Corán

 

¿Cuáles son las diferencias entre la Biblia y el Corán?

 

¿Tiene el Corán la misma función para el musulmán que la Biblia para el cristiano? Respuesta del padre Henri de la Hougue, profesor del Instituto de Teología y Ciencias de las Religiones (Instituto Católico de París), miembro del Grupo de Investigación islamo-cristiano.

 

 

23 mayo 2021, 21:08 | La Croix


 

 

 

 

 

Hay ciertas cuestiones técnicas, cuestiones que, aunque podrían parecer propias de especialistas, son fundamentales para profundizar en las relaciones entre cristianos y musulmanes. La cuestión de la relación con las Escrituras es una de ellas. De hecho, muy a menudo, durante los encuentros entre musulmanes y cristianos, ambas partes se remiten a la Palabra de Dios y a veces llegan a consultar lo que la Biblia y el Corán tienen que decir sobre tal o cual tema o tal o cual personaje. Los sociólogos se refieren al judaísmo, el cristianismo y el islam como "religiones del libro". Sin embargo, cristianos y musulmanes no tienen la misma relación con las Escrituras y esta diferencia es fuente de muchos malentendidos entre ambas comunidades. Esto es lo que trataremos de entender en este artículo. En primer lugar, expondremos el hecho de que la Biblia es la Palabra de Dios para los cristianos. Luego, nos esforzaremos en explicar por qué el Corán es la Palabra de Dios para los musulmanes. A continuación, trataremos de ver los riesgos que supone para las relaciones entre musulmanes y cristianos poner al mismo nivel el estatus de la Biblia y el del Corán. Y, por último, trataremos de responder a una pregunta que se plantea a menudo: la del estatus que los cristianos deben dar al Corán.

 

La Biblia es la Palabra de Dios, sí, pero ¿de qué manera? 

¿En qué sentido la Biblia es la Palabra de Dios para el cristiano? La pregunta puede parecer ingenua, pero está lejos de ser obvia. Hace ya varias décadas que las interpretaciones excesivamente literalistas (1) de la Biblia, destinadas a entenderla como un conjunto de palabras dictadas por Dios y de aplicación inmediata, fueron descartadas de la enseñanza oficial de la Iglesia. Hace unos cincuenta años, el Concilio Vaticano II, al declarar que no sólo Dios es el autor de la Biblia, sino que ésta tuvo también autores humanos que actuaron como autores "en el pleno uso de sus facultades y medios" (2), abrió la puerta a una reflexión tremendamente innovadora. Si cada escritor inspirado ha escrito condicionado su propia concepción, ¿cómo puede decirse que su escrito es Palabra de Dios? Además, si reconocemos que la Biblia contiene distintos géneros literarios (relatos, mitos, epopeyas, escritos sapienciales, poemas, textos proféticos...) y que sólo podemos interpretar los textos teniendo en cuenta el género literario de cada libro y el contexto en el que escribió cada autor, podemos llegar a preguntarnos en qué sentido la Biblia tiene un valor universal y en qué sentido puede ser la Palabra de Dios para nosotros hoy, en el siglo XXI.

A veces sería más sencillo –y algunas lecturas fundamentalistas (3) lo hacen– pensar que la Biblia es la Palabra de Dios porque se trata de un conjunto de verdades dictadas directamente por Dios, siempre eficaces y aplicables. No es así ¡por suerte! Porque entonces la Biblia estaría completamente desfasada, desconectada de la realidad del mundo actual. De hecho, la Biblia es la Palabra de Dios porque es fruto de la experiencia de Dios, que se ha revelado a través de la historia. En otras palabras, es mucho más que una palabra de Dios, es una acción de Dios, una presencia de Dios, manifestada a través de acontecimientos que han iluminado la historia de ciertos hombres, así como la del pueblo de Israel, una historia que han relatado y utilizado cada vez que han querido recordar lo que Dios había hecho por ellos. Estos textos, constantemente reinterpretados por la comunidad de fe, manifiestan la presencia de Dios en la liturgia. Al meditar estos textos y aplicar las normas que de ellos se desprendían (la Ley), hacían presente, por así decirlo, al Dios de la alianza. En el Nuevo Testamento, los apóstoles, que reconocieron en Jesús al que hacía presente a Dios en sus vidas, pudieron decir de él que era el Verbo de Dios hecho carne, la Palabra encarnada.

Precisamente por ello, cuando los cristianos leemos la Biblia, no estamos leyendo un conjunto de verdades dictadas de forma inmutable e impersonal por Dios, sino que la lectura nos permite descubrir a Cristo, presente en nuestra vida y en nuestra experiencia personal; Cristo que nos habla y que, por tanto, da sentido a nuestra vida.

 

Mahoma, transmisor de una palabra externa

En el Corán –al menos en la lectura clásica sunní– es diferente. Cuando Mahoma recibió el Corán, se le ordenó que lo recitase, aunque este no supiera leer ni escribir. Era  transmisor de una Palabra que le era totalmente ajena. Durante los veintitrés años de la Revelación (610-632), las aleyas, versículos coránicos, eran directamente revelados por Dios al Profeta a través del ángel Gabriel, que se los inspiraba. Mahoma llamaba entonces a uno de sus escribas y se las dictaba, y luego se las hacía leer para corregir los errores.

Un día alguien se acercó al Profeta para pedirle una prueba de que él era realmente el mensajero de Dios. La prueba, respondió, era el Corán. En efecto, el Corán, la Palabra de Dios, es inimitable y perfecto; y esta es la prueba de que no pudo ser escrito, muchos menos inventado, por un profeta analfabeto. Cuando los teólogos musulmanes se plantearon el estatus del Corán, la cuestión fue la siguiente: ¿El Corán es increado o es creado? En otras palabras, ¿es divino (del lado del creador) o humano (del lado de la criatura)? La diferencia radical de estatus entre Dios y el hombre, central en el Islam, obligó a tomar una posición muy clara: si el Corán está del lado de Dios, esto significa que es una Palabra perfecta e intocable, en cuya redacción no pudo intervenir ningún hombre. Si está del lado del hombre, significa que es una palabra cuya importancia se vuelve relativa, y que no puede ser la Palabra de Dios.

Aparte de una pequeñísima minoría, la mayoría de los teólogos musulmanes se han adherido a la primera solución: el Corán es la mismísima Palabra de Dios. Se trata, pues, de una palabra perfecta, revelada a Mahoma en árabe, cuya perfección es la garantía misma de su divinidad. Así, quien desee ponerse en presencia de Dios podrá hacerlo recitando el Corán de la misma manera que lo recibió Mahoma. Esta Palabra perfecta e increada será para él la propia presencia divina que saldrá a su encuentro.

 

El Corán es el equivalente de Cristo para los cristianos

De hecho, si se quisiera hacer una comparación de estatus, se podría decir que para la mayoría de los musulmanes el Corán tiene el papel que Cristo tiene para los cristianos. Los cristianos no se denominan como una "religión del libro". Para ellos, lo esencial no es la letra de la Biblia, sino el encuentro con Cristo que tienen en ella. De hecho, cuando los cristianos quieren hacer más significativa la experiencia de la lectura de las Escrituras, lo hacen a través de los sacramentos, que se convierten para ellos en el medio para entrar en comunión real con Jesús. Este encuentro sacramental depende a su vez de ciertos gestos y palabras (agua, pan, vino, la palabra del sacerdote, etc.). Cuando el musulmán quiere encontrarse con Dios, recita el Corán, en árabe, de la misma manera que lo recibió el profeta Muhammad. La perfección del Corán increado es la garantía de un encuentro real con el Creador, cuya palabra "se abaja" a quien reza de la misma manera que "bajó" a Mahoma. El "descenso" es, además, la palabra técnica utilizada en la teología musulmana para describir la Revelación. Por eso, aunque la mayoría de los musulmanes no leen árabe (4), todos recitan las oraciones rituales en árabe.

