Tribunas

 

Matrimonios rotos, niños heridos

 

 

Ángel Cabrero

 

 

Los clásicos en gran medida lo son porque consiguen adentrarnos en el fondo de la naturaleza humana con una literatura de gran riqueza expresiva. La infinidad de libros que se editan actualmente no debería distraernos de volver una y otra vez a ellos. Con Dostoievski no hay duda, es un hombre con gran fondo que sabe transmitir los grandes temas de la historia de los hombres.

Seguramente en los momentos históricos en que vivió Dostoievski no era un problema muy generalizado el que se presenta en su última novela, Los hermanos Karamazov. Hay una idea nítida al terminar la lectura de esta larga obra, entre otras cosas porque el autor, en las últimas páginas, pone en boca del hermano menor, Aliosha, el deseo de que aquellos muchachos que tiene alrededor puedan tener un recuerdo nítido y positivo de su infancia y juventud en la familia. Toda esta larga novela no es otra cosa que pintar hasta qué límite de inmoralidad se puede llegar cuando los hijos lo que han visto en casa es el ejemplo terrible de un padre depravado.

No sabemos si el autor conoce muchos casos en los que se dé ese nivel de maldad en un hombre bien situado en la sociedad. Lo preocupante en nuestro caso es considerar la cantidad de casos que se dan de egoísmo familiar en nuestros días. La cantidad de niños que tienen una infancia desgraciada porque sus padres no viven juntos. Sabemos hasta punto puede influir en la educación de los hijos. Aliosha, en esta novela, les hace ver a los muchachos que no hay nada que les puede ayudar tanto el día de mañana como el recuerdo de su infancia influida por una buena educación. Es como una garantía de futuro. Con el tiempo la persona es consciente de lo feliz que era cuando vivía esa vida de paz familiar.

Ahora resulta que cada vez es más excepcional. Ahora encontramos un porcentaje muy preocupante de matrimonios rotos y, lo que es peor, de niños que son educados mal por sus padres. Ya sabemos la problemática: el padre que tiene en su casa unos días a sus hijos tiende a consentir todo tipo de caprichos solo para ganárselos, como un afán de competencia con la otra parte. Es decir, se comportan, seguramente tanto la madre como el padre en muchas ocasiones, de modo opuesto a lo que, según cualquier persona con dos dedos de frente, es la buena educación: o sea consentir en todo momento el capricho habitual.

Leyendo esta gran novela rusa surge la preocupación. No es que descubramos ahora la importancia de la buena educación dentro de una familia, pero ciertamente la lectura de “Los hermanos Karamazov” hace reflexionar sobre un tema tan grave. Es lo que tiene la lectura. Es lo que no tiene una película, normalmente. El libro, después de más de mil páginas, ha ido empapando en el lector unas ideas que desea transmitir. Página tras página va poniéndole en situación. Le lleva a detestar el mal, le lleva a admirarse ante las personas buenas. ¡Qué maravilloso efecto el de un buen libro!

En este caso deja un poso de preocupación, que sin duda es lo que pretendió el autor, por las familias rotas. El número de divorcios al año, la duración de los matrimonios, en su mayoría, suena a desastre social grave. Porque de esos proyectos efímeros, en la medida que han tenido descendencia, son una lacra difícil de medir. Pero da la impresión de que a la mayoría esto les sale por una friolera. Lo importante es “que seamos felices”, llegan a decir ellos, sin pensar ni un minuto en las pobres criaturas.

 

 

Fedor Dostoiewsky,
Los hermanos Karamazov.

 

 

 

 

 

 

Ángel Cabrero Ugarte