Colaboraciones

 

Casualidad y casualidad

 

Sobre la supuesta aparición de la vida por casualidad, por azar

 

 

12 marzo, 2020 | por Javier Garralda


 

 

 

 

¿Las obras de arte aparecen por casualidad, sin autor, sin artista?

La obra de arte del complejo oído humano, o de la maravillosa cámara de vídeo automática del ojo del hombre ¿carecen de causa, no hay ningún artista o prodigioso científico que los hayan producido?

Si vemos en la calle un aparato de televisión abandonado, dudaríamos del sano juicio de alguien que dijera: “mira qué casualidad: sus piezas están milimétricamente engarzadas para que capte las ondas y nos procure la imagen en movimiento a distancia, porque, por supuesto, nadie la ha ideado ni fabricado: está ahí por puro azar”.

Pues si para un aparato o una obra de arte nos parece de locos atribuirlos a la casualidad, ¡cuánto más la sinfonía de todo el Universo ha de tener un artista, una inteligencia sublime de que procede!

Por otra parte, ¿qué quiere decir “por casualidad”?: Significa lo mismo “que no tiene causa”. Ahora bien ¿cuál es la misión del científico?: explicarnos precisamente las causas de un fenómeno. Y si así es para un solo fenómeno que nos interpela, que mueve nuestro interés y necesidad de comprender, ¿será sólo para el conjunto infinitamente más complejo de todo el universo, o de la vida, cuando el científico, dimitiendo de su condición de buscador de causas, de su ser como científico, nos diga que no tiene causa ni artista, es decir, que es fruto de la casualidad?

Y para comprender la complejidad de los seres vivos, bástenos decir que una bacteria E. coli, en la escala más sencilla de la vida, requiere un material (nucleótidos) tan sofisticado que reunir por azar exactamente sus componentes tendría una probabilidad de 1 billonésima de billonésima de billonésima… (con mayor precisión una probabilidad sobre 10 elevado a 2 millones cuatrocientos mil (un 1 seguido de más de 2 millones de ceros)) [Página 49 del libro de José Mª Simón Castellví de este año del 2020, “Profesión: curar, aliviar, consolar” (ética de la profesión médica)]

Pero es que además aquellos que defienden a capa y espada la aparición de la vida por azar se topan con muro insalvable: ¿cómo ese material reunido casualmente en una combinación entre millones de millones de pruebas cobraría vida? Existe un salto mortal e insalvable entre disponer de un material y hacer que sus partes se engarcen armónicamente, se relacionen recíprocamente entre sí y vivan.

De lo que es menos en una cualidad, materia sin vida, no surge lo que es más en esa cualidad, un ser vivo. De modo que la aparición de la vida exige una causa que posea la vida y pueda así trasmitirla. Del mismo modo que la aparición de un ser inteligente requiere una causa que posea la inteligencia.

Decía genialmente el gran filósofo Aristóteles que (“en absoluto”) el ser en potencia (en nuestro caso, la materia que se haría materia viviente) exige, para que llegue a ser lo que pueda llegar a ser, que preexista, que exista antes, el ser en acto (ser efectivamente, actualmente, existente, que exista antes un ser vivo). Podemos visualizarlo diciendo que nadie camina hacia lo que no existe. Nada evoluciona si no existe de alguna manera la meta de la evolución. Nadie puede subir a una montaña si no existe la montaña.

Ni, aunque dispusiéramos de millones de años, o de un tiempo infinito, jamás de seres no vivos podría surgir un ser vivo. Es previa la preexistencia de un ser vivo (y así capaz de generar vida) para explicar la aparición de seres vivos.

Para el creyente que escucha la música de todo el universo, la sinfonía de la Creación, este ser, que es Vida por esencia, es Dios. Y al no creyente se le plantean unos interrogantes que, si es honesto intelectualmente, no puede negar.