Servicio diario - 30 de mayo de 2020


 

Rosario: El Papa y la Iglesia rezan por la salud de la humanidad
Larissa I. López

Carta del Papa a los sacerdotes de la diócesis de Roma
Redacción

El Papa recibe a una delegación de la Comunidad Làzare
Anita Bourdin

En plena pandemia, 20 mil matrimonios renuevan promesas matrimoniales
Redacción

Bioética: Redes de genotipos y evolución biológica
Justo Aznar

Santa Bautista (Camila) de Varano, 31 de mayo
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

Rosario: El Papa y la Iglesia rezan por la salud de la humanidad

En medio de la pandemia

mayo 30, 2020 19:00

Papa y Santa Sede

(zenit – 30 mayo 2020).- Hoy, víspera del Domingo de Pentecostés, a las 17:30 el Papa Francisco ha presidido el rezo del Santo Rosario desde la Gruta de Lourdes en los Jardines del Vaticano para pedir a la Virgen por la salud de toda la humanidad.

A su llegada a esta gruta, que contaba con la presencia de fieles, el Santo Padre, acompañado por Mons. Rino Fisichela, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización,  ha colocado unas flores frente a la imagen de Nuestra Señora de Lourdes y ha rezado ante ella.

Antes de comenzar la oración mariana, transmitida por zenit, Francisco ha dirigido una plegaria a la Virgen. Santuarios marianos de todo el mundo se han unido a Francisco telemáticamente en este momento de oración.

 

Rezo de los misterios

El rezo de los Misterios Dolorosos ha sido dirigido por un total de 14 personas que representan a los colectivos particularmente afectados por la emergencia sanitaria causada por la COVID-19.

Así, el primer misterio ha sido ofrecido por los médicos, las enfermeras y todo el personal médico y enunciado por Giuseppe Culla, neumólogo, y la enfermera Giulia Pintus.

Maurizio Fiorda, voluntario de Protección Civil , su mujer y su hija, junto con Giovanni De Cerce, superviviente del coronavirus, han dirigido el segundo misterio. Este se ha rezado por el ejército, la policía, los bomberos y todos los voluntarios.

El tercer misterio, en el que se ha recordado a los sacerdotes y personas consagradas que han traído los sacramentos y palabras de consuelo a los enfermos y a los que han perdido sus vidas al servicio de su comunidad, ha sido conducido por don Gerardo Rodríguez Hernández, capellán de hospital y Zelia Andrighetti, superiora general de las Hijas de San Camilo, comunidad infectada en masa por el virus.

El cuarto misterio, ofrecido por los moribundos, por los fallecidos y por todas las familias que han sufrido el dolor de una pérdida, fue pronunciado por Francesco Scarpino, farmaceútico y por Tea Pompeo, que perdió a su madre a causa del coronavirus.

El último misterio fue llevado por Vania De Luca, periodista, y la familia Bartoli, que tuvo un bebé durante la pandemia. De este modo, se oró por los que necesitan ser apoyados en la fe y la esperanza, por los desempleados, por los que se han quedado solos y por los niños que han venido al mundo en tiempos de COVID-19.

 

Invocación a la Virgen

Al término del rezo de la oración mariana, el Papa Francisco rezó frente a la Virgen la segunda oración propuesta por él mismo en su carta escrita con motivo del mes de mayo, dedicado a la Virgen y que comienza “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”.

Finalmente el Papa ha impartido su bendición y ha saludado especialmente a los santuarios de América Latina conectados con este momento de oración: “A todos ustedes en los Santuarios de América Latina, veo Guadalupe y tantos otros, que están comunicados con nosotros, unidos en la oración. En mi lengua materna los saludo. Gracias por estar cerca a todos nosotros. Que nuestra Madre de Guadalupe nos acompañe”.

 

Santuarios del mundo

Entre los numerosos santuarios que se han conectado para acompañar al Papa se encuentran: de Europa, Lourdes, Fátima, Santa Rita de Casia, Pompeya, Czestochowa; de Estados Unidos, el santuario de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.).

En África, el santuario de Elele (Nigeria) y de Notre-Dame de la Paix (Costa de Marfil); y de América Latina, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (México), Chiquinquirá (Colombia), de Luján y Milagro (Argentina).

 

 

 

 

Carta del Papa a los sacerdotes de la diócesis de Roma

En la Solemnidad de Pentecostés

mayo 30, 2020 19:26

Papa y Santa Sede
Roma

(zenit – 30 mayo 2020).- En la Solemnidad de Pentecostés, el Papa Francisco escribe una carta a los sacerdotes de la diócesis de Roma, dado que “en este tiempo pascual pensaba encontrarlos y celebrar juntos la Misa Crismal” y no va a ser posible “una celebración de carácter diocesano” por la situación de emergencia sanitaria.

