Tribunas

Einstein y los Reyes Magos

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Con demasiada frecuencia convertimos estos días en torno a la Epifanía del Señor en una sencilla fiesta vinculada a los regalos, juguetes, etc., que los Reyes Magos, en su generosidad, obsequian a los niños que se han portado bien a lo largo del año, a la vez que se celebran buenas y santas reuniones de familia,

Releyendo la “Introducción al cristianismo”, del entonces profesor Joseph Ratzinger, me encontré con un texto sobre la visión de Dios de Einstein, que me ha llevado a escribir estas líneas.

El texto es el siguiente: “Einstein dijo una vez que en las leyes de la naturaleza “se manifiesta una inteligencia tan superior que frente a ella lo más significativo del pensar y del ordenar humanos es un destello completamente fútil”. A Einstein no le faltaba razón; pero ahora viene la pregunta.

¿De quién es esa “inteligencia”? ¿Es algo más que simple “inteligencia”; una “idea” suelta en una nube? ¿una explicación sencillamente matemática –obra humana- que otros consideran el “dios de los filósofos?

Einstein, sigue Ratzinger, “rechaza el concepto personal de Dios por “antropomórfico”” y lo relaciona con la “religión del temor” y con la “religión moralista”, a las que opone la “religiosidad cósmica”; a su juicio es la única apropiada. Ésta se realiza, según él, en el “asombro extasiado ante la armonía de las leyes de la naturaleza”, en una “fe profunda en la razón de la estructura del mundo” y en el “anhelo por comprender aunque sólo sea un pequeño reflejo de la razón que se revela en este mundo”.

Ante el orden y la armonía del universo, Einstein no alcanza, o no quiso alcanzar, la realidad de un Ser que piensa el universo, y lo crea con esas leyes maravillosas.

Ese “asombro extasiado” de la “religiosidad cósmica” apenas pasa de ser una simple experiencia personal y subjetiva, que solo origina una idea abstracta: la “religiosidad cósmica”, con un “dios” –la “razón”, la “armonía”, o como se le quiera llamar- sin rostro, que es a lo más que llega un “diosecillo” inventado por el hombre.

Y ahora vienen los Reyes Magos. Sabios del oriente que contemplan el firmamento.

Los Reyes Magos van mucho más allá; van al fondo de la cuestión. Ante los movimientos de la estrella descubren algo más que la armonía de las leyes de la naturaleza y del movimiento de los astros; descubren un lenguaje del Creador, y se ponen en mancha para descubrirlo. ¿Es su actuación un auténtico reto a la situación de algún científico, matemático, etc., que hoy encierra su inteligencia y su asombro ante la naturaleza, ante la creación, en un ateísmo infantil? Y digo infantil porque dudo mucho de que pueda darse un ateísmo maduro en una mente seria. Se da, si acaso, en una voluntad que diga a su mente: no saldré de mí mismo; no creeré.   Y no me refiero a la “fe humana” que le sirve a Einstein sencillamente para asombrarse, asombro que está al alcance de cualquier ser humano y ante cualquier cosa.

Los Reyes Magos son más serios. El firmamento les ha dado una señal. ¿Quién ha hablado? ¿Qué quiere decirles?  Y como seguramente algo sabrían de la escena de Moisés con Yahvé en el Sinaí, y de las palabras que Dios le dijo a Moisés: “Yo soy el que soy”, se pusieron en marcha.

Los tres de acuerdo siguieron los movimientos de la estrella, siguieron los guiños de Dios, un reflejo de las leyes de la naturaleza, y acabaron adorando al Dios, al Hijo de Dios que había creado el mundo y sus leyes, sonriéndoles en un pesebre en brazos de su Madre.

Me queda la pregunta. ¿No podría haber dado Einstein el salto de la lógica del hombre, y no quedarse en un asombro fútil provocado por una “fe humana”; y pasar al guiño de Dios y seguirlo, que eso es la Fe, y regalarle el oro, el incienso y la mirra de su ciencia matemática; y adorarle? Del asombro habría saltado al gozo eterno, a la Sabiduría de los Reyes Magos. Habían encontrado a un Niño, Dios hecho hombre, con Quien podían hablar de tú a Tú.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com