Sacramentos

 

¿Para qué sirve (realmente) la Eucaristía?

 

Entre los católicos franceses, el ayuno eucarístico impuesto por el confinamiento ha estado en el centro de los debates a veces tan ásperos que ha llevado a reflexionar sobre el sentido profundo de este sacramento.

 

 

30 jul 2020, 15:21 | La Croix


 

 

 

 

 

La falta se sintió, para algunos católicos, a mediados de marzo, cuando el Covid-19 puso en pausa el curso de la vida cotidiana. ¿Falta de espacio, falta de reunión, falta de movilidad? ¡Quizás, pero también falta de Eucaristía! Un pequeño círculo pálido colocado en la mano o en la lengua, y una comunión que se produce. Una alianza misteriosamente renovada, por la simple ingestión de un trozo de pan sin levadura y ante el que un sacerdote ha pronunciado algunas palabras repetidas durante dos milenios: «Esto es mi cuerpo».

«¡Sigue siendo el pan de vida!» le escuchamos a una creyente portuguesa, confinada en Picardía. La misa, para Diolinda, era diaria en época normal. «La veo en la tele, pero no es lo mismo. Echo muchísimo de menos la comunión».

Otros han relativizado esta falta, recordando que la Eucaristía y la caridad son pilares inseparables de la vida cristiana y que hay mucho por hacer para ayudar a otros fuera de las iglesias cerradas. Estos últimos han manifestado, sorprendidos e incluso turbados, que la desaparición repentina de este ritual, practicado desde la infancia, no ha cambiado sus vidas diarias, al menos en apariencia. El «excesivo consumo sacramental» deplorado por algunos historiadores, consecuencia de siglos de cristianismo sociológico, ¿ha terminado por anestesiar en ellos el poder del sacramento llamado «el más grande» de todos?

En cualquier caso, el período de hambruna eucarística ha servido, más allá de los tensos y, a veces, innecesariamente violentos debates que ha suscitado, para que nos preguntemos sobre el profundo significado de la Eucaristía.: «Fuente y cumbre de toda la vida cristiana», según las palabras de las Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (n. 11), «único alimento que satisface», según las del papa Francisco.

 

Siglos de debates teológicos

Sor Bénédicte Mariolle, teóloga y Hermanita de los Pobres, retoma una metáfora empleada por el papa Juan XXIII: «Es como la fuente del pueblo, el lugar donde vamos para reponer fuerzas, volver a la vida en una experiencia comunitaria que va más allá de nuestra familia y nuestros amigos.» Combustible de la vida espiritual, fuente de la cual los católicos extraen su «fuego interior», la Eucaristía también supone un descanso en la vida cotidiana: «un espacio de gratuidad que contrasta con la lógica de la eficacia de la vida de todos los días», para sor Bénédicte Mariolle.

Pero, ¿qué está realmente en juego en este sacramento, cuyo nombre griego significa «acción de gracias» y que ha generado siglos de debates y exploraciones teológicas, desde san Agustín hasta François Varillon pasando por santo Tomás de Aquino y el Concilio de Trento?

El padre Éric Morin, profesor del Colegio de los Bernardinos y director de la revista Cahiers évangile, lo ha dicho con palabras muy sencillas: «La Eucaristía es lo que Jesús nos pidió que hiciéramos para recordarlo mientras esperamos su regreso. Se entrega a sí mismo como alimento, se deja probar, para permitirnos mantener la esperanza hasta que regrese.»

Por lo tanto, este sacramento, como los otros seis reconocidos por la Iglesia Católica, nació de una ausencia: la de Cristo muerto y resucitado, que se retiró de la historia para llevar a sus discípulos ante su Padre, donde él los espera. «Los sacramentos corresponden a otra forma de presencia de Cristo para sus discípulos, después de su vida terrenal, repite el padre Éric Morin. Estos siete gestos muestran lo que representaba la presencia de Jesús entre Galilea y Judea: él bautizó, perdonó, sanó a los enfermos...»

 

El pan de cada día

Y tomó una última cena. Esto es lo que se desarrolla en el sacramento eucarístico, para el cual el altar cubierto con un mantel recuerda un banquete. «La Eucaristía no es de ninguna manera la "repetición" de la cruz, que "de una vez por todas" no puede repetirse », insiste el padre Bernard Sesbouë en un libro aparecido este invierno (1). «La Eucaristía, en cambio, es la "repetición" de la Última Cena.».

Fue durante una cena compartida cuando Cristo prometió a sus discípulos que permanecería junto a ellos, incluso después de su muerte y resurrección. «El pan diario se hornea en un horno común», escribió Georges Bernarnos. «También debemos aceptar esta parte de lo cotidiano, lo habitual, en la Eucaristía», opina el padre Éric Morin. «Algunos días voy a comulgar porque es la hora, y eso no significa que no esté pasando nada.»

Lo que «sucede» allí, de hecho, a veces es difícil de identificar para el que recibe la comunión, incluso con la mejor voluntad. De ahí a creer que se puede prescindir de ella, solo hay un paso... Para el padre Gilles Drouin, director del Institut Supérieur de Liturgie de la Catho de París, es evidente que se puede tener «una vida cristiana auténtica sin la Eucaristía»: este fue concretamente el caso de los católicos japoneses después de la partida de los misioneros. No obstante, pide especialmente «no confundir la norma con las excepciones».

 

Un cuerpo como testamento

Del mismo modo, es posible comulgar fuera de la misa, pero solo los enfermos. El padre Henri de Lubac, un gran teólogo del siglo XX, insistió en que cada celebración eucarística tiene como objetivo hacer de la asamblea presente el cuerpo de la Iglesia, que también es el cuerpo de Cristo. «Si la Iglesia hace la Eucaristía, la Eucaristía hace la Iglesia», escribió. La dimensión comunitaria, fraterna de la Eucaristía es, por lo tanto, esencial, y este sacramento no puede reducirse al «consumo» individual del pan y el vino consagrados, antes de regresar a casa sin mirar a los compañeros de asamblea.

Recibir el cuerpo de Cristo sin traducirlo en actos es, de hecho, un posible riesgo. El padre Gilles Drouin recuerda que, a modo de testamento, Cristo no dio un mensaje -salvo el mandamiento del amor-, sino su cuerpo: en cada Eucaristía, por lo tanto, nos dice que nos entreguemos. «Debemos ajustar nuestra vida al acto que realizamos cuando participamos en la Eucaristía, que es la participación en el don de Cristo de sí mismo».

Durante sus dos meses de confinamiento en un hogar de ancianos, la hermana Bénédicte Mariolle dijo que había tomado mayor conciencia de la continuidad entre la Eucaristía y el servicio a los pobres, en este caso, a los ancianos. «La Eucaristía le recuerda al pueblo cristiano aquel hacia el que va», ha resumido perfectamente.

 

Arnaud Bevilacqua y Mélinée Le Priol