Colaboraciones

 

“Católicos” (¿!). El desafío

 

“Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”

 

 

13 noviembre, 2020 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

 

 

Se llaman a sí mismos católicos, pero no son más que imitaciones. Como decía el adolescente ya beato Carlo Acutis, muerto en fama de santidad y a quien Dios nos tiene en el cielo: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias”. Resulta que el que parece que ahora será investido presidente de Estados Unidos se dice católico, pero defiende el aborto a mansalva. ¿Es eso de recibo?

El Padre Pierluigi Maccali, el misionero que ha estado secuestrado más de dos años largos por yihadistas liberado hace poco, en una entrevista privada con el Papa, le confió: “Las lágrimas fueron mi pan muchos días”. El Papa le agradeció su testimonio de fe durante todo ese tiempo. Estando secuestrado, varias comunidades misioneras han malvivido sin atención de ningún misionero. “Nosotros te apoyamos a ti, pero tú apoyaste a la Iglesia”, le premió el Papa. Es un ejemplo incuestionable de lo que nos viene, pues la guerra espiritual que preconiza Peter Kreeft en su libro “Cómo ganar la guerra cultural” y la armada de la que nos advierten los hechos, están en marcha desde hace varios siglos. No hace falta más que abrir los ojos. La presión arrecia, y el sufrimiento se extiende… Es el desafío.

¿Quién está al frente de tal, semejante descalabro? Satanás, el padre de la mentira. Con todas sus fuerzas espirituales y su inteligencia superior, como ángel poderoso que es y secundado por el seductor Lucifer que testimonian los “iluminados” que han pactado con él, libran su ataque definitivo a vida o muerte. Y los inconscientes orgullosos humanos les siguen, asiéndose como en un naufragio al poder con que les seducen. ¡Pobres humanos! ¡Cuando adviertan la mentira en la que están cayendo! Será tarde, ya no habrá vuelta atrás. Jesús volverá con toda Su gloria de Hijo de Dios, y los derrotará a todos. “Entonces será el llanto y el rechinar de dientes” (Lc 13,28).

Y podemos preguntarnos: Mientras tanto, ¿qué hacen los católicos que intentan sinceramente seguir al Dios de la Biblia, encarnado en su Hijo Jesucristo? ¡Esos miran a otra parte! Unos, por incredulidad; otros, por miedo; cada vez menos, por comodones. ¡Comodones! ¿No es, acaso, más cómodo quedarse hundido atiborrado de las palomitas y el entrecot en el sofá, mientras fuera, al otro lado de la televisión, de los medios, los hay que son hermanos suyos que mueren de inanición y testimonio? Si exclaman un “¡Ay, pobre gente!”, ya es mucho.

La pasividad es nuestro mal esencial. Nos hemos dejado anestesiar. Nos han drogado de bienestar con eso que llaman wellness, y seguimos siguiendo al mindfulness, que son unos sucedáneos de la felicidad que atontan aún más que el propio bienestar. Es un bienestar consumista que la vida  tarde o temprano tenía que hacer caer por su propio peso. Hemos sido nosotros mismos los que nos hemos traído -con todo el aparato destrozamundos capitalista neoliberal lanzado desde la recámara-, una pandemia que nos advierte de otras pandemias peores, como la pandemia del boom de la extrema pobreza que está por estallar y la del aborto y la eutanasia que nos harán saltar por los aires.

La cuestión que se nos hace insistente y hasta pelma con su repiqueteo una y otra vez y acallamos con nuestra pasividad desde hace tantos años, es bien simple. ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿Seguiremos igual? Es Dios, el Eterno, el Todopoderoso, que sigue advirtiéndonos, mandándonos santos de nuestra propia carne y nuestro propio tiempo, capitaneados por la Virgen santísima, Madre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro. Todos nos hablan de lo mismo. De un Dios Amor que está siendo traicionado por su propia creatura, y que está obligándole a ponerlo en su sitio. ¿No es estar fuera de sí mismo el panorama desolador que estamos esparciendo, desparramando y malbaratando lo mucho que teníamos por agradecer? Dios es nuestro Padre que quiere nuestro bien humano y nuestra salud espiritual, y eso comporta la justicia del amor a ser fieles a la esencia por nuestra parte. Sembrando la semilla del mal, la cosecha será nuestra propia perdición. Y el Mal caerá –con todo su peso- sobre todo aquel que esté en el sembrado de la maldad.

Este es el panorama. ¿Y tú, católico que te llamas por lo que no eres? El campo en que estás sembrando es el del Enemigo. A partir de ahora y así las cosas, ¿qué harás? Ve pensándolo, porque el tiempo se acaba. Jesucristo volverá pronto, y vendrá a salvar lo suyo, que son los suyos, que serán los que no tengan las manos manchadas con la sangre inocente que abona la mala semilla. Tú, ¿en qué campo estarás?