Colaboraciones

 

Tú o yo, entre los desalojados de la vida

 

Si te decidieras a experimentarlo, comprobarías que esa pobre gente te necesita, sí, pero más la necesitas tú a ella

 

 

21 mayo, 2021 | Jordi-Maria d’Arquer


Imagen de truthseeker08 en Pixabay

 

 

 

 

 

¿Por qué nos separamos de las personas necesitadas como si fueran hojas secas que recubren el pavimento que sin querer –ciertamente- pisamos blandito?, ¿sin la mayoría de nosotros saber ni imaginar que ahí se consume un alma aplastada por el ajetreo de la vida tal como la vivimos en este preciso momento, tú y yo? Como no los  necesitamos, no los vemos, o miramos a otra parte… con mayor o menor conocimiento de causa. Sencillamente, como quien no quiere la cosa, los ignoramos, y seguimos nuestro camino. ¡Pero están ahí, y ahí permanecen! Confieso que también yo, hermano, soy pecador. Un hermano ruin, te lo reconozco. Me cuesta agacharme hasta el barro para recoger “de ahí”, viviendo como vivo entre mis galas, lo que desde mi óptica acomodada está carcomido. ¡Y el carcomido soy yo! ¡Poco o mucho, caduco en la abundancia! ¿Me perdonas, amigo? ¿Vamos a dar un paseo? ¡Sentiremos que el tiempo se para, sí, pero daremos eternas volteretas!

La cosa tiene su miga. Porque, desde siempre, la noria gira, por más que hoy gire más aprisa. Y como hoy gira más aprisa, los comúnmente desalojados, lanzados al aire putrefacto de las oscuridades de la ignominia por un girar crecientemente descontrolado, son hoy seres ocultados por el anonimato que salen disparados de entre las acomodadas zonas de confort que antes compartíamos juntos. Por ese devenir de las cosas, muy posiblemente mañana seamos tú y yo, hermano…

¿Has caído ya, o lo temes? ¿No sería mejor hacer ya las paces contigo mismo, y acercarte por esas zonas tenebrosas en que el futuro se presenta entre tinieblas con un espesor que lacera al más descreído presente? ¡Tú sabes que ahí están parte de los tuyos, y ni te inmutas! ¿No sería mejor que te acercaras a ellos sin tus ínfulas de grandeza? Más aún, ¿has probado a experimentar algo nuevo para tus sibilinas monstruosidades cotidianas en que amagas con erigirte poderoso, si el entorno te soltara? Si te decidieras a experimentarlo, comprobarías que esa pobre gente te necesita, sí, pero más la necesitas tú a ella. Porque si te acercas por esos derroteros, sabrás qué es de verdad la bondad y la solidaridad y la resiliencia.

“¡Adelante, mis valientes!”, gritan los generales en las pelis de indios. Pero, ¿qué es “ir adelante”? Sabrás que en esos descampados cada día nace nuevo, y nuevas las personas que en ellos viven desamparadas… y las que a curiosear se les acercan, si lo hacen sinceramente. Allí todo crece entre abrojos, pero crece, a diferencia de la defunción permanente que se siente entre los candiles de oro pastado con excentricidades que se consumen en los salones de alto copete. Aquellos otros de los bajos fondos son lo que no agotan, gritando a tiempo y a destiempo –permanentemente- los ahogos que entrecortan su vida oculta al mundanal ruido tras las cortinas de seda y encajes de brillantes. Al otro lado de la cortina, en efecto, donde la pendiente asusta al más descreído, la vida es entendida -aunque parezca mentira- como apertura y como colaboración desinteresadas.

Sí, hermano. Las campanillas han sonado y seguirán sonando. ¡El rey está desnudo! Han caducado las maneras de postín, los protocolos, y en esa nueva dimensión, cada uno recibe más de lo que da… o lo que le enseñan a cada momento los olvidados del mundo “civilizado”. A nuestro mundo pretendidamente civilizado del Occidente todopoderoso le cae la careta y encuentra entre ellos, en un abrir y cerrar de ojos, más de lo que le falta, y descubre que los que eran últimos se erigen primeros demostrando, en cada abrir de ojos, que la civilización es algo distinto a lo que nos vende la tele de domingo a domingo y que ahí toda imaginación se queda corta, porque el necesitado eres tú. Esa será tu nueva experiencia. Ven a comprobarlo. (Si te atreves).