Tribunas

Nostalgia de la Santa Misa

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Son muchas y variadas las llamadas a la serenidad en la situación que todos estamos viviendo. Y es muy rica y creativa la imaginación de un buen número de personas en la esperanza de encontrar caminos adecuados para vivir estos días de incertidumbre.

El peligro de un sufrimiento imprevisto, la cercanía de una muerte con la que no se contaba, el dolor de seres queridos, ha removido el alma de no pocas personas, y han vuelto a pedir perdón al Señor por sus pecados, a confesarse, y a elevar su mirada al Cielo.

Más de un sacerdote –y algún que otro obispo- ha salido por las calles vacías de su barrio, de su pueblo, bendiciendo con el Santísimo en las manos, las calles, las farmacias, los establecimientos de alimentación abiertos, los coches de la policía. Una palabra del Señor para decir a todos que Él estaba allí, sosteniéndoles en las batallas, acompañándoles en las penas. Y el Papa también se arrodilla ante el Sagrario, en oración.

Pequeños grupos de personas, situándose a las distancias adecuadas, rezan el Santo Rosario manteniendo en el aire un rosario hecho de globos. Al acabar, sueltan el rosario, terminado en una cruz, que sube lenta, poco a poco, hacia el firmamento, hasta que se pierde de vista.

¿Añoranza de Dios? ¿Añoranza de la Madre de Dios y Madre nuestra? La reacción de algunos obispos de cerrar las Iglesias desconcertó a más de un creyente; como si fuera una cierta falta de Fe en la cercanía de Cristo a su pueblo. La indicación de cierre se ha retirado pronto, también en Roma. Se recomienda no salir a la calle, y pocas personas podrán sentarse en un rincón de una iglesia, acompañar al Señor en el Sagrario y descubrirse acompañadas por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Ante la posible concentración de fieles viviendo la Santa Misa, en algunas diócesis se ha dado la indicación de no celebrar; en otras, se ha dado permiso a sacerdotes para que puedan celebrar tres Misas cada domingo, y se ha sugerido que los fieles mantengan una cierta distancia entre ellos.

No pasará ningún día en esta tierra, y hasta el fin de la aventura humana –que terminará- sin que se celebre la Santa Misa. Y estos días de abstinencia eucarística los aprovechará el Señor, para que descubramos que no nos podemos contentar con ir a la iglesia los domingos y fiestas de guardar, seguir un poco las actuaciones del sacerdote, enterarnos más o menos de las oraciones, de la homilía, prestar más o menos atención en el momento de la Consagración, recibir algo distraídos el Cuerpo y la Sangre de Cristo al consumir la Hostia Santa, y volver a casa hablando tranquilamente y de cualquier cosa con la familia y amigos.

Estos días en los que nos preparamos para vivir con Cristo su pasión, su muerte, su resurrección, nos pueden servir para reverdecer la nostalgia de la Santa Misa, el encuentro más pleno que vivimos con Cristo durante nuestra vida en la tierra, al ofrecer nuestra vida, unida a la Suya, a Dios Padre por la redención de todos nosotros, pecadores. Nostalgia de la venida de Cristo en la Comunión eucarística a nuestras vidas, para vivirlas Él con nosotros.

Y nos pueden recordar, al descubrir la perenne novedad de la Santa Misa, que el Espíritu Santo y Santa María nos ayudarán siempre a vivirla con Cristo Nuestro Señor.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com