo. Y es fácil reconocer que son noticias que interesan a muchos católicos que ven, con una cierta pena, y no sin dolor, que el número de sacerdotes activos desciende cada año en casi todos los países occidentales; y el número de las vocaciones que ingresan en el seminario, descienden, y se mantienen en números que no aseguran el reemplazo generacional. O sea, muchas iglesias en Europa y América tendrán que cerrar en el paso de pocos años. El resto del mundo va por otros caminos.

El fiel católico sabe muy bien que Dios responderá siempre a la oración que Su Hijo, Jesucristo, nos invitó a hacer: “Que el Dueño de la mies, envíe obreros a su mies”. Lo que no sabe el fiel católico es ni dónde ni cuándo enviará el Señor esos obreros para que cuiden de su mies, y la sostengan en la Fe, en la Esperanza, en la Caridad.

En contraste con esas situaciones y esas noticias, hoy tenemos la noticia de la expansión de la Iglesia en países de África y de Asia, desde Tailandia, China, Vietnam, hasta Togo, Nigeria, no obstante las matanzas provocadas por los grupos musulmanes yihadistas.

Y no sólo el crecimiento. Lo más bello de la noticia es el número de sacerdotes que van siendo ordenados en cada país. Y el caso más llamativo es Birmania, país en el que hay apenas algo más de 600 mil católicos, entre 42 millones de habitantes, que tiene hoy 1.300 seminaristas. El mayor número de seminaristas por católico del mundo.

En España, con cerca de 40 millones de personas que se declaran católicos, el número total de seminaristas apenas llega a los 1.200. Con datos semejantes a los de Birmania se encuentran países como Tailandia, Vietnam, y hasta en la misma China. En esos países, y en medio de todas las dificultades que encuentra la Iglesia para ejercer su labor pastoral y doctrinal libremente, el número de seminaristas es proporcionalmente mayor que el de España.

Algunos comentaristas pretenden analizar estos hechos y estos datos con criterios más o menos sociológicos, ambientales, climáticos, culturales, históricos, antropológicos, etc., y no aciertan a encontrarles una clara explicación. ¿Por qué? Sencillamente porque el camino que siguen no es el adecuado.

Las crisis que se han originado en el seno de la Iglesia a lo largo de los siglos, siempre han tenido una única causa: la crisis de Fe. Pensemos por ejemplo, en el arrianismo, en el pelagianismo, en el protestantismo, en el gnosticismo, etc. etc.

¿Dónde se ha originado esa crisis actual de Fe? Ya en 1971, el entonces prof. Ratzinger señalaba que la crisis tenía sus origines en “la condescendencia con todas las corrientes de la historia, con el colonialismo, el nacionalismo y recientemente en los intentos de hacer las paces con el marxismo y hasta identificarse con él… Así, la Iglesia no aparece ya como signo que invita a la Fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su aceptación” (¿Por qué permanezco en la Iglesia?, Ed. Sígueme, 2005, pág.94).

Si a esas consideraciones añadimos la “condescendencia” a la Lgtbi; a la falta real de Fe en la Eucaristía cuando se le trata pastoralmente con banalidad; a la “condescendencia” con la homosexualidad; al empeño de “dialogar” con todos los paganos del mundo y abandonar la misión de predicarles a Cristo, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, que viene a anunciarnos la Salvación y el perdón de nuestros pecados, cuando nos arrepentimos, pedimos perdón y seguimos sus Mandamientos. etc.; daremos el primer paso para entender la crisis de vocaciones
sacerdotales en todo el mundo así llamado Occidental.

En Asia y en África los católicos, con miserias y errores como ha sucedido a lo largo de los siglos, siguen predicando el Evangelio, anunciando el Reino de Dios, y, a quienes se convierten de sus pecados y de sus errores, de su “paganismo”, les bautizan en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com