La misiva ha sido publicada hoy, 30 de mayo de 2020, vísperas de Pentecostés, por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

Mañana a las 10, Domingo de Pentecostés, Francisco celebrará la Santa Misa, sin presencia de fieles, en la capilla del Santísimo Sacramento de la Basílica Vaticana.

A continuación, sigue la carta completa del Papa a los sacerdotes de la diócesis de Roma.

***

 

Carta del Santo Padre

Queridos hermanos:

En este tiempo pascual pensaba encontrarlos y celebrar juntos la Misa Crismal. Al no ser posible una celebración de carácter diocesano, les escribo esta carta. La nueva fase que comenzamos nos pide sabiduría, previsión y cuidado común de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano.

Durante este tiempo de pandemia muchos de ustedes me compartieron, por correo electrónico o teléfono, lo que significaba esta imprevista y desconcertante situación. Así, sin poder salir y tomar contacto directo, me permitieron conocer “de primera mano” lo que vivían. Este intercambio alimentó mi oración, en muchas situaciones para agradecer el testimonio valiente y generoso que recibía de ustedes; en otras, era la súplica y la intercesión confiada en el Señor que siempre tiende su mano (cf. Mt 14,31). Si bien era necesario mantener el distanciamiento social, esto no impidió reforzar el sentido de pertenencia, de comunión y de misión que nos ayudó a que la caridad, principalmente con aquellas personas y comunidades más desamparadas, no fuera puesta en cuarentena. Pude constatar, en esos diálogos sinceros, cómo la necesaria distancia no era sinónimo de repliegue o ensimismamiento que anestesia, adormenta o apaga la misión.

Animado por estos intercambios, les escribo porque quiero estar más cerca de ustedes para acompañar, compartir y confirmar vuestro camino. La esperanza también depende de nosotros y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nutre y fortalece en el encuentro con los demás y que, como don y tarea, se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos.

Les escribo mirando a la primera comunidad apostólica que también vivió momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre. Pasaron cincuenta días entre la inamovilidad, el encierro y el anuncio incipiente que cambiaría para siempre sus vidas. Los discípulos, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban por temor, fueron sorprendidos por Jesús que «poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!” Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo” (Jn 20,19-22). ¡Que también nosotros nos dejemos sorprender!

“Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor” (Jn 20,19).

Hoy, como ayer, sentimos que “el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón” (Const. past. Gaudium et spes, 1). ¡Cuánto sabemos de esto! Todos hemos oído los números y porcentajes que día a día nos asaltaban y palpamos el dolor de nuestro pueblo. Lo que llegaba no eran datos lejanos: las estadísticas tenían nombres, rostros, historias compartidas. Como comunidad presbiteral no fuimos ajenos ni balconeamos esta realidad y, empapados por la tormenta que golpea, ustedes se las ingeniaron para estar presentes y acompañar a vuestras comunidades: vieron venir el lobo y no huyeron ni abandonaron el rebaño (cf. Jn 10,12-13).

Sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos, parroquianos, confesores, referentes de nuestra fe. Pudimos mirar el rostro desconsolado de quienes no pudieron acompañar y despedirse de los suyos en sus últimas horas. Vimos el sufrimiento y la impotencia de los trabajadores de la salud que, extenuados, se desgastaban en interminables jornadas de trabajo preocupados por atender tantas demandas. Todos sentimos la inseguridad y el miedo de trabajadores y voluntarios que se expusieron diariamente para que los servicios esenciales fueran mantenidos; y también para acompañar y cuidar a quienes, por su exclusión y vulnerabilidad, sufrían aún más las consecuencias de esta pandemia. Escuchamos y vimos las dificultades y aprietos del confinamiento social: la soledad y el aislamiento principalmente de los ancianos; la ansiedad, la angustia y la sensación de desprotección ante la incertidumbre laboral y habitacional; la violencia y el desgaste en las relaciones. El miedo ancestral a contaminarse volvía a golpear con fuerza. Compartimos también las angustiantes preocupaciones de familias enteras que no saben cómo enfrentarán “la olla” la próxima semana.

Estuvimos en contacto con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia. Como el horno pone a prueba los vasos del alfarero, así fuimos probados (cf. Si 27,5). Zarandeados por todo lo que sucede, palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos apostólicos. Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos, asustados, desprotegidos. También vivimos ese sano y necesario enojo que nos impulsa a no bajar los brazos contra las injusticias y nos recuerda que fuimos soñados para la Vida. Al igual que Nicodemo, en la noche, sorprendidos porque “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va”, nos preguntamos: “¿Cómo puede suceder eso?”; y Jesús nos respondió: “¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes?” (cf. Jn 3,8-10).

