Tribunas

De liturgias, casullas y otras cuestiones

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Espero que, algún día no muy lejano, me encuentre con el flamante obispo español dedicado a las cuestiones litúrgicas, el pucelano monseñor Aurelio García Macías, y podamos conversar sobre la que se ha armado a propósito del Motu Proprio “Traditionis Custodes”.

Porque sinceramente algo se me está escapando sobre el motivo y motivos y la causa o causas de este texto y sus más que previsibles consecuencias. Se me escapa. Entiendo que una decisión de esta naturaleza tienen muchas derivadas. Y eso quizá es lo que ha provocado que se elabore y publique esta reforma.

Para un lector de “El espíritu de la liturgia” de R. Guardini; de “El espíritu de la liturgia: Una introducción”, de J. Ratzinger; de Martimort, de Josef-Andreas Jungmann, de las obras de Klaus Gamber…, esta polémica se me ha hecho cuesta arriba.

Y no solo por el argumento utilitario de que las comunidades de fieles que asisten a la forma extraordinaria sean no muy numerosos. La pregunta es si esta reforma forma parte de una pedagogía, entiendo, no solo sobre la liturgia por eso de la Lex orandi, lex credendi, -por no decir, lex credendi, lex orandi-, más amplia. Una pedagogía teológica y eclesiológica que quiere producir efectos positivos en la comprensión eclesial. De momento, lo que parece es que no se ha recibido como tal. Quizá sea cuestión de tiempo.

Ahora que estamos en el mundo de la diversidad como categoría central de la historia, ¿por qué no fomentar, dentro de la tradición, que es historia, la diversidad de los ritos? Que hablen los chicos del rito hispánico.

No sé si este pontificado, como complemento del anterior, ha bajado el pistón de la tensión sobre la liturgia. En la práctica lo que percibo, y esto es una evidencia en el día a día de la vida de un cristiano, es, por un lado, una ausencia de reflexión pública sobre el sentido de la liturgia y, por otra, una relajación respecto a las normas.

Un dato. Se está extendiendo, y no solo en Madrid, la costumbre de celebrar la eucaristía sin casulla, solo con la estola, sobre todo a diario. Por la observación participante, también en otras ciudades de España. Y me ha ocurrido en más ocasiones en templos que atienden comunidades de religiosos que en diocesanos.

Alguien dirá que lo de la casulla es una chorrada. Vale, cuestión de detalles, de formas celebrativas, de sentido, de procesos de secularización también del rito.

Y no digamos nada los textos inventados, las morcillas, las originalidades que hacen que la liturgia sea, o dé la impresión de ser, más del celebrante y la comunidad que de La Católica.

Recordemos, por ejemplo, aquello de que “siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios…. También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía. El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia” (Juan Pablo II, Ecclesia de eucharistia, 52).

O lo que decía Benedicto XVI: “Al subrayar la importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas litúrgicas… Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa. En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 40).

Y, por último, “es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero que profundice cada vez más en la conciencia de su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 23).

 

 

José Francisco Serrano Oceja