Tribunas

Miguel de Santiago, sacerdote y poeta

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Si no mal recuerdo fue Ernst Jünger quien, en una de sus últimas entrevistas, dijo que el futuro era de los poetas y de los teólogos. Tengo que confesar que me atrae más el segundo grupo que el primero, aunque en modo alguno desdeño al de los virtuosos de la palabra y del sentido.

Ha aparecido hace poco un estudio sobre “La poesía de Miguel de Santiago”, firmado por Carmen Casado Linarejos. Un volumen, ejemplo de estudio sobre la obra poética, en este caso de los siete poemarios de quien es hoy, con certera probabilidad, el poeta religioso vivo más importante en la lengua de Cervantes.

Miguel de Santiago, sobre todo, es sacerdote, y de Tierra de Campos. Claro está, palentino, sobrio, austero, amigo de sus amigos, de una generación recia que vivió al margen de las experiencias y experimentos en determinadas geografías. Palencia, su Iglesia, conjugada y conjurada por coyunturas y políticas eclesiales. Por cierto que un capítulo no desdeñable de la vida de Miguel de Santiago es su relación con don Marcelo, sí, el cardenal de Toledo por excelencia.

Ser sacerdote en Tierra de Campos no es lo mismo que ser sacerdote en la costa o en la montaña. ¿O sí? Bueno, y no solo es sacerdote, es también un periodista de larga trayectoria, que de la vida eclesial sabe, y mucho. Su colaboración sobre los perfiles históricos del informador religioso en España, publicada hace ya tiempo en un libro colectivo que coordinó Juan Cantavella, es lo mejor, y no sé si decir que lo único, que sobre esa materia se ha publicado.

Pero volvamos a la poesía de Miguel de Santiago. Al margen de los análisis técnicos de Carmen Casado, que no me compete glosar, lo que he deducido de esta lectura es la primacía de la palabra, del sentido y de la vida, acompasados como forma de oración en la obra de nuestro autor. Creo que esa es la clave de este análisis de su poesía. Para Miguel, la poesía es materia prima de la oración y oración misma, sujeto y objeto de su relación más íntima, la relación con Dios, la relación con Cristo.

Es cierto que su obra está más enraizada en la teodicea que en la cristología, en la alabanza que en el encuentro, en la perspectiva que en el sacramento, en la naturaleza que en la cultura de moda, de tendencia. Aunque su técnica es equiparable a la de cualquier epígono de lo contemporáneo.

La vida sigue, y continúa, y espero que, sin tardar mucho, nos regale un nuevo poemario que ayude al lector a adentrarse en el sentido de la existencia relacional.

Al final del citado libro de estudio de la obra poética de Miguel de Santiago, escribe éste un apéndice a modo de último movimiento sinfónico. Y concluye con una afirmación sobre lo que ha sido su poesía. Una definición, al fin y al cabo: “El camino del alma hacia el Amor”.

Como diría Thomas Mann en “La muerte en Venecia”, “la palabra solo puede celebrar la belleza, no reproducirla”. Me quedo con sus palabras, con la belleza. Me es difícil reproducirlas.

 

 

 

 

Carmen Casado Linarejos,
La poesía de Miguel de Santiago,
Agapea, 2020.

 

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja