Tribunas

 

El fin del mundo

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

‘Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje’, oímos de boca del Señor. Ahora estamos experimentando esto entre nosotros: no vivimos en guerra, no debemos temer al hambre, no habitamos una zona propensa a terremotos, y sin embargo el miedo se está extendiendo por todas partes. El miedo a perder el trabajo, la seguridad, el miedo a los contemporáneos sin escrúpulos que toman decisiones cuyas consecuencias deben sufrir personas inocentes”. (p. 49). Son palabras de una de las personas más influyentes en el Vaticano, secretario del Papa emérito y Prefecto de la Casa Pontificia del Papa Francisco, Mons. Gänswein.

Estos planteamientos enunciados por una de las personas que mejor visión de la Iglesia y del mundo pueden tener, junto a dos Papas, recibiendo a todas horas las noticias que llegan desde todos los rincones de la tierra, hacen pensar. Podemos tener la impresión de que son temores de un momento, pero en la medida en que leemos al Papa, a las personas más entendidas y enteradas, no nos queda más remedio que ser conscientes de lo que está ocurriendo.

“Que a medida que se aproxime la noche nuestro tiempo quedará marcado por sucesos y condiciones espantosos, y que la gente tendrá más y más miedo, ya lo dice el Señor muy claramente, no hay discusión al respecto” (p. 49). ¿Son simplemente palabras dirigidas a la posible conversión de muchos que andan despistados? Puede ser. Pero también es verdad que hay problemas preocupantes. No hay capacidad de compromiso, lo que lleva consigo, por ejemplo, que haya tan pocas ordenaciones sacerdotales, que se rompan los matrimonios como empresas fallidas y, por lo tanto, sin hijos. ¿Si no hay sacerdotes y no hay reemplazo generacional, cuál es el futuro?

“De hecho, hemos de tomar este miedo a muchas cosas que nos rodean como una señal de que el Señor vendrá pronto. Cuando llegue el momento, sucederá en circunstancias terribles. Todos los que lo niegan, los que no quieren conocerlo, morirán de miedo porque se darán cuenta: ¡Ayuda, Jesús realmente existe! pero nosotros lo conocemos, sabemos que es nuestro Salvador, que nos redimió con su muerte en la Cruz. Sabemos que no nos abandonará en el día del juicio porque él mismo respondió por nuestros fracasos y nuestros pecados. Sí, debemos esperar alegremente este último día, porque en él viene nuestro Redentor. Y con él viene la redención final, la consumación, la entrada en la Jerusalén celestial” (p. 50).

Hay señales elocuentes en la corrupción de las costumbres, y además parece que se acercan esos desastres naturales presagiados. La pandemia parece un signo, y hace pensar en tantos otros males. Y raro es el día que no tenemos noticia de que algunos bárbaros han destruido una iglesia. Y se aprueban leyes que atentan tan directamente contra la naturaleza de las personas.

Indicios tenemos de sobra para temer lo peor, pero la verdad es que hay brotes notorios de esperanza. Hay focos de luz en tantas personas buenas, hay familias numerosas en muchos ámbitos sanos de la sociedad, y pensamos: dentro de unos años todos estos personajes, esos políticos, que destruyen más que ayudan, pasarán a la historia, además sin descendencia, mientras que los que seguimos a Jesucristo podemos poblar el mundo. Solo es cosa de una generación. Y luego veremos las luces, las chispas de alegría en cada esquina, porque si el Señor quiere y no ha llegado el fin del mundo, medios tenemos abundantes en la Iglesia.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

 

 

 

 

 

 

 

Georg Gänswein,
Cómo la Iglesia católica puede restaurar la cultura.
Rialp, 2020.