Tribunas

Voluntarios del amor de Dios

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

En medio de todas las restricciones del culto que hemos vivido estos días, y esperemos que pronto se pueda volver a la normalidad con los cuidados necesarios para que el virus no rebrote, estamos asistiendo a unas manifestaciones de caridad en muchas parroquias que, sin duda, habrán sido muy bien recibidas en el Cielo.

Hombres y mujeres, jóvenes y personas de una cierta edad, se han presentado voluntarios para atender a enfermos, acompañar a ancianos que estaban solos en sus casas, llevar comida a familias necesitadas, cuidar a desvalidos en cualquier situación difícil, etc.; y han sacado adelante su tarea con todos los cuidados y prevenciones sanitarias necesarias.

He visto a muchas de esas personas llegar al templo, arrodillarse ante el Sagrario, estar un rato de oración y adoración, cada uno guardando las distancias previstas, ante el Señor Sacramentado que no abandona jamás la tierra, ni se recluye ante ninguna pandemia; y salir luego a llevar a cabo su misión de caridad cristiana. Y digo caridad, aunque las noticias hablen con mucha más frecuencia de solidaridad que de caridad, por lo que añado a continuación.

Muchos de estos voluntarios quizá no son conscientes de que, al verlos con esa disposición y pidiéndole a Él ayuda, adorándolo, para realizar su labor, el Señor se va a servir de sus disposiciones para hacer llegar Su Amor a todas esas personas necesitadas a las que van a atender.

La gente que conocí en aquella parroquia era muy consciente de que no iban a vivir con aquellos necesitados de cariño, de atención, un simple deseo de ser solidarios con su situación. Ellos rezaron, y rezan, para que con su cercanía el corazón y la mente de esas personas descubran que Quien les está atendiendo y dando cariño es el mismo Cristo.

Amor a Dios, amor al prójimo. Es el Mandamiento Nuevo de Jesús; y amar al prójimo como Él nos ama. Los cristianos, y todos los hombres, tenemos un cierto y grave deber de mejorar en nuestra relación con el prójimo, para que no sea una simple solidaridad en sus necesidades y sus penas que, si acaso, llegaría a ser una caridad horizontal, de hombre a hombre; pero que no llegaría a abrirles el alma para que ellos amen a Cristo, que es el mejor bien que un ser humano puede recibir.

En estos voluntarios no había ese peligro. Al adorar de rodillas a Cristo Sacramentado estaban abriendo su corazón y renovando su buen deseo de amar a Dios sobre todas las cosas. Vivirían una caridad también vertical, de Dios al hombre, y su corazón sería un cauce para que el amor de Dios se derrame en aquellos necesitados de pan y de amor que iban a acompañar.

Al verlos prepararse con sus mascarillas, guantes, me acordé de una visita semejante que hice con un par de seminaristas a un sacerdote anciano que estaba enfermo en un hospital. Nos recibió un poco extrañado. Después de un rato de intentar establecer una buena relación, me preguntó que queríamos de él, que él no nos podía dar nada. Le miré con cariño, estaba muy triste, y le dije que no queríamos nada, que solamente deseábamos que pasara un buen rato, y que viera que había sacerdotes y futuros sacerdotes que le querían, y que le daban gracias por toda su sacrificada vida sacerdotal. Comenzó a llorar; cambió su disposición, y después de un rato de paz y alegría, al despedirnos y después de bendecirnos, me pidió que le confesara.

Aquellos voluntarios regresaron contentos y conmovidos de su misión. Con las comidas y la compañía están desarrollando su labor con Cristo, por Cristo y en Cristo. Y con Cristo piden a Dios que los que atienden respiren ese buen aroma de Cristo, descubran el amor de Cristo en la Cruz que les acompaña en sus sufrimientos de cada día, y recen con ellos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es a Quien rezan aunque se hayan olvidado hasta del Padrenuestro y, por sus circunstancias, no sean del todo conscientes de lo que hacen.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com