La complejidad de lo que se debía enfrentar no aceptaba respuestas casuísticas ni de manual; pedía mucho más que fáciles exhortaciones o discursos edificantes incapaces de arraigar y asumir conscientemente todo lo que nos reclamaba la vida concreta. El dolor de nuestro pueblo nos dolía, sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a todo lo que sucede. Podemos decir que vivimos comunitariamente la hora del llanto del Señor: lloramos ante la tumba del amigo Lázaro (cf. Jn 11,35), ante la cerrazón de su pueblo (cf. Lc 13,14; 19,41), en la noche oscura de Getsemaní (cf. Mc 14,32-42; Lc 22,44). Es la hora también del llanto del discípulo ante el misterio de la Cruz y del mal que afecta a tantos inocentes. Es el llanto amargo de Pedro ante la negación (cf. Lc 22,62), el de María Magdalena ante el sepulcro (cf. Jn 20,11).

Sabemos que en tales circunstancias no es fácil encontrar el camino a seguir, ni tampoco faltarán las voces que dirán todo lo que se podría haber hecho ante esta realidad altamente desconocida. Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar, rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad en desdicha. No se trata solamente de un hecho individual, familiar, de un determinado grupo social o de un país. Las características del virus hacen que las lógicas con las que estábamos acostumbrados a dividir o clasificar la realidad desaparezcan. La pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras y nadie puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados.

La narrativa de una sociedad profiláctica, imperturbable y siempre dispuesta al consumo indefinido fue puesta en cuestión develando la falta de inmunidad cultural y espiritual ante los conflictos. Un sinfín de nuevos y viejos interrogantes y problemáticas —que muchas regiones creían superados o los consideraban cosas del pasado— coparon el horizonte y la atención. Preguntas que no se responderán simplemente con la reapertura de las distintas actividades, sino que será imprescindible desarrollar una escucha atenta pero esperanzadora, serena pero tenaz, constante pero no ansiosa que pueda preparar y allanar los caminos que el Señor nos invite a transitar (cf. Mc 1,2-3). Sabemos que de la tribulación y de las experiencias dolorosas no se sale igual. Tenemos que velar y estar atentos. El mismo Señor, en su hora crucial, rezó por esto: “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn 17,15). Expuestos y afectados personal y comunitariamente en nuestra vulnerabilidad y fragilidad y en nuestras limitaciones corremos el grave riesgo de replegarnos y quedar “mordisqueando” la desolación que la pandemia nos presenta, así como exacerbarnos en un optimismo ilimitado incapaz de asumir la magnitud de los acontecimientos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-228).

Las horas de tribulación ponen en juego nuestra capacidad de discernimiento para descubrir cuáles son las tentaciones que amenazan atraparnos en una atmósfera de desconcierto y confusión, para luego hacernos caer en derroteros que impedirán a nuestras comunidades promover la vida nueva que el Señor Resucitado nos quiere regalar. Son varias las tentaciones, propias de este tiempo, que pueden enceguecernos y hacernos cultivar ciertos sentimientos y actitudes que no dejan que la esperanza impulse nuestra creatividad, nuestro ingenio y nuestra capacidad de respuesta. Desde querer asumir honestamente la gravedad de la situación, pero tratar de resolverla solamente con actividades sustitutivas o paliativas a la espera de que todo vuelva a “la normalidad”, ignorando las heridas profundas y la cantidad de caídos del tiempo presente; hasta quedar sumergidos en cierta nostalgia paralizante del pasado cercano que nos hace decir “ya nada será lo mismo” y nos incapacita para convocar a otros a soñar y elaborar nuevos caminos y estilos de vida.

“Llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ‘¡La paz esté con ustedes!’. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!”” (Jn 20,19-20).

El Señor no eligió ni buscó una situación ideal para irrumpir en la vida de sus discípulos. Ciertamente, nos hubiera gustado que todo lo sucedido no hubiera pasado, pero pasó; y como los discípulos de Emaús, también podemos quedarnos murmurando entristecidos por el camino (cf. Lc 24,13-21). Presentándose en el cenáculo con las puertas cerradas, en medio del confinamiento, el miedo y la inseguridad que vivían, el Señor fue capaz de alterar toda lógica y regalarles un nuevo sentido a la historia y a los acontecimientos. Todo tiempo vale para el anuncio de la paz, ninguna circunstancia está privada de su gracia. Su presencia en medio del confinamiento y de forzadas ausencias anuncia, para los discípulos de ayer como para nosotros hoy, un nuevo día capaz de cuestionar la inamovilidad y la resignación, y de movilizar todos los dones al servicio de la comunidad. Con su presencia, el confinamiento se volvía fecundo gestando la nueva comunidad apostólica.

Digámoslo confiados y sin miedo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos porque allí, en medio nuestro, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos (cf. Jn 15,5). La alegría cristiana nace precisamente de esta certeza. En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: “¡La paz esté con ustedes!”.

Reconforta tomar el Evangelio y contemplar a Jesús en medio de su pueblo asumiendo y abrazando la vida y las personas tal como se presentan. Sus gestos le dan vida al hermoso canto de María: “Dispersa a los soberbios de corazón; derriba a los poderosos de su trono y enaltece a los humildes” (Lc 1,51-52). Él mismo ofreció sus manos y su costado llagado como camino de resurrección. No esconde ni disfraza o disimula las llagas; es más, invita a Tomás a hacer la prueba de cómo un costado herido puede ser fuente de Vida en abundancia (cf. Jn 20,27-29).

