Paraíso

 

¿Qué es el Reino de Dios?

 

Jesús ha venido a establecer un reino de paz y de justicia. Jamás lo definió de manera directa, aunque sí que habló de él mediante numerosas parábolas. Compara el Reino con un grano de mostaza, con la levadura, con un tesoro o con una perla fina.

 

 

08 mayo 2020, 15:01 | La Croix


 

 

 

 

 

¿Es el anuncio del Reino una novedad respecto al Antiguo Testamento?

En el Antiguo Testamento la noción de Reino se utiliza, únicamente, para evocar los reinos existentes en aquella época. Por otro lado, el lenguaje bíblico reconoce a Dios como soberano de un modo particular, de una manera que ningún ser humano podría reclamar para sí.

“En el Antiguo Testamento se tiene una concepción de Dios como creador, como libertador”, explica monseñor Pierre Debergé, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y director del Seminario francés de Roma. “Dios es el rey absoluto, y no hay ningún poder que no dependa de él. En este sentido, Dios se limita a conceder el estatus real a los reyes bíblicos, pues Él y sólo Él es el único rey”. 

Varios salmos hacen referencia a este reinado de Dios, tal y como expresa, por ejemplo, el salmo 144: “Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas; explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”.

Las palabras de Jesús con respecto al Reino suponen una revolución. “El Reino que Jesús anuncia no caerá del cielo. Respecto a la historia de Israel, es un acontecimiento radicalmente novedoso -asegura Odile Flichy, biblista y profesora en el Centre Sèvres-. Con Jesús se abre una nueva era: el absoluto divino que se encarna y entra en la historia humana”.

 

¿Cómo y cuándo habla Jesús del Reino?

En los Evangelios, la cuestión del Reino es omnipresente en la predicación de Jesús, y particularmente en el evangelio de Mateo, que llega a utilizar este término hasta 49 veces. El término griego basileia podemos traducirlo, según el contexto, como “reino” o como “reinado”, como sucede en el Padrenuestro, donde el término reino toma el significado de reinado.

En su libro titulado Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger, el papa emérito Benedicto XVI, señalaba que el mensaje central del Evangelio estaba contenido en el siguiente anuncio de Jesús: “El Reino está cerca”. El anuncio del Reino es “el núcleo del discurso y obra de Jesús”.

Para poder hacer comprensible y mostrarnos el sentido de este Reino, Jesús se vale de numerosas parábolas, como en un ejercicio pedagógico. “El sentido íntimo de las parábolas no es evidente y eso permite distinguir a aquellos que buscan el comprender a los demás -señala Odile Flichy-. Nos muestran casi todos los aspectos de la vida bajo el reinado de Dios”.

Cristo compara el Reino con “un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13, 24), y nos indica que es semejante “a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo” (Mt 13, 31), o “a la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo” (Mt 13, 33).

“Mediante las parábolas, Jesús nos muestra la grandeza y sencillez del Reino, evitando con ello el peligro que supondría pensar el poder y la realiza divinas sirviéndonos de nuestros parámetros humanos”, insiste Debergé.

 

Entonces, ¿cómo podemos definir el Reino?

Durante el rezo del Ángelus, en enero de 2008, Benedicto XVI hacía referencia a esta expresión difícilmente explicable. “Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando -explicaba-. Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza”.

Este Reino, paradójico desde muchos puntos de vista, no se manifiesta en el poder ni en la fuerza, sino en la paciencia y en la mansedumbre. “Es visible en el abarramiento del hijo, que se niega a retener su gloria para sí, convirtiéndose en siervo, subraya Debergé. La soberanía de Dios no es arrolladora, sino que se ejerce con amor, con abajamiento, haciéndose patente en la pobreza mediante el don de sí mismo”. Y, frente a Pilato, Jesús declara abiertamente que su “Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36).

“El Reino sigue siendo algo misterioso, no es algo que podamos asir, -insiste Odile Flichy-. Es fruto de una nueva economía salvífica, de una inversión de los valores, que pone a los más pequeños en el centro. Su principal guía son las Bienaventuranzas. Estas suponen una anticipación de la vida en el Reino”. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” proclama Jesús (Mt 5, 3).

 

¿Cómo se entra en el Reino?

Lo específico de este Reino -que se suele asimilar al Cielo, al Paraíso o, incluso a la casa del Padre en el Catecismo- es que, al mismo tiempo, es actual y aún está por venir, constituyendo una realidad, una promesa. Para el papa Francisco, “nace en los corazones”. “Es como una semilla, pequeña, pero que no cesa de crecer”, resume Pierre Debergé. “Y hoy día se hace patente en nuestros gestos de amor”.

Sin embargo, y como señala Jesús, para entrar en el Reino hay que esforzarse en buscarlo y ser sujetos de una conversión: “Os aseguro que el que no acoja el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lc 18, 17). “¡Qué difícil es para un rico entrar en el Reino de Dios!”, asegura Jesús (Lc 18, 24).

“Aunque es cierto que el Reino de Dios está abierto a todos nosotros -es un don, un regalo, una gracia-, no es una pieza de coleccionista, nos exige un cierto dinamismo: nos empuja a buscar, a caminar, a esforzarnos”, explicaba el papa Francisco en julio de 2017. Aunque es cierto que Dios “quiere que todos los hombres se salven”, tal y como se indica en la Primera Carta del Apóstol san Pablo a Timoteo (2, 4).

Aquellos que sean, por misericordia de Dios, admitidos a su Reino, son objeto de la promesa de una vida en comunión con Él: un misterio que supera toda la experiencia humana. Más que un lugar, algo que supondría situar el Reino en categorías espacio-temporales, el apóstol Pablo, en la carta a los Tesalonicenses, (I, 4, 17), habla del fin del hombre y afirma: “Estaremos siempre con el Señor”.