Servicio diario - 10 de mayo de 2020


 

Regina Coeli: “Crean también en mí” nos pide Jesús
Raquel Anillo

Sahel: El Papa alienta la plantación de un millón de árboles
Anne Kurian

Europa: “Colaboración” para enfrentar las consecuencias de COVID-19
Anne Kurian

El homenaje del Papa a las madres
Anne Kurian

San Ignacio de Láconi, 11 de mayo
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Regina Coeli: “Crean también en mí” nos pide Jesús

Palabras antes de la oración mariana

mayo 10, 2020 14:22

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 10 mayo 2020).- El Papa  preside el Regina Coeli desde  la Biblioteca Apostólica del Vaticano en este V Domingo de Pascua en el que muchos países celebran el día de la Madre.

Jesús comenzó diciendo: “No se turbe vuestro corazón”, ¿Pero cómo podemos asegurarnos de que nuestros corazones no se preocupen?, el Papa nos da dos remedios para el malestar: El primero es: “Crean también en mí”. Esta angustia, en la que la dificultad se suma a la dificultad, no puede ser superada solos. Necesitamos de la ayuda de Jesús, por eso Jesús nos pide que tengamos fe en Él, es decir, que no nos apoyemos en nosotros mismos, sino de Él”.

El segundo es: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. […] Voy a prepararles un lugar” Esto es lo que hizo Jesús por nosotros: nos reservó un lugar en el Cielo. Necesitamos de la ayuda de Jesús, por eso Jesús nos pide que tengamos fe en Él, es decir, que no nos apoyemos en nosotros mismos, sino de Él”. Y añadió que para llegar al Paraíso es Él: “Yo soy el camino”.

Estas son las palabras del Papa antes del Regina Coeli: 

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Palabras del Papa antes del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy (cf. Jn 14,1-12) escuchamos el comienzo del llamado “Discurso de despedida” de Jesús. Son las palabras que dirigió a los discípulos al final de la última cena, justo antes de enfrentarse a la Pasión. En un momento tan dramático, Jesús comenzó diciendo: “No se turbe vuestro corazón” (v. 1). También nos lo dice a nosotros, en los dramas de la vida. ¿Pero cómo podemos asegurarnos de que nuestros corazones no se preocupen?

El Señor indica dos remedios para el malestar: El primero es: “Crean también en mí” (v. 1). Parecería un consejo un poco teórico y abstracto. En cambio, Jesús quiere decirnos algo preciso. Él sabe… que, en la vida, la peor ansiedad, el malestar, lo que nos turba, viene de la sensación de no poder afrontar los problemas, de sentirnos solos y sin ningún punto de referencia ante lo que está sucediendo. Esta angustia, en la que la dificultad se suma a la dificultad, no puede ser superada solos. Necesitamos de la ayuda de Jesús, por eso Jesús nos pide que tengamos fe en Él, es decir, que no nos apoyemos en nosotros mismos, sino de Él. Porque la liberación de la angustia pasa por la confianza, confiarnos a Jesús y esta es la liberación de lo que nos turbe, y Jesús ha resucitado y está vivo precisamente para estar siempre a nuestro lado. Entonces podremos decirle: “Jesús, creo que has resucitado y estás a mi lado. Creo que me escuchas. Te traigo lo que me molesta lo que me turba, mis aflicciones: tengo fe en ti y me encomiendo a ti”.

Luego hay un segundo remedio para el malestar, que Jesús expresa con estas palabras: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. […] Voy a prepararles un lugar” (v. 2). Esto es lo que hizo Jesús por nosotros: nos reservó un lugar en el Cielo. Tomó sobre sí nuestra humanidad para llevarla más allá…de la muerte, a un nuevo lugar, en el Cielo, para que donde Él esté nosotros también podamos estar allí. Es la certeza que nos consuela: hay un lugar reservado para todos. Hay también un puesto para mí, cada uno tiene su puesto allá. No vivimos sin rumbo ni destino. Se nos espera, somos valiosos. Dios está enamorado de la belleza de sus hijos. Y para nosotros ha preparado el lugar más digno y hermoso: el Paraíso. No lo olvidemos: la morada que nos espera es el Paraíso. Aquí estamos de paso. Estamos hechos para El Cielo, para la vida eterna, para vivir para siempre. Para siempre: es algo que ni siquiera podemos hacer ahora. Pero es aún más hermoso pensar que esto será para siempre todo en la alegría, en plena comunión con Dios y con los demás, sin más lágrimas, sin rencores, sin divisiones y nada que nos turbe.