En reiteradas ocasiones, como acompañante espiritual, pude ser testigo de que «la persona que ve las cosas como realmente son y que se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Y de ese modo se anima a compartir el sufrimiento ajeno y a no escapar de las situaciones dolorosas. De ese modo se da cuenta de que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece y experimenta que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: “Lloren con los que lloran” (Rm 12,15). Saber llorar con los demás, esto es santidad» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 76).

“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban al Espíritu Santo’” (Jn 20,22).

Queridos hermanos: Como comunidad presbiteral estamos llamados a anunciar y profetizar el futuro como el centinela que anuncia la aurora que trae un nuevo día (cf. Is 21,11); o será algo nuevo o será más, mucho más y peor de lo mismo. La Resurrección no es sólo un acontecimiento histórico del pasado para recordar y celebrar; es más, mucho más: es el anuncio de salvación de un tiempo nuevo que resuena y ya irrumpe hoy: “Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43,19); es el “por-venir” que el Señor nos invita a construir. La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor. Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad. Si una presencia intangible fue capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular. Un puñado de hombres temerosos fue capaz de iniciar una corriente nueva, anuncio vivo del Dios con nosotros. ¡No teman! “La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 109).

Dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado. Que sea Él desde su costado herido, signo de lo dura e injusta que se vuelve la realidad, quien nos impulse a no darle la espalda a la dura y difícil realidad de nuestros hermanos. Que sea Él quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo, no con temor sino con la audacia y el derroche evangélico de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14,13-21); con la valentía, premura y responsabilidad del samaritano (cf. Lc 10,33-35); con la alegría y la fiesta del pastor por su oveja perdida y encontrada (cf. Lc 15,4-6); con el abrazo reconciliador del padre que sabe de perdón (cf. Lc 15,20); con la piedad, delicadeza y ternura de María en Betania (cf. Jn 12,1-3); con la mansedumbre, paciencia e inteligencia del discípulo del Señor (cf. Mt 10,16-23). Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales. Dejémonos sorprender también por nuestro pueblo fiel y sencillo, tantas veces probado y lacerado, pero también visitado por la misericordia del Señor. Que ese pueblo nos enseñe a moldear y templar nuestro corazón de pastor con la mansedumbre y la compasión, con la humildad y la magnanimidad del aguante activo, solidario, paciente pero valiente, que no se desentiende, sino que desmiente y desenmascara todo escepticismo y fatalidad. ¡Cuánto para aprender de la reciedumbre del Pueblo fiel de Dios que siempre encuentra el camino para socorrer y acompañar al que está caído! La Resurrección es el anuncio de que las cosas pueden cambiar. Dejemos que sea la Pascua, que no conoce fronteras, la que nos lleve creativamente a esos lugares donde la esperanza y la vida están en lucha, donde el sufrimiento y el dolor se vuelven espacio propicio para la corrupción y la especulación, donde la agresión y la violencia parecen ser la única salida.

Como sacerdotes, hijos y miembros de un pueblo sacerdotal, nos toca asumir la responsabilidad por el futuro y proyectarlo como hermanos. Pongamos en las manos llagadas del Señor, como ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la de la humanidad entera. El Señor es quien nos transforma, quien nos trata como el pan, toma nuestra vida en sus manos, nos bendice, parte y comparte, y nos entrega a su pueblo. Y con humildad dejémonos ungir por esas palabras de Pablo para que se propaguen como óleo perfumado por los distintos rincones de nuestra ciudad y despierten así la discreta esperanza que muchos —silenciosamente— albergan en su corazón: “Atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,8-10). Participamos con Jesús de su pasión, nuestra pasión, para vivir también con Él la fuerza de la resurrección: certeza del amor de Dios capaz de movilizar las entrañas y salir al cruce de los caminos para compartir “la Buena Noticia con los pobres, para anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19), con la alegría de que todos ellos pueden participar activamente con su dignidad de hijos del Dios vivo.

Todas estas cosas que pensé y sentí durante este tiempo de pandemia quiero compartirlas fraternalmente con ustedes para ayudarnos en el camino de la alabanza al Señor y del servicio a los hermanos. Deseo que a todos nos sirvan para “más amar y servir”.

Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.

Fraternalmente

 

Francisco

Roma, en San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, solemnidad de Pentecostés.

 

 

 

 

El Papa recibe a una delegación de la Comunidad Làzare

Videoconferencia con varias casas

mayo 30, 2020 17:18

Papa y Santa Sede

(zenit – 30 mayo 2020).- El Papa Francisco recibió en audiencia a una delegación de la comunidad de origen francés y ahora europea Làzare, acompañada por el arzobispo emérito de Lyon, el cardenal Philippe Barbarin, en la Casa de Santa Marta, el pasado viernes 29 de mayo de 2020, a las 11.

