El blog de Josep Miró

 

Un problema central de la política española para los católicos

 

 

14 octubre, 2020 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

 

 

 

Claro y concreto: para ganar unas elecciones se necesita una mayoría, relativa o absoluta, pero mayoría.

Pero la mayoría de este país no es sensible, y una parte además es muy opuesta a lo que podríamos calificar mi agenda cristiana. Por tanto, no se puede pedir a los partidos que asuman de una manera importante tal agenda. Se necesitaría previamente una revolución cultural, una disrupción del pensamiento hegemónico actual, y la transformación sustancial de sus marcos de referencia para que integraran los conceptos cristianos. Esta es una reflexión lineal y lógica.

Pero, atención, porque por otra parte la política puede favorecer o impedir la construcción, la transformación de los actuales marcos de referencia, porque de eso se trata, en definitiva. Por consiguiente, el objetivo político inmediato es precisamente la ejecución de esta tarea.

Por su importancia cuantitativa y cualitativa es del todo evidente que el papel de las instituciones eclesiales puede ser muy importante. Pero, para que en la práctica lo sea, se necesita el propósito.

Pero el sujeto actuante en el mundo secular y, en particular, el mundo de la vida político-pública, es el laico dotado de una organización que lo acoja, porque sólo desde la acción colectiva se podrán transformar los marcos de referencia, y más allá de ellos, las estructuras de pecado.

Se trata de actuar con objetivos tales como la recuperación de la referencia de Dios en la vida pública, en sus actividades para poner fin de esta manera al estado ateo, en el que ha mutado el estado laico; y recuperar la cultura cristiana como legado y fundamento necesario para todos. Hay que restituir el sentido de la vida y su dignidad, y esto significa dar la batalla a favor de los cuidados paliativos y contra la eutanasia, defender los derechos del ser humano engendrado y no nacido, la dignidad y el respeto de la vida de las personas mayores, y de los discapacitados y dependientes. Significa situar en el debate político qué quiere decir una vida realizada en el bien y cuál es el fin de dicha vida porque él mismo guiará en uno u otro sentido la forma como ésta discurrirá. Se debe impulsar la educación moral y religiosa de los hijos a cargo de los padres y la no intromisión del Estado bajo ningún concepto. El derecho a intervenir en el debate público político desde las posiciones propias del cristianismo y en su propio lenguaje, sin que los seculares posean ningún derecho para quedarse esta aportación ni pretender ningún supremacismo.

Es, asimismo, necesario actuar para alcanzar en la sociedad la plenitud de sentido del significado del ser hombre y ser mujer en su común condición humana, y expulsar la idea de que este hecho es discriminatorio para alguien o significa una prevalencia machista. Al mismo tiempo debe levantarse la exigencia moral hacia los hombres del respeto integral a las mujeres que es propio de 2000 años de educación cristiana. Éste fue precisamente uno de los más duros y largos esfuerzos que ha realizado el cristianismo sobre las culturas preexistentes y, en el caso de Europa, la griega y la romana. La instrumentalización del machismo que hace la perspectiva de género no debe llevar a un tipo de reacción contraria que evite la condena moral de las pasiones sexuales de los hombres en relación a las mujeres, que forma parte de un problema histórico que sólo el cristianismo ha abordado con constancia y energía, sin al mismo tiempo crear un enfrentamiento entre los seres humanos que es el denominador común de todo hombre y de toda mujer. Hay que trabajar para recuperar y reconstruir el sentido de la comunidad, desde la familia a los otros grupos sociales, lo que exige recobrar el sentido de la tradición y las virtudes sin las que la comunidad es imposible.

Hay que plantear el gran debate sobre la razón objetiva porque sin ella el cristianismo nunca tendrá cabida, razón objetiva que en último término significa que existe una realidad más grande que nosotros como individuos y que nos realizamos precisamente en la medida que la tenemos.

Debemos traducir en hechos el mandato de la fraternidad humana surgida de ser todos hijos de Dios, empezando por los más próximos, pero sin por ello rechazar a los más lejanos.

Hay que trabajar para conseguir que las concreciones constitucionales, desde el trabajo a la vivienda, pasando por la colaboración del Estado con la Iglesia católica y tantas otras cosas que figuran en la Constitución, se traduzcan en políticas públicas bien definidas

Es imperativo regenerar la vida política bajo los criterios de representatividad efectiva de los ciudadanos y no la actual situación, eficiencia de los acciones de Gobierno y su fiscalización a cargo de autoridades independientes, y primacía de la amistad civil la concordia y la colaboración en la forma de entender la política

Es evidente que todo esto no agota, y no es la pretensión, el proyecto cristiano de facilitar la extensión del Reino de Dios y la destrucción de las estructuras de pecado. Son, eso sí, concreciones dirigidas a este fin las que ejemplifican la tarea que no estamos realizando y es necesario emprender. Esto y la construcción de un sujeto colectivo laical, en la forma organizativa que mejor responda a las necesidades.