¿Pero cómo llegar al Paraíso? ¿Cuál es el camino? He aquí la frase decisiva de Jesús hoy: “Yo soy el camino” (v. 6). Para ascender al Cielo el camino es Jesús: es tener una relación viva con Él,  imitarlo en el amor, seguir sus pasos. Cada uno de nosotros como cristianos nos podemos preguntar: “¿Qué camino sigo?” Hay caminos que no conducen al Cielo: los caminos del poder, los caminos de la mundanidad, los caminos de la auto-afirmación, del egoísmo. Y está el camino de Jesús, el camino del amor humilde, de la oración, de la mansedumbre, de la confianza, del servicio a los demás. No es el camino de mi protagonismo, es el camino de Jesús el protagonista de mi vida. Es seguir adelante cada día diciendo: “Jesús, ¿qué piensas de mi elección? ¿Qué harías en esta situación, con estas personas?” Nos hará bien preguntarle a Jesús, que es el camino, las indicaciones para el Paraíso. Que Nuestra Señora, Reina del Cielo, nos ayude a seguir a Jesús, que nos abrió el Cielo.

 

 

 

 

Sahel: El Papa alienta la plantación de un millón de árboles

Una iniciativa juvenil inspirada en Laudato Si’

mayo 10, 2020 14:52

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 10 mayo 2020).- El Papa Francisco alentó la plantación de un millón de árboles en el Sahel durante el Regina Coeli, que presidió el 10 de mayo de 2020, en vivo desde la Biblioteca del Palacio Apostólico.

Después de la oración mariana, el Papa habló de la primera visita pastoral de Juan Pablo II a África, cuarenta años antes (mayo de 1980): “dando voz al grito de las poblaciones del Sahel, duramente golpeadas por la sequía”.

Hoy felicito a los jóvenes comprometidos con la iniciativa “Laudato Si ‘Alberi” “Laudato Si’ Árboles”.  “El objetivo, dijo, es plantar en la región del Sahel al menos un millón de árboles que formarán parte de la “Gran Muralla Verde de África”.

“Espero”, agregó, “que muchas personas puedan seguir el ejemplo de solidaridad de estos jóvenes”.

 

 

 

 

Europa: “Colaboración” para enfrentar las consecuencias de COVID-19

Deseos del Papa en el Regina Coeli

mayo 10, 2020 15:06

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 10 mayo 2020).- Enfrentar las consecuencias de la pandemia de COVID-19 ”en un espíritu de armonía y colaboración”: este es el llamado del Papa Francisco a los líderes de la Unión Europea, durante el Regina Coeli, el 10 de mayo de 2020, al día siguiente del día de Europa.

Después de la oración mariana, el Papa expresó un pensamiento por Europa, con motivo del 70 aniversario de la Declaración de Schuman (9 de mayo de 1950).

Esta declaración, subrayó, “inspiró el proceso de integración europea, permitiendo la reconciliación de los pueblos del continente después de la Segunda Guerra Mundial y el largo período de estabilidad y paz del que nos beneficiamos hoy”.

Y el Papa desea: “Que el espíritu de la Declaración de Schuman inspire a todos los que tienen responsabilidades dentro de la Unión Europea, llamados a enfrentar las consecuencias sociales y económicas causadas por la pandemia en un espíritu de armonía y colaboración”.

 

 

 

 

El homenaje del Papa a las madres

Para el día de la madre en Italia

mayo 10, 2020 15:21

Angelus y Regina Coeli

(zenit – 10 mayo 2020).- El Papa Francisco rindió homenaje a las madres durante el Regina Coeli, este 10 de mayo de 2020, mientras que Italia celebra el Día de la Madre.

“Quiero recordar con gratitud y afecto a todas las madres, confiándolas a la protección de María, nuestra madre celestial”, dijo en una transmisión en vivo desde la Biblioteca del Palacio Apostólico.

“Mis pensamientos también están con las madres que han pasado a la otra vida y que nos acompañan desde el cielo”, continuó el Papa, invitando: “Tengamos un momento de silencio para que todos recuerden a su madre”.

 

 

 

 

San Ignacio de Láconi, 11 de mayo

Conocido como “el padre santo”

mayo 10, 2020 09:00

Testimonios de la Fe

 

“El padre santo, así era conocido este virtuoso lego capuchino, originario de Cerdeña, que se sobrepuso a su débil salud poniéndose bajo el amparo de María. Fue agraciado con numerosos dones, en particular, el de milagros”

Este humilde lego, que fue un dechado de virtudes, nació en Láconi, Cerdeña, el 18 de diciembre de 1701. Era el segundo de nueve hermanos. Crecieron en un hogar falto de recursos materiales, pero de gran riqueza espiritual. En el bautismo le impusieron tres nombres: Francisco, Ignacio y Vicente, prevaleciendo en su familia éste último. Del cielo llovieron a través de él tal cúmulo de gracias que, como han dicho algunos de sus biógrafos, se convirtieron también en su martirio en vida, y «estorbo» tras su muerte para el reconocimiento de su santidad. Su madre, devotísima de san Francisco, le narraba su biografía y milagros, y Vicente se entusiasmó con él, haciendo sus pinitos para imitarle. Una vez más, las enseñanzas maternas eran vía segura para alentar el camino de una gran vocación. Este hijo que la escuchaba embelesado poniendo de manifiesto la sensibilidad y ternura por lo divino no dejaba a nadie indiferente. Llamaba la atención no solo de su familia sino también del vecindario. Le conocían entrañablemente como il santarello (el santito). Esta aureola de virtud le acompañaría el resto de su vida. Su padre era labrador y pastor, y él siguió sus pasos. La oración y el ayuno que realizaba eran tan intensos que su organismo decayó y saltaron las alarmas en su entorno porque era de constitución débil y enfermiza.