Desde 2011, Lázaro ha estado promoviendo experiencias de convivencia, en apartamentos compartidos “entre jóvenes y antiguos sin techo”, señala la edición de L’Osservatore Romano del 30 de mayo de 2020.

El diario del Vaticano, que publica una foto del encuentro, destaca que el Papa “respondió ampliamente a las preguntas de los presentes» y que “estableció un diálogo con ellos sobre diversos temas”.

La página de Facebook de la Comunidad Làzare publicó hace unos días un acertijo: “¿Qué es blanco y está esperando? “ Ahora  responden con humor: “Sigue siendo blanco, pero ya no espera más”.

Esta página precisa que el Papa respondió a las preguntas en una videoconferencia con las diferentes casas de Lázaro: “¡Este viernes 29 de mayo, a las 11:00, el Santo Padre iba a recibir a 200 compañeros de Lázaro! ¡La COVID-19 impidió esta reunión! El Papa Francisco tuvo la audacia de aceptar hacer una videoconferencia con todas nuestras casas y responder a las preguntas de los compañeros. ¡Una mini delegación de Lázaro está allí! Gracias, querido Papa Francisco, por su cercanía y por este enorme regalo por nuestro 10º aniversario! ¡El video completo de la reunión en las redes muy pronto! “.

¡Continuará! Pero Làzare ya ha publicado hermosas fotos de la reunión.

Recordemos que Làzare y su fundador Etienne Villemain están en el origen de la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por Francisco a petición de Etienne Villemain durante el peregrinaje “Fratello” de 2016 en Roma.

 

 

 

 

En plena pandemia, 20 mil matrimonios renuevan promesas matrimoniales

Gracias a Familia Unida Internacional

mayo 30, 2020 19:42

Familia y sociedad

(zenit – 30 mayo 2020).- Este sábado, 30 de mayo de 2020, veinte mil matrimonios renovaron sus promesas matrimoniales en un encuentro virtual organizado por Familia Unida Internacional, informa la Oficina de Comunicación de Regnum Christi de México.

Con temas sobre el perdón, la comunicación y la economía, cuatro sacerdotes especialistas orientaron a los participantes de más de 15 países.

La cuarentena que se vive en todo el planeta ha sido un reto para las relaciones de pareja y familiares; la intensa convivencia y la pandemia en si misma, ha generado un incremento en la violencia intrafamiliar.

Con base en las cifras oficiales reportadas por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en marzo las llamadas procedentes al 911 sobre violencia familiar, se incrementaron 23% respecto a febrero y la tendencia sigue incrementando.

 

Familia Unida

Como una respuesta a esta crisis, Familia Unida, institución sin fines de lucro que ofrece asesorías y certificaciones familiares, organizó una serie de cuatro exposiciones con grandes expertos en materia familiar. El objetivo es “ayudar a una renovación matrimonial que impacte positivamente en la armonía de las familias y la sociedad”, aclaran los organizadores.

El primer expositor fue el padre Adolfo Güemez, legionario de Cristo, quien abordó de las cuatro columnas que sostienen al matrimonio. Explicó que la conexión que se da cuando la pareja se conoce y enamora, se va desgastando, por lo que hay que aprender a re-conectarse.

El padre Guillermo Serra, legionario de Cristo, reflexionó sobre el perdón, dijo que es una de las palabras más difíciles de pronunciar, que se debe conocer todo un lenguaje del perdón y desarrollar la capacidad para expresar lo que sentimos.

Para el padre Ángel Espinoza de los Monteros, legionario de Cristo, amar es la manera más intensa de vivir, así lo afirmó en su exposición, en donde resaltó que el amor de pareja es un detonador virtuoso que se transmite a los hijos y de ahí a toda la sociedad.

Finalmente, el padre Evaristo Sada, legionario de Cristo reflexionó de cómo es posible transformar las experiencias de escasez en matrimonio, a experiencias de abundancia. Dijo que la desconfianza es una oportunidad para generar una nueva relación de confianza para pasar de una exigencia continua a una situación de comprensión y respeto que de manera natural lleva a las parejas a un ambiente de reconocimiento y gratitud.

Durante las conferencias, se dieron asesorías en línea con la finalidad de ayudar a las parejas a reconectarse en el amor y desde el amor. Se pude acceder a esta renovación en la página de Facebook del P. Adolfo Güemez LC.

 

 

 

 

Bioética: Redes de genotipos y evolución biológica

Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia

mayo 30, 2020 18:45

Bioética y defensa de la familia

(zenit – 29 mayo 2020).- Es criterio común que el mecanismo inexorable que impulsa la evolución es la variabilidad de los seres vivos la selección natural que preserva y hace prosperar aquellas variantes más aptas para reproducirse y dar a su vez nuevas generaciones de las variantes.

