Tribunas

¿Qué Iglesia?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

En medio de las discusiones en algún ámbito eclesiástico para “interpretar” la misión de la Iglesia en el mundo que nos rodea y, de paso, poner entre comillas la realidad de la Iglesia fundada por Jesucristo, he parado mi atención en un artículo del entonces profesor Ratzinger aparecido en un libro editado por ediciones Sígueme, en 2005, que lleva por título “¿Por qué permanezco en la Iglesia?”,

Vaya la cita por delante para que a nadie se le ocurra que estamos ante un nuevo ejemplo de plagio al leer transcritos algunos párrafos de este escrito que, publicado por vez primera en Alemania el año 1971, es de una innegable, y asombrosa, actualidad.

“Las instituciones y los aparatos eclesiásticos son sin duda objeto de una crítica radical como jamás ha existido, pero también absorben la atención general con una exclusividad más acentuada que antes, de manera que para muchos la Iglesia queda reducida a esa realidad institucional” (pág. 90)  (…)  “Detrás de todo esto se perfila el problema central de la cuestión: la crisis de la fe” (ib.)

“Es preciso reconocer que dentro de la Iglesia la fe ha entrado en una agitada fase de efervescencia” (pág. 91).

Aunque esperando que no suceda, y rezando por la unidad de y en la Iglesia fundada por Cristo, y no en una “unidad de federación de iglesias” -y va todo con minúsculas-; hasta el mismo Papa ha hablado de la presencia de un cierto espíritu de cisma.

¿Que ocurre? Sencillamente, que algunos eclesiásticos alzan la voz queriéndose inventar “otra iglesia”, interpretando a su  manera la verdad de los hechos y de la palabra del Señor.

Ratzinger comentaba entonces: "Los límites entre la interpretación y la negación de las verdades principales se hacen cada vez más difíciles de reconocer”.

“Y mientras se discute hasta dónde pueden llegar los límites de la interpretación, el rostro de Dios se vuelve cada vez más borroso. La “muerte de Dios” es un proceso totalmente real, que se instala hoy en el mismo corazón de la Iglesia. Dios muere en la cristiandad, al menos eso es lo que parece. De hecho, allí donde la resurrección pasa de ser un acontecimiento de una misión vivida a una imagen superada, Dios no actúa ya” (pág. 91).

“Según estos, el único criterio para juzgar a la iglesia es su eficacia. Queda sin embargo por establecer cuál sea la verdadera eficacia y para qué objetivos se debe usar. ¿Para criticar la sociedad, para ayudar al desarrollo, para fomentar la revolución? ¿O quizá  para celebraciones comunitarias?” (p. 92).

Y ahora podríamos añadir: ¿para resolver el así llamado cambio climático?; ¿para igualar todo tipo de religiones sueltas por el mundo, y no vivir el “descarte” con ninguna, aunque se la haya inventado el diablo?, ¿para arreglar los tratados de paz entre las naciones del mundo?

“Una Iglesia que, contra toda su historia y su naturaleza, sea considerada únicamente desde un punto de vista político no tiene ningún sentido, y la decisión de permanecer en ella, si es puramente política, no es leal, aunque se presente como tal”  (pág)  97), subraya Ratzinger.

“Finalmente, no ya una estabilidad indestructible, sino la condescendencia con todas las corrientes de la historia, con el colonialismo, el nacionalismo y recientemente los intentos de hacer las paces con el marxismo y hasta identificarse con él...Así, la Iglesia no aparece ya como un signo que invita a la Fe, sino precisamente como un obstáculo para su aceptación” (pag. 94).

Ahora podríamos añadir después del marxismo, y los puntos sucesivos, la lgtbi, las otras religiones para que la liturgia se convierta en una reunión de vecinos y no llame a nadie la atención de que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, están allí;  el querer democrático del “pueblo de Dios”, etc., etc...

“Da la impresión de que la verdadera teología consiste sólo en quitarle a la Iglesia sus predicados teológicos, para considerarla y tratarla bajo un aspecto puramente político” (pág. 95). O sea, sin hacer referencia explícita a la Persona y a las Palabras de Cristo.

Y cierro estas líneas con una pregunta que se hace el mismo Ratzinger:

“¿Qué sería del mundo sin Cristo, sin un Dios que habla y se manifiestas, que conoce al hombre y a quien el hombre puede conocer?” (pág. 106).

Cristo en la Iglesia, la Iglesia en Cristo. No hay lugar para una “otra” iglesia; y la historia lo deja de manifiesto con bastante claridad.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com