Al inicio de su juventud barajó la opción de la vida religiosa, pero estaba indeciso y dejó aparcada la idea. Sin embargo, a los 17 años se le presentó una grave enfermedad, que casi le cuesta la vida, y prometió a Dios que si sanaba ingresaría en la Orden capuchina. Recobró la salud, y durante dos años relegó al olvido su promesa. Hasta que un día se encabritó su caballo, y alzó la voz desencajado pidiendo a Dios socorro, al tiempo que renovaba el compromiso que le hizo, que esta vez fue definitivo. Tenía 20 años y un aspecto tan deteriorado que el provincial no quiso admitirle pensando que no soportaría la dureza de la vida conventual. Vicente no se desanimó. Por mediación de sus padres obtuvo la recomendación del marqués de Láconi, y en 1721 se integró en la comunidad de San Benito, de Cagliari, cumpliéndose su anhelo.

El noviciado requería temple, ciertamente. Pero él ya sabía lo que era el ayuno y la penitencia. Ahora bien, tomó con tanto brío las mortificaciones que estuvo a punto de caer desfallecido. No había medido adecuadamente sus fuerzas y acudió a María: “Madre mía, ayúdame, que ya no puedo más”. Ella le acogió y le instó a seguir adelante con renovado ímpetu: “Ánimo, fray Ignacio; acuérdate de la pasión dolorosa de mi Hijo divino; y lleva tú también tu cruz con paciencia”. El hecho fue que en sesenta años de consagración no volvió a experimentar tal fatiga. Emitió los votos en 1722 y siguió progresando en el amor a base de oración continua, silencio y vivencia de las virtudes evangélicas. En su día a día no hubo hechos extraordinarios, pero se distinguió por su heroicidad en la perfección buscando la unión con Dios. Vivía maravillosamente la pobreza. Tan desasido estaba de todo que hasta le delataba el penoso estado del hábito y de sus maltrechas sandalias que le provocaban sangrantes heridas en los talones.

Pasó por varios conventos y al final fue trasladado al de Buoncammino, en Cagliari. Había sido antes cocinero, y en este último destino comenzó trabajando en el telar, hasta que los superiores le encomendaron la labor de limosnero, recolector de alimentos y proveedor de las necesidades materiales de la comunidad. La gente le estimaba porque veían en él al verdadero discípulo de Cristo. Se mezclaba con los que estaban en las tabernas y plazas del puerto movido por el afán de socorrer a los pobres, y ayudar a tantos pecadores que se convirtieron con su ejemplo. Era paciente, agradecido, amable; poseía las cualidades del buen limosnero. Con su prudencia conquistó el alma de un rico usurero y prestamista que se sorprendió de que nunca le pidiese nada, pasando reiteradamente por alto ante su puerta. Un día, cuando el santo acudió a casa del comerciante, como le indicaron sus superiores, recogió un cargamento de bienes que por el camino se convirtieron en una masa sanguinolenta. Al llegar al convento, dijo: “Vea, reverendo padre, vea la sangre de los pobres amasada con los robos y con la usura de aquel hombre: esas son sus riquezas…”. Extendiéndose el prodigio por la ciudad, el especulador se arrepintió de su avaricia, se desprendió de sus bienes y no comerció más con los ajenos.

Ignacio intentaba ocultar las gracias que Dios le otorgaba con estratagemas que, seguramente, dieron lugar a que muchos le consideraran una especie de mago. A veces, recurriendo incluso a remedios naturales hacía creer que las curaciones milagrosas eran en realidad fruto de las últimas fórmulas de la medicina. En medio de los hechos sobrenaturales que se le atribuyen, su vida, como la de todos los santos, estuvo amasada de íntimas renuncias; por su conducta cotidiana fue reconocido como hombre de Dios. Los ciudadanos de Cagliari lo denominaron “el padre santo”, un calificativo atestiguado por contemporáneos suyos. José Fues, pastor protestante que residía en la isla, en una misiva enviada a un amigo germano le decía: “Vemos todos los días dar vueltas por la ciudad pidiendo limosna un santo viviente, el cual es un hermano laico capuchino que se ha ganado con sus milagros la veneración de sus compatriotas”.

En 1779 perdió la vista y llenó su quehacer con la oración. Supo de antemano la hora de su deceso, lo cual le permitió dispensar a los religiosos de su presencia ante su lecho, rogándoles que fuesen a Vísperas. Falleció a los 80 años el 11 de mayo de 1781 con fama de santidad entre las gentes que le habían aclamado por sus numerosas virtudes. Los prodigios, que tan bien conocían, se multiplicaron tras su muerte. Pío XII lo beatificó el 16 de junio de 1940, y lo canonizó el 21 de octubre de 1951.