Opinión

27/10/2020

 

Nuestra peculiar y genial Primera Comunión

 

 

María Solano Altaba


 

 

 

 

 

La iglesia estaba tan vacía que había eco. A pesar de que en Madrid solo se permite un tercio del aforo en las celebraciones, sobraban la mayoría de los 88 asientos disponibles en esa peculiar celebración de la Primera Comunión de nuestro hijo, peculiar porque en las fotos que conservaremos en el álbum familiar no aparece rodeado de decenas de compañeros de clase.

Peculiar porque en la mayoría de las fotos durante la celebración, él lleva mascarilla y Padre Manuel también. Peculiar porque a la salida de Misa, todos los allí reunidos nos dispersamos: tíos, abuelos, primos (solo los que viven en Madrid capital, claro… los de fuera del municipio, aunque estuvieran en el colindante, no tenían permiso para rebasar las ficticias fronteras de cada ayuntamiento, so pena de multa), solo pudieron acompañarnos en la iglesia, porque nosotros somos familia numerosa y ya colmamos el cupo de seis previsto para cualquier forma de reunión.

Peculiar también porque los días precedentes estuvieron marcados por la incertidumbre. Primero llegó un “niño confinado”, que significa que confinaron su clase por un positivo y, aunque no hay prácticamente contagios en las aulas, a uno le queda la duda. Pero esa prueba pasó. Peculiar porque solo tres días antes de la comunión llegó a casa una hermana con fiebre. Con ese sexto sentido que da la maternidad, las muchas enfermedades ya capeadas y esos conocimientos rudimentarios en pediatría que acabamos adquiriendo, sabíamos que aquello no era Covid, a pesar del fiebrón, el dolor de garganta y de cabeza. Pero cualquiera se fía en los tiempos que corren. Y claro, ahora ya no hacen test como antes porque “el protocolo” dice que…

Tuve que tirar de persuasión con el amable médico del centro de salud: “verá, es que no es tan fácil que nos confinemos todos a la espera de saber si la niña es positivo o no porque tenemos la Comunión de su hermano en solo tres días. Y claro, si es positivo, tenemos que volver a cancelar la celebración. Y ya nos la cancelaron en mayo y, de nuevo en septiembre”. Y yo no hacía más que pensar en mi hijo, sediento como estaba de comulgar por fin, y en cómo iba a encajar el pobre la “tercera No Comunión”. Le debimos dar pena al médico, porque nos citó para una PCR rápida que, como había preconizado el ojo clínico de madre que tengo, dio negativo. “Aunque, que sea negativo no garantiza que no sea positivo”, me dicen. Pero ya ni oigo, porque tengo mi negativo debajo del brazo y, si nada se tuerce, en los dos días lectivos que faltan, tendremos comunión. Y nada se torció, entre otras cosas porque tuvimos a un equipo de “rezadores” de esos estupendos.

Y llegó el día, el gran día. Y descubrimos que celebrar la Comunión en tiempos de Covid, aunque hayamos echado mucho en falta a la familia extendida, con la que solo pudimos compartir una videollamada, no está tan mal. Porque nuestro hijo se sentó de verdad a la mesa con Jesús, participó en la Eucaristía con una intensidad y una cercanía que nunca podremos agradecer suficiente a Padre Manuel, comprendió que la verdadera fiesta la estaba viviendo frente al altar, y que la otra, la del Candy Bar, la comilona, la tarta decorada, es divertida pero accesoria.

Y me doy cuenta de que este día se va a quedar marcado en su corazón con una intensidad inusitada, porque no hubo agobios por los preparativos, porque nadie se estresó porque la comida estuviera en su punto o los invitados llegaran a tiempo, porque centramos toda la atención en lo importante. Así que gracias a Dios, en primer lugar, y a todos los que lo han hecho posible, en la parroquia de Nuestra Señora del Camino, en Madrid, en especial a Padre Manuel, porque la Primera Comunión fue tan peculiar como genial.

 

María Solano Altaba
Decana de la Facultad de Humanidades y CC. de la Comunicación. Universidad CEU San Pablo