Tribunas

¿Sólo “cosas interesantes”?

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

La frase, ciertamente, no parece muy afortunada; y menos en boca de un arzobispo que está haciendo referencia a la misión de la Iglesia en este mundo.

“Hay una mutación en la sociedad y la Iglesia debe encontrar su espacio. Yo creo que la Iglesia puede seguir proponiendo cosas interesantes también en este contexto social”.

A propósito de lo que la Iglesia puede “seguir proponiendo”, afirmó después:

 "seguir estando cerca de todos los que sufren, sin cansarnos nunca de tender nuestra mano amiga y nuestra ayuda incondicional a todo el que lo necesite, especialmente a los más pobres y débiles".

En otras declaraciones de otros eclesiásticos se hace referencia explícita a la ayuda de la Iglesia para lograr una sociedad mejor, una humanidad más humana; y por activa y por pasiva se habla de la cooperación de la Iglesia a un “pacto de educación global”, a un “comité superior para la fraternidad humana”, “para salvar la casa común”, “para mejorar la economía y erradicar la pobreza”, y a otros proyectos y llevarlos a cabo en compañía de la ONU y de todos los representantes de otras religiones, que se apunten.

En estos momentos de crisis en la manifestación de Fe en Cristo, Nuestro Señor, Dios y hombre verdadero, que muchas veces es llamado Jesús, y apenas Jesucristo, como queriendo subrayar sencillamente su humanidad; en estos momentos de verdadera falta de Esperanza encerrada en un individualismo egoísta, ¿es suficiente hablar de migrantes, de fraternidad, de “la casa común”, y apenas referirnos al Pecado, a la necesidad de arrepentirnos y de pedir perdón por el mal que hacemos, y mostrar así el sentido de nuestra vida, con la perspectiva final del Cielo; y no nombrar apenas el infierno que es la afirmación de la plena capacidad y libertad del hombre de rechazar a Dios?

“La conciencia del pecado es y será siempre la conditio sine qua non del Cristianismo: si uno pudiera verse exento de ella ya no podría convertirse en cristiano. Esta es la prueba de que el (Cristianismo) es la más elevada de las religiones, el hecho de que ninguna otra haya expresado con igual profundidad y elevación el significado que para el hombre tiene el saberse sujeto al pecado. Sí, precisamente esa conciencia falta en el paganismo” (Kierkegaard. Diario íntimo).

La humanidad, ni existe ni tiene conciencia: es una palabra abstracta que apenas conecta con la realidad. Existen los hombres y las mujeres con Conciencia del Bien y del Mal; existe cada hombre y cada mujer con su conciencia –don y ley de Dios- para vivir en plena libertad el Bien y el Mal; existe una familia y otra familia fruto de esa conciencia de los padres que anhelan dar vida humana y sobrenatural a sus hijos, ayudándoles a ser hijos suyos e hijos de Dios en Cristo Jesús, y enseñándoles a pedir perdón por sus pecados a un Dios que les ama y que ha enviado a su Hijo para que dé su vida por ellos.

La Esperanza de construir una sociedad, una humanidad, en la que todos nos podamos entender, y que, de verdad, cada uno sea buen samaritano para todos los demás, no se va a conseguir dialogando sin saber de qué, y olvidándonos de que somos criaturas de Dios que es Padre. Y descubrir, y tener confianza, con Dios Padre solo la podemos alcanzar contemplando a Dios Hijo clavado en la Cruz para redimirnos de nuestros Pecados.

Por un así llamado “consenso”, y dialogando de lo que a cada uno se nos ocurre, también en religión, no vamos a ninguna parte. Solo Cristo da la vida para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”.

Esto es lo que nos ha trasmitido la Iglesia desde su fundación por Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, y a lo largo de toda su historia con la palabra de sus doctores, con la vida de sus santos y con la sangre de sus mártires. Así ha convertido gentes de todas las religiones nacidas desde el hombre, y les ha invitado a formar parte, con toda libertad, del Cuerpo de Cristo, y a amarse en, y desde, la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.

Y esta es la “cosa interesante”: la Palabra de Cristo, la Luz de Dios. La Iglesia, y en ella todos los que creyentes, está llamada a transmitir en este mundo envuelto en la oscuridad del egoísmo, del pecado de hombres y mujeres que se han dicho a sí mismo “yo soy mi dios”. Sólo asentada en esta “Luz”, la Iglesia podrá “seguir proponiendo cosas interesantes”: los tesoros del amor y del perdón, que Dios quiere regalar a todos los hombres de buena voluntad.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com