Este mecanismo evolutivo ya fue propuesto por Charles Darwin en su libro El origen de las especies, publicado en 1859, compartiendo también ideas de su coetáneo y amigo Alfred Wallace. La gran diferencia en el pensamiento de ambos científicos británicos es que para Darwin ese proceso evolutivo estaba únicamente regido por la selección natural y para Wallace había que dar paso en él a una fuerza exterior, una fuerza divina (ver más).

Con posterioridad a la propuesta de la teoría evolutiva por Darwin y Wallace, el monje austriaco Gregor Mendel descubrió a la luz de lo observado en el huerto de su monasterio el papel de la herencia en el proceso evolutivo biológico.

Posteriormente y armando selección natural y componente genético, a mediados del pasado siglo XX se propuso la denominada “síntesis moderna” de la evolución, que es la que ha presidido el pensamiento biológico de la evolución en los últimos años. En ella se unen el concepto de mutaciones aleatorias, herencia genética y genética de poblaciones (Aznar J, Burguete E. From Australopithecus to cyborgs. Are we facing the end of human evolution? Acta Bioethica (in press)).

Sin profundizar especialmente en el tema, sí que se puede decir que, en la “síntesis moderna”, el gen constituye el ladrillo fundamental para construir el edificio evolutivo. Por otro lado, el desarrollo de ese edifico se fundamenta en que, en el proceso hereditario genético, cada gen da lugar a una proteína y la selección natural posterior y su ulterior organización da lugar a los diversos fenotipos, que en el caso de la especie humana es el propio “homo sapiens”.

Indudablemente esta teoría evolutiva tiene grandes aciertos, y hoy se puede afirmar que la teoría de la evolución es una teoría consolidada científicamente, aunque no totalmente definida, pues todavía hay algunos puntos oscuros sobre los que conviene seguir reflexionando.

Sin duda, uno de ellos, para algunos el de mayor caldo, es la difícil posibilidad de que, con mutaciones genéticas puntuales, que con las distintas proteínas, se hayan podido construir fenotipos tan complejos como, por ejemplo, el cerebro humano, que, en una pequeña masa proteica-lipídica, de unos 1450 gramos de peso, contiene alrededor de 100.000 millones de piezas, de neuronas, y más 1.000 billones de conexiones entre ellas. Cifra que hasta para la mente humana más preclara resulta difícil de imaginar.

Pues bien, esta dificultad fue concretada matemáticamente por Frank B. Salisbury, quien “calculó que el número de secuencias posibles de aminoácidos para construir una proteína de una longitud típica, asciende a la fabulosa cifra de 10540. Por otro lado, el número de proteínas que habría podido generarse por mutaciones genéticas puntuales en la tierra, desde que esta se formó, solo podría ser algo mayor de 1065, de acuerdo a la teoría hasta ahora admitida de que cada proteína está codificada por una única secuencia de ADN. Por ello, la probabilidad de que una proteína capaz de realizar una función dada, se haya generado por mutaciones genéticas al azar, es esencialmente nula” (ver más).

Una consecuencia inmediata de esta teoría es la dificultad para admitir que lo conseguido en el proceso evolutivo biológico sea fruto exclusivo de mutaciones genéticas puntuales, pero sí que ello se podría conseguir cuando a las referidas mutaciones se une la selección al azar de las más aptas funcionalmente, (Francisco Ayala. Darwin y el diseño inteligente. Creacionismo, cristianismo y evolución. Alianza Editorial. Madrid 2011), pero además de ello también podría contribuir a resolver el problema la existencia de las denominadas redes de genotipos, pues “contrariamente a lo que se había creído durante largo tiempo, hoy sabemos que, ni las secuencias genéticas se distribuyen al azar, ni la evolución darwinista procede de manera completamente errática, más bien lo hace a través de una elegante estructura subyacente que, de manera natural, explica como innovan los organismos sin perder su funcionabilidad biológica”, nos estamos refiriendo a las denominadas redes de genotipos pues “ hoy sabemos que las redes de proteínas se encuentran relacionadas con las redes de genotipos que las han producido, pues al contrario de lo que se pensó durante mucho tiempo, una proteína, o en términos más generales un fenotipo o una función biológica, no está asociada a una única secuencia de ADN, antes bien, un gran número de secuencias pueden dar lugar a la misma proteína  y además, todas las secuencias de ADN de una longitud dada que codifican la misma proteína pueden considerarse nudos de una red”.  A esto es a lo que se denomina “red de genotipos”.

Este planteamiento es congruente con la teoría neutralista de Kimura, que sostiene que el gen que codifica una proteína puede estar constituido por secuencias distintas, pero que, si los fragmentos de ADN codificante difieren en una sola letra de otros, su estructura no cambia, y tampoco cambia la proteína posteriormente producida, es decir, se trata de una mutación neutra.

