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¿Hay que tener miedo del diablo?

 

¿Hay que tener miedo del diablo? Antoine Nouis, pastor de la Iglesia Protestante Unida de Francia, consejero editorial del semanal 'Réforme', responde a Sophie de Villeneuve.

 

 

09 sep 2020, 10:54 | La Croix


 

 

 

 

 

Antes de preguntar si hay que tener miedo del diablo, ¿quizás es necesario precisar quién es?

¡Es una cuestión vieja como la Biblia! Según la época, encontramos diferentes representaciones. En el Nuevo Testamento, hay varias imágenes. Se habla del Diablo, de Satanás, Belcebú, Mammón… El diablo es múltiple. Más que de Diablo, yo hablaría del Maligno, con la idea de que hay una suerte de inteligencia del mal. El mal no es simplemente la ausencia del bien; el mal tiene una fuerza propia, una inteligencia, un poder de seducción…

 

¿Esta inteligencia es semejante a una inteligencia humana?

En los relatos de las tentaciones de Jesús, el Diablo le presenta tres tentaciones: «Di que estas piedras se conviertan en pan»: es la tentación del consumo, del tener. Después lo lleva a un monte altísimo y le dice: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras»: es la tentación del poder. Por último, lo lleva al alero del Templo y le dice: «Tírate abajo; los ángeles te sostendrán y todo el mundo te admirará»: es la tentación de la seducción. Este texto dice que para tener poder de seducción, la gente está dispuesta a renunciar a todos sus valores. Eso es la esencia de lo diabólico. Yo creo en lo diabólico, más que en el diablo; creo que existe una inteligencia del mal que no es de orden racional, pero que tiene una capacidad de seducción que nos lleva a renunciar a nuestros valores para alcanzar nuestros deseos en esos ámbitos.

 

Entonces, ¿hay que creer que esta capacidad del mal nos afecta?

¡Abra el periódico! No hay que creer, hay que saberlo. Hablo como periodista y como sociólogo, no como teólogo. En el mundo hay lugares de crispación donde el mal abunda y estoy obligado, objetivamente, a reconocer que hay fuerzas del mal que están actuando.

 

En el Evangelio se ve a Jesús que afronta el mal, le habla, le expulsa de personas. Da la impresión de que se dirige al mal como a una persona.

Una manera de luchar contra el mal es denunciarlo, ser consciente de él, llamarlo por su nombre. Cuando Jesús se confronta con los demonios, estos le dicen: «Cállate y no nos atormentes». Denunciando esta dinámica del mal con sus palabras, Jesús la ataja, deteniendo la fascinación que puede ejercer sobre nosotros. Hay que mirar lo diabólico a la cara, y denunciarlo.

 

Lo diabólico también está en nosotros. ¿Cómo hacer para mirarlo a la cara?

Pueden ayudarnos la lectura y la meditación del Evangelio, obligándonos a preguntarnos, con poco de honradez, cuál es nuestra situación ante esta fascinación del tener, del poder y de la seducción… Nadie puede decir que esto no le afecta. Tenemos un deber de lucidez sobre nosotros mismos, así como sobre el mundo y la realidad que nos rodea.

 

¿Hay que tener miedo de ello?

Sí, pero no para asustarse, sino para estar atentos. El miedo es malo cuando nos paraliza, pero es bueno cuando nos pone en guardia.

 

¿Cómo estar atentos sin ver el mal por todas partes?

No hay que ver el mal por todas partes, sino ser lúcido. En la fe, tenemos este deber de vigilancia.

 

¿La Biblia o la vida cristiana tienen «recetas», o medios para hacernos más vigilantes?

Me parece que uno de los fundamentos de la espiritualidad es la lucidez, que consiste en no engañarnos ni a nosotros mismos ni a Dios. Situémonos en nuestra verdad profunda y podremos ver que el mal existe, que no somos inmunes a él y que ejerce una cierta fascinación en nosotros. Es bueno saberlo, porque sabiéndolo podemos no dejar que nos engañe su inteligencia.

 

Saberlo, pero ¿cómo? ¿La psicoterapia? ¿La oración? ¿El estudio de la Biblia? ¿Qué hacer?

Escuchando atentamente la Escritura: cuando leo la Biblia, ¿cómo me llega hoy esa palabra? ¿Qué me dice? ¿De qué me pone en guardia? Para hablar del mal, el griego emplea dos palabras: una que significa el mal, y otra el maligno. En el Padrenuestro antes se decía: «Líbranos del maligno». Cuando se estudia la Biblia, y se encuentra esta noción de maligno, esto nos cuestiona fuertemente, si somos honrados, sobre nuestros compromisos con este maligno. Esto vale también respecto a la oración y todos los elementos de la espiritualidad.

 

¿También respecto al conocimiento de sí mismo?

Yo creo que la espiritualidad genera, o debería generar, la lucidez sobre sí mismo y, por ello, un conocimiento de sí mismo.

 

¿Hay personas que tienen más capacidad de resistencia al mal que otras, que son más sensibles?

La verdadera cuestión es esta: yo, lo que soy, con mis cualidades y mis defectos, con mi historia, hoy, ¿cuál es mi relación con el mal? Es lo que me gustaría que cada uno se plantease. Sabemos bien que la humanidad es muy diferente, que la gente tiene capacidades diferentes, y quizás algunos son más seducidos, están más sometidos a ciertas adicciones que otros. Pero lo que importa es que cada uno, según lo que es de manera única, se pregunte cómo puede reaccionar frente al mal.

 

¿Podemos librarnos de él?

Así lo creo yo. Pero no podemos ser totalmente inmunes a él. La tradición cristiana habla del «combate espiritual». La fe no es siempre como un agua de rosas que se derrama sobre nosotros, a veces es un combate para asumir el Evangelio, para alejar el mal y su seducción de nuestra realidad, de nuestro deseo. Y es un combate que cada uno de nosotros debe librar, nunca estamos totalmente libres de ello, pero es un combate en el que se pueden hacer progresos. Se puede combatir el mal, estamos llamados a hacerlo toda la vida porque nunca llega verdaderamente a su fin.

 

 

Declaraciones recogidas por Sophie de Villeneuve en el programa Mille questions à la foi, en Radio Notre-Dame.

 

Imagern: Gustave Doré, El ángel caído, 1886, grabado para El Paraíso Perdido, de John Milton.