Colaboraciones

 

La verdad, su valor teológico y político

 

La Verdad, como valor fundamental de la comunidad política, requiere del ejercicio personal de la virtud

 

 

11 diciembre, 2019 | por Jonathan A. García Nieves


 

 

 

La comunidad política, como todo ámbito de la vida social, requiere de puntos de referencia que guíen su estructuración y conducción por la senda del Bien Común.

El cristianismo predica valores fundamentales de la vida social y política, desentrañados de la revelación bíblica; y los cuales, por ser inherentes a la dignidad de la persona humana, no están limitados a determinadas culturas ni épocas, sino que constituyen un acervo común e imperecedero de toda la humanidad.

Entre estos valores se encuentra la Verdad; la cual se yergue como gran faro lumínico que nos permite mantener el rumbo cierto, a pesar de las brumas de algunos sistemas, proyectos, intenciones, ideologías y postulados, que amenazan obscurecer el entendimiento.

En su carta encíclica Veritatis Splendor, Juan Pablo II afirmó que “Ciertamente, para tener una «conciencia recta», el hombre debe buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad”. De tal manera, la Verdad, como valor fundamental de la comunidad política, requiere del ejercicio personal de la virtud y, por ende, de una actitud moral de todos los miembros del cuerpo social, que han de abrazar este valor como garantía para alcanzar una recta conciencia ciudadana.

Así, tanto los ciudadanos comunes como los gobernantes –que son los mayores responsables de la vida pública- deben buscar y abrazar el valor de la Verdad, procurar perfeccionar toda estructura social, cultural, jurídica, política y económica del país.

En la comunidad política, la mentira en todas sus vertientes, manifestaciones y recursos retóricos (falsedad, engaño, manipulación; calumnia, injuria, perjurio, eufemismo, posverdad, fake-new; populismo, demagogia, etc.), se contrapone al Bien Común; y, por ende, va en contra del plan de Dios para la humanidad.

En el ámbito del ser, el orden social deseado Dios, es inherente a su esencia en el hombre, que –creado a su imagen y semejanza- está predestinado a conformar el cuerpo social en reflejo de algunos atributos divinos como la Libertad, la Justicia, el Amor y la Verdad.

Dios, que es verdadero e infinitamente veraz, llama al hombre a su encuentro. Razón por la cual, el ser humano, por naturaleza, siempre mostrará inquietud ante lo desconocido, y se sentirá atraído hacia el conocimiento de la Verdad, de manera similar cómo el hierro es atraído por la fuerza magnética. Se trata de una hermosa realidad ontológica, insuperablemente descrita por San Agustín de Hipona: “Nos creaste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.

No obstante, el hombre, esencialmente atraído por el conocimiento de la Verdad, no necesariamente abrazará ésta al encontrarla; pues, así como en su naturaleza está el sentirse atraído por la Verdad, también en su naturaleza está la libertad de aceptarla, creerla, asumirla y honrarla. Ello en virtud de que la persona humana, en su libre albedrío, es también imagen y semejanza de su Creador, que es infinitamente libre.

De modo que el ser humano está naturalmente inclinado al conocimiento de la Verdad; pero sin que ello desvirtúe su libertad de negarla y contradecirla en ejercicio de su libre albedrío.

El hombre puede encontrar o no la Verdad; y, en caso de encontrarla, será libre de reconocerla o negarla, de asumirla o rechazarla. Siempre podrá el hombre incluso mentir y, con ello, afectar el conocimiento y comprensión de la Verdad por terceras personas. Pero lo que nunca podrá el hombre es desvirtuar ni alterar la Verdad, porque ésta es inmutable.

Como bien lo expresara el poeta español, Antonio Machado: “La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”.

Ya en el ámbito del deber-ser, es de destacar que el hombre, además de su natural inquietud por la Verdad, tiene el deber de buscarla y honrarla a fin de ser cada vez mejor persona. En este sentido, resuenan las palabras de Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”; y por ello, siendo la Verdad un atributo de Dios; su búsqueda, respeto y atestiguación constituyen deber fundamental de la moral cristiana.

Este deber moral de buscar, respetar y atestiguar la Verdad; interpela al venezolano de hoy, y le impulsa reaccionar -como en efecto ha reaccionado- ante un escenario político en que los gobernantes, de manera impúdica, echan mano de la posverdad: ese eufemismo de la mentira, que la Real Academia de la Lengua ha definido como la “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Esta situación es particularmente grave, ya que el Estado venezolano cuenta con una hegemonía comunicacional absoluta, lograda no solamente con múltiples expropiaciones y cierres de medios libres, sino también con una planificada proliferación de medios ideologizantes a su servicio; así como un férreo control legal y administrativo del sector, a través de la amordazante Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión (Ley RESORTE) y la censora Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL).

El Estado venezolano –por demás- hace gala de una eficaz ingeniería psico-política, hábilmente dirigida desde los servicios de inteligencia, y ejecutada por un formidable aparato de redes sociales, cuya misión es desinformar y generar confusión en la opinión pública.

En la Venezuela de hoy, el ciudadano común, en su azarosa búsqueda de la verdad, debe desmalezar cotidianamente el campo de la “información” circulante; un campo que el régimen se encarga de plagar de fake-news (noticias falsas): ese anglicismo de moda, con el que se llama a los contenidos pseudo periodísticos, difundidos a través de los medios y redes sociales, y cuyo objetivo es la desinformación con fines de engañar a la población; así como manipular la opinión pública, e inducirla al error para obtener ventaja política y/o económica.

En estas circunstancias históricas, urge apuntalar los cimientos morales de nuestra República, debilitados por largos años de anti-valores predicados y practicados desde el poder, y entre los cuales se destacan la mentira, el engaño y la manipulación. La Verdad debe ser restaurada como valor fundamental de nuestra comunidad política. Y en este sentido, cobran gran importancia las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, Madre y Maestra de Humanidad, que nos enseña que “Vivir en la verdad tiene un importante significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad.” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 198).

Para restaurar los cimientos morales de la República, y muy particularmente el valor fundamental de la Verdad, se amerita de un gran esfuerzo como nación. En ese sentido, tanto los responsables de la vida pública como la ciudadanía en general, debemos emprender una histórica campaña de prolongado aliento, procurando que la Verdad sea honrada en los más variados espacios y ámbitos de nuestra comunidad política. Y en ello tienen gran responsabilidad los liderazgos de todos los sectores políticos.

La ciudadanía tiene derecho a saber la verdad, sin importar la tendencia, sector, partido o liderazgo político que pueda resultar afectado. El pueblo venezolano anhela y tiene derecho a ser libre, y para ello necesita mucho más que un urgente y justificado cambio de régimen. Todos, como sociedad, precisamos guiarnos por el esplendor de la Verdad: ese valor teológico-moral y también socio-político, indispensable para la auténtica libertad de los pueblos.

Sirva la ocasión para recordar y confiar en la promesa del Redentor:

 “…la verdad os hará libres”.