Esta diferencia de estatus entre la Biblia y el Corán ha provocado numerosos malentendidos entre musulmanes y cristianos. Algunos cristianos, por ejemplo, no entienden por qué los musulmanes están tan apegados a la letra del Corán. Muchos ven en la recitación del Corán en árabe un arcaísmo que equivaldría al uso del latín en la liturgia y se preguntan por qué los musulmanes son tan reacios a cambiar. A veces se preguntan por el significado de todas esas abluciones que se hacen antes de la oración, por qué algunos musulmanes en sus camas de hospital o en la cárcel no se consideran "aptos" para leer el Corán, o por qué a algunos musulmanes no les gusta ver a los cristianos intentando recitar el Corán.

En realidad, no perciben que el musulmán que lee el Corán es, a fin de cuentas, un musulmán que se encuentra con su creador y que, por ello, expresa un infinito respeto.

Por otra parte, muchos musulmanes tienen la impresión de que las diferencias entre los cuatro evangelistas son "errores" y, por tanto, una prueba de que los evangelios no proceden de Dios (porque Dios, según ellos, no puede contradecirse ni cometer errores). Consideran que muchos cristianos leen la Biblia de forma demasiado alegórica (5) y no la respetan como Palabra de Dios. Tampoco entienden el lugar de Cristo, que para ellos es sólo un profeta y los cristianos lo convierten en una deidad. No entienden la relación viva que el cristiano puede tener con Cristo cuando lee las Escrituras. Cristo es visto por muchos como un "intruso" entre Dios y su Palabra.

 

No debemos apresurarnos a aplicar nuestro paradigma

A través de esta reflexión, se comprende la necesidad de que un cristiano deseoso de profundizar en sus vínculos con los musulmanes reflexione sobre la forma en que la Biblia es para él la Palabra de Dios y no aplique demasiado rápido su propia concepción al creyente musulmán.

A veces, algunos cristianos se preguntan qué estatus pueden dar al Corán: ¿es el Corán una Palabra revelada? La pregunta, aunque surge de una curiosidad legítima, no está muy bien planteada, porque se queda en la perspectiva de que el Corán es una Revelación "en sí misma", es decir, independiente de quienes la reciben. También se corre el riesgo de caer en nociones muy extrínsecas y cuantitativas de la Revelación (6), como si la Biblia fuera un conjunto de verdades en las que hay que creer, parte de las cuales estarían también ocultas en el Corán... Desde el punto de vista cristiano, la Revelación es la Palabra de Dios dispuesta y ordenada en un relato. Desde el punto de vista cristiano, la Revelación es la Palabra de Dios en una historia. Nuestra historia no es la del pueblo musulmán, sino la del pueblo de Israel y de los que siguieron a Cristo. Por ello, la teología cristiana reserva el término técnico de inspiración para los escritos que sirven de referencia a los cristianos: los textos canónicos. Sin embargo, esto no significa, desde el punto de vista cristiano, que los musulmanes no tengan encuentros reales con Dios y que el Corán no sea un libro que permita a una quinta parte de la humanidad tener una experiencia real de Dios. El Concilio Vaticano II, además, subraya su estima por los musulmanes, creyentes que "adoran con nosotros al único Dios" (7).

 

 

 

 


Notas:

1. Los versículos se emplean "literalmente".

2. Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Revelación Dei Verbum, §11.

3. Lecturas excesivamente literales que los lectores fundamentalistas utilizan para apoyar, o reivindicar, su propio punto de vista, sin aceptar realmente que la Escritura pueda contravenir lo que ellos piensan.

4. Los árabes representan sólo el 16% de los musulmanes del mundo.

5. Por ejemplo, los musulmanes a veces critican a los cristianos por no creer en la historia de Adán y Eva como relato histórico: es decir, que realmente hubo un primer hombre llamado Adán y una primera mujer llamada Eva. (Para los cristianos, se trata de un mito cuyo propósito es ahondar en la experiencia del pecado, no un hecho histórico).

6. Como si la Biblia se tratara de una colección de verdades, hechos sobre Dios que "cayeron del cielo" y que son completamente ajenos a la historia humana: cosas que el hombre debe saber sobre Dios para salvarse. Sin embargo, no es así: la Biblia es más bien testimonio de la experiencia de un Dios que se va revelando a lo largo de la historia. La Biblia no nos proporciona un conocimiento al uso, sino que nos conduce a una relación viva con el Dios vivo.

7. Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium, §16.