Dicho de otra forma, muchas secuencias de fragmentos de ADN que solo varían en una letra pueden dar lugar a la misma proteína o al mismo fenotipo, por lo que es imposible determinar de manera unívoca la secuencia o genotipo que ha producido una proteína, si se pretende hacer por la función fenotípica que finalmente expresa, lo que permite fundamentar el concepto de red de genotipos, al considerar que “todas las secuencias genéticas que den lugar a una misma proteína o al mismo fenotipo, se consideran miembros de la misma red de genotipos. Cada nodo de esa red corresponde a una secuencia y dos nodos se pueden enlazar si sus secuencias respectivas difieren en una sola letra”.

Así se constituyen las redes de genotipos. La gran mayoría de ellas son pequeñas, pero pueden existir redes enormes, que contienen infinidad de genotipos, hasta el punto de que las redes de mayor tamaño incluyen casi todos los genotipos posibles, lo que posibilita que el proceso evolutivo biológico encuentre soluciones para la producción de proteínas funcionales de todo tipo, por lo que, si se escoge un genotipo al azar, lo más probable es que forme parte de una de las redes de genotipos existente, pues dichas redes pueden llegar a contener hasta 1054 genotipos, aunque a pesar de ello harían falta mil millones de redes para cubrir todo el espacio de redes posibles; pero como “cada red puede estar en contacto con un número enorme de otras redes, en la práctica parece que sería posible acceder a cualquier fenotipo a partir de un genotipo incluido en esa red de redes de genotipos. Esto abre a la evolución biológica unas posibilidades enormes de explorar innovaciones sin que por ello haya que sacrificar su funcionalidad”, lo que parece ser determinante para atisbar como la selección natural puede ser un mecanismo apto para poder generar todas las funciones fenotípicas existentes, es decir, la red de genotipos , o mejor la red de redes de genotipos, puede dar lugar a todos los fenotipos posibles, es decir generar todos los fenotipos necesarios para que el proceso biológico evolutivo encuentre la solución para cada necesidad que a la evolución se le plantee.

Desde un punto de vista más de fondo, si la teoría de la red de genotipos es correcta, esta podría ayudar a solventar el problema de que no haya habido tiempo suficiente desde la generación de los primeros seres vivientes para que el proceso evolutivo biológico haya podido dar lugar a la ingente cantidad de fenotipos que constituyen la naturaleza viviente y sobre todo al mejor exponente de ese proceso que es el fenotipo humano.

De todas formas, la duda persiste, pues la teoría de la red de genotipos no ha alcanzado todavía el consenso necesario entre los expertos en materia de evolución biológica, para considerar que es una teoría consolidada.

A la luz de todo lo anterior, podemos preguntarnos si las redes de genotipos tienen la potencialidad suficiente para haber producido todos los fenotipos que actualmente constituyen la incomparable diversidad de la naturaleza y si dichas redes contienen el programa necesario para generarlos, es decir, si las referidas redes de genotipos incluyen, por un lado las leyes necesarias para el adecuado desarrollo biológico y por otro los ladrillos indispensables de todo el inconmensurable edificio de la naturaleza.

 

Justo Aznar

Observatorio de Bioética

Instituto de Ciencias de la Vida

Universidad Católica de Valencia

 

 

 

 

Santa Bautista (Camila) de Varano, 31 de mayo

La Pasión de Cristo: única razón, alimento y luz de su vida

mayo 30, 2020 09:02

Testimonios de la Fe

 

“La Pasión de Cristo: única razón, alimento y luz de vida para esta santa, que atravesó la juventud seducida por los placeres mundanos hasta que se convirtió. Se hizo ofrenda suplicando la reconciliación dentro de la Iglesia”

Se entregó generosamente a Cristo después de haber experimentado los goces mundanos que formaban parte de la clase social a la que pertenecía. Nació en Camerino, Macerata, Italia, el 9 de abril de 1458. Y aunque era hija ilegítima del príncipe Julio César de Varano y de Cecchina di maestro Giacomo, no le faltó el cariño de su padre y de su esposa Juana Malatesta. Hasta que llegó el momento de su conversión, esta mujer despierta e inteligente recibió una sólida formación conforme a los cánones renacentistas. Ello incluía el conocimiento de la literatura clásica y el dominio del latín. Aprendió a pintar, dominaba los juegos de mesa, y no se privó de los bailes de salón frecuentados por personas de su alcurnia.

