Tribunas

Maternidad heroica

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

 

 

Juan Pablo II dejó escrito a los sacerdotes el día de Jueves Santo de 1986:

“Hoy más que nunca tenemos necesidad de su testimonio (el del Cura de Ars) y de su intercesión, para afrontar las situaciones de nuestro tiempo en que, a pesar de algunos signos de esperanza, la evangelización está dificultada por una creciente secularización, descuidando la ascesis sobrenatural, perdiendo de vista las perspectivas del Reino de Dios, y donde a menudo, incluso en la pastoral, se dedica una atención demasiado exclusiva al aspecto social y a los objetivos temporales”.

No sé muy bien cómo, ni por qué, pero estas palabras que leí hace unos días, me vinieron a la mente al oír contar el caso de una madre soltera que ha querido salvar a su hijo de una muerte segura.

Esta vez es el testimonio de una maternidad vivida con amor a Dios, y en el camino de transmitir amor de Dios, de Fe en la Moral y de esperanza del Reino de Dios.

Esta mujer joven, soltera, acababa de encontrar trabajo, un trabajo seguro que le podría dar una cierta estabilidad en su vivir. Bautizada, no muy practicante, apenas se acordaba de Jesús y de su santísima Madre en algunos momentos difíciles de su vida.

Pocas semanas después de empezar a trabajar, se descubre embarazada. El padre de la criatura la anima, le insiste en que tiene que abortar: aseguraría su trabajo y no se crearía más problemas.

En medio de las dudas renace en su espíritu una cierta amistad con la Virgen del Carmen, y a Ella le pide ayuda. Un reconocimiento médico lleva a descubrir un cáncer maligno y bastante agresivo. Las presiones para abortar llegan ahora insistentes y desde diferentes frentes.

Bien consciente de que es una criatura, un hijo suyo, su primer hijo, quien respira en su vientre, la mujer se hace fuerte: rechaza el aborto, y la amistad con la Virgen del Carmen, que su madre le enseñó desde sus primeros pasos sobre la tierra, echa raíces en su espíritu.

Se hace urgente comenzar el tratamiento del cáncer si quiere salvar su vida. El hijo puede sufrir daños irreparables, así se lo dice algún médico, y puede quedar tarado para toda su vida, si llega a nacer.

Ella insiste en no matarlo y seguir dándole vida. A la Virgen le pide ayuda para arrepentirse de sus pecados, y del abandono de su vida cristiana; y a la vez, le pide que cuide de la criatura.

Comienza el tratamiento. Las esperanzas de curación son mínimas, pero ella piensa sobre todo en su hijo. Se adelanta el parto. La criatura nace completamente sana; el tratamiento no le ha afectado en absoluto.

La madre se conmueve al tener al niño en sus brazos. Da gracias a la Virgen del Carmen, y ruega al capellán del hospital que lo bautice. Ella continúa el tratamiento día a día, cada vez más decaída y débil. Nadie le quita la alegría de ver sonreír a su hijo.

El padre del recién nacido desaparece, y manifiesta claramente que no quiere saber nada ni de la madre ni del niño.

Ella se ve morir; el cáncer la consume hora a hora. La Virgen la acompaña, y ella se llena de paz cuando su madre, que está a su lado desde hace pocos días, le dice que se hará cargo de la criatura.

Después de recibir la Unción de los enfermos y el Viático, muere en paz con el hijo en los brazos, acompañada de sus cinco hermanos, que recibirán a su hijo como el más pequeño de la casa.

La madre le cierra los ojos, y le da un beso en la frente. Recuerda el momento en el que la dio a luz. Y agradece a Dios el testimonio de amor a la maternidad, y de esperanza del Reino de Dios, que su hija acaba de dar.

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com