Tribunas

La Cruz y la Iglesia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

En estos días de la Semana Santa la Iglesia, que somos todos los creyentes en la familia de Dios Uno y Trino, vive contemplando la Cruz “en la que Cristo quiso morir, por nos redimir”.

Esa Cruz, que unos quieren arrancar de la faz de la tierra, porque anhelan olvidar que el Bien y el Mal existen, que el Pecado existe, que el Cielo existe, que el Infierno existe.

Esa Cruz, que otro quieren olvidar y no hablar de ella nunca, porque no quieren oír, ni hablar, del pecado; porque predican, o hablan, de un “dios” que disculpa al hombre de todos los males que hace, que no le pide que se arrepienta de sus pecados y pida perdón de ellos para recibir la absolución de su culpa. O sea, un “dios” que no ama.

El cardenal Sarah recuerda en una reciente entrevista:

 “La Iglesia existe para dar a los hombres a Dios y para dar a Dios a los hombres. Este es precisamente el papel de la liturgia: adorar a Dios y comunicar la gracia divina a las almas.”

“Estoy muy impresionado, se habla mucho de la Iglesia, de su necesaria reforma. Pero, ¿estamos hablando de Dios? ¿Estamos hablando de la obra de redención que Cristo realizó principalmente a través del misterio pascual, de su bendita Pasión, de su Resurrección de entre los muertos y su gloriosa Ascensión, misterio pascual por el cual “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida” “¡En lugar de hablar de nosotros mismos, volvamos a Dios”!

La Iglesia ha llegado a todos los rincones del mundo anunciando la Cruz en la que Cristo quiso morir; ha seguido los pasos de san Pablo que anuncia a los atenienses ese “dios desconocido” a quien quieren adorar sin conocerlo; ese “dios” es Cristo, Dios y hombre verdadero, crucificado, muerto y resucitado.

Este año no podremos la besar la Cruz en los Oficios del Viernes Santo. La veneraremos, y viviremos ante la Cruz un tiempo de adoración a Cristo muerto y resucitado, a Quien todos hemos crucificado, y a Quien todos anhelamos pedir perdón por nuestros pecados: solo así gozaremos de su Resurrección, porque habremos vivido su alegría de perdonarnos, y de acogernos como verdaderos hijos de Dios Padre y hermanos de Cristo, Dios Hijo. Porque sólo así, El triunfará en nosotros; y viviremos con Él, eternamente su Pascua, en la Eucaristía del Jueves Santo, en la Eucaristía eterna de cada día. Porque es Dios, que Ama.

La Cruz y la Iglesia; la Iglesia y la Cruz. La Cruz además de manifestarnos el Amor con que Jesús murió por nosotros; además recordarnos sus palabras: “Cuando sea elevado a lo alto, todo lo atraeré hacia Mí”: nos enseña que la Iglesia no es una realidad simplemente humana que se ocupa de arreglar los desmanes que los hombres hacemos en las sociedades que vivimos, y en las civilizaciones y culturas que construimos.

La Iglesia está para anunciar a lo largo de los siglos la misteriosa presencia de Cristo en la tierra: de Cristo, Hijo de Dios vivo, Muerto y Resucitado.

Cristo crucificado y muerto en la Cruz trae a nuestra memoria, a nuestro corazón la realidad del Pecado, la realidad de la Redención, la realidad del Perdón que el hombre recibe cuando se arrepiente del mal hecho. Y con la realidad de la Resurrección, Jesucristo nos recuerda que Él es el fundador de la Iglesia, y por eso, La Iglesia es una, sin rupturas, sin cambios de rumbo, porque su Fundador, Jesucristo “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 23. 8).

La Iglesia estará, como siempre, no para asimilar “los espíritus de los siglos”, todos marcados de alguna manera con el pecado; sino para anunciar a Cristo Crucificado y Resucitado, que es el Esperado de todas las naciones, de todas las civilizaciones, de todas las culturas; que es el único Salvador del hombre. Que es Dios y hombre verdadero.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com