Espiritualmente, cuando tenía alrededor de 10 años su inocente corazón quedó encendido por las palabras que oyó pronunciar a Domenico da Leonessa. Entonces elevó a voto la costumbre de meditar todos los viernes en la Pasión de Cristo y de verter alguna lágrima por Él, como le sugirió el bondadoso fraile. Cumplió esta promesa fielmente: “Por virtud del Espíritu Santo, aquella santa palabra quedó impresa de tal manera en mi tierno e infantil corazón, que ya nunca marchó del corazón ni de la memoria”. Fray Pacífico da Urbino, otro insigne franciscano, le animó a perseverar en esta práctica piadosa. Pero a los 18 años quedó hechizada por lo fútil. Pesaron en su ánimo las ansias de vivir y de divertirse, quedando inmersa en el fulgor de la corte en la que determinados comportamientos escandalosos no se consideraban tales. “Todo el tiempo –recordó de forma retrospectiva– lo pasaba en serenatas, bailes, paseos, en vanidades y en otras cosas juveniles y mundanas que de éstas se siguen”. Después añadiría: “Bienaventurada aquella criatura que por ninguna tentación deja el bien comenzado”. Lo decía por experiencia, porque hasta los 21 años se debatió entre grandes luchas espirituales.

Aún seducida por los placeres, un persistente impulso interior le invitaba a seguir a Dios. En la Cuaresma de 1479 experimentó la gracia de comprender el don de la virginidad y el llamamiento a la vida consagrada. Eligió el convento de Santa Clara, pero al comunicar esta decisión a su padre no recibió su beneplácito. Firme en su propósito, dos años más tarde logró vencer la obstinación paterna y pudo ingresar en el monasterio de Urbino. Allí tomo el nombre de Bautista, inusual para una mujer en esa época.

El príncipe, aceptando que inevitablemente no podría desposarla con alguien de rancio abolengo, ni proveerla de una vida llena de riquezas, como había soñado, secundó el anhelo de su hija restaurando y ampliando el monasterio de Santa María Nuova. Debió pensar que era la mejor dote que podía ofrecerle sin ser rehusada por ella que había elegido la pobreza franciscana. Además, el convento estaba ubicado cerca de sus posesiones lo que emocionalmente tenía su enjundia para él, ya que al menos la mantendría en su entorno. A este lugar se trasladó Camila en 1484, después de profesar, junto a ocho religiosas. Durante su estancia, por indicación de su confesor Antonio de Segovia, redactó diversos tratados en medio de las numerosas gracias y favores celestiales que recibió; entre ellos se encuentra La pureza del corazón.

Pasó por etapas de gran aridez que expuso minuciosamente en su obra Vida espiritual. Esas experiencias fueron forjando su imparable ascenso espiritual que estuvo marcado por las renuncias, en medio de las cuales ofrendó su amor a Dios sin escatimar esfuerzos. Era el signo de una vida ascética impecable que tenía como soporte, junto a la Eucaristía y a la oración continua, esta aspiración: “entrar en el Sagrado Corazón de Jesús y ahogarse en el océano de sus dolorosísimos sufrimientos”. En ese tiempo la Iglesia se estremecía por el impacto que las tesis luteranas estaban teniendo en Alemania. Paralelamente, la desidia, origen de tantos desmanes, se había apoderado del espíritu de muchos eclesiásticos. Y Camila se afligía viendo tambalearse los cimientos de la unidad. Por eso, en su oración y entrega incluía específicamente la intención de obtener de Cristo la gracia de la conversión y, con ella, la reconciliación dentro de la Iglesia.

En su corazón revivía su amor por el Redentor, suplicando: “haz que yo te restituya amor por amor, sangre por sangre, vida por vida”. Pronto se le presentó la ocasión de cumplir tan ferviente deseo. En 1501 se desencadenó una aterradora tragedia familiar. Alejandro VI excomulgó al príncipe de Varano y lo privó de sus derechos. Al tiempo, arrasaron Camerino y asesinaron al padre y tres hermanos de Camila. Solo uno de ellos se libró de la muerte. La santa, en medio de su dolor, elevó sus súplicas por ellos al cielo y perdonó al asesino. El lema de su vida era: “‘Hacer el bien y sufrir el mal’, y sufrirlo no solos, sino con Jesús en la cruz”. Al año siguiente vio con preocupación que la masacre de Camerino podía reproducirse en el convento. Y huyendo del asedio de los Borgia, que ponía en peligro la vida de sus hermanas, partió a Fermo. No se diluyó el alto riesgo y como los señores de Fermo podían sufrir represalias por haberle dado cobijo, se dirigió a Atri, Nápoles, teniendo a su lado a Isabel Piccolomini Todeschini, que estaba casada con Mateo de Aguaviva de Aragón.

La muerte del papa Borgia le permitió regresar a Camerino. Después, coincidió que su hermano Juan, el único que había sobrevivido al asalto, fue nombrado jefe de estado de la ciudad por el papa Julio II. Este pontífice en 1505 encomendó a Camila la fundación de un nuevo monasterio en Fermo. Luego ella abrió otro en San Severino Marche ocupándose también de formar a las monjas. De ambos fue reelegida abadesa en diversas ocasiones. Su vida se apagó el 31 de mayo de 1524 a consecuencia de la peste que se desató en Camerino. Tenía 66 años, 43 de los cuales habían discurrido en la intimidad del claustro. Gregorio XVI la beatificó el 7 de abril de 1843. Benedicto XVI la canonizó el 17 de octubre de 2010.