Tribunas

Y el cardenal Cañizares tomó la delantera

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

Cuando escribo estas líneas aún no se ha hecho público el comunicado de la Conferencia Episcopal en el que se reproduzca la carta que el presidente Blázquez le haya enviado a Pedro Sánchez. Un carta de felicitación, entendemos, por haber conseguido los votos necesarios para ser presidente del gobierno, en la que se apunte alguna idea más. No muy lejos de la redacción de la misiva estará el obispo secretario, monseñor Luis Argüello. Una garantía.

En días pasados el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, fue el protagonista eclesial, incluso en la carrera de san Jerónimo. Su carta pastoral pidiendo oraciones por España corrió de móvil en móvil como la pólvora. Le paraban incluso por la calle para felicitarle por un texto que refleja la inquietud del pueblo fiel. Una preocupación legítima que supo formular y poner en valor.

Preocupación que nace de la historia y del conocimiento de quiénes son y qué proponen los que han llegado al gobierno.

Incluso se llegó a atribuir al obispo de San Sebastián, Monseñor José Ignacio Munilla el texto de Cañizares, quien muy probablemente lo que hizo fue decir que firmaba, de la primera a la última letra, lo dicho por don Antonio. O añadir algún argumento.

Tuvo el cardenal Cañizares el honor de recibir la invectiva del representante de Encomu-Podem, Jaume Ausens, que al final de su intervención en la sesión parlamentaria arremetió contra el arzobispo de Valencia porque hubiera pedido oraciones por España, singularizando en él la imagen de una España que solo existe en la cabeza del señor Ausens.

El político podemita le señaló públicamente. No he visto a nadie que haya salido a defender al cardenal Cañizares y a decir que Cañizares somos muchos. Todo esto por afirmar que hay que rezar por España. ¿Acaso eso de rezar por España en estas horas complejas no es cristiano?

Bueno, hay que decir, para ser sinceros, que horas antes de que comenzara la sesión parlamentaria, el cardenal Ricardo Blázquez, desde su sede de Pucela, hizo pública una entrevista que era una especie de balance de fin de año, y también de su presidencia de la Conferencia Episcopal, en la que utilizaba conceptos poco esperanzadores, peor muy matizados, como “inquietud”, “futuro incierto”, “estar alerta” para referirse al nuevo gobierno.

Y repetía un clásico de su argumentación: “Pediría que el espíritu de la Transición, que es de diálogo, de confianza recíproca, de reconciliación, no se olvide, porque si no, es muy difícil poder convivir los distintos. Espero que no se formen bloques de una parte y de otra, no reproduzcamos nuestra historia en capítulos penosos”. Por cierto, Transición ya sentenciada.

Pues está claro. El cardenal Cañizares se va a convertir, porque ya lo es, en una voz profética de la Iglesia en España. Será señalado por algunos de dentro y por algunos de fuera. Y eso tendrá un precio. Le acusarán de no propiciar el diálogo, palabra bendita, de echar teas al fuego, de no facilitar el encuentro, la concordia, de alentar el frentismo, de apocalíptico. Pero eso don Antonio parece que lo tiene descontado.

Y, como por las noches duerme tranquilo, porque tranquila está su conciencia, se reafirma en el ministerio de la verdad, que también es llamar a lo que ocurre por su nombre. Y en la denuncia de lo que suponga un atentado contra la verdad, contra la dignidad de las personas, contra su libertad y la libertad de la Iglesia, que no es de defensa de los supuestos privilegios, como repiten quienes compran determinados eslóganes.

Estoy seguro de que cuando el gobierno haga algo bueno, que afecte al bien común, el cardenal lo dirá. Pero no sé si le darán muchas oportunidades. No digo que no vaya a ver obispos que se sumen a este servicio de profetismo eclesial. Solo digo que el cardenal Cañizares ha tomado la delantera.

 

José Francisco Serrano Oceja