A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LA LÁMPARA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 02.05.2015


La Palabra:

                En el Evangelio de Lucas, Jesús dijo:"Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad. Por tanto, si todo tu ser disfruta de la luz, sin que ninguna parte quede en la oscuridad, estarás completamente iluminado, como cuando una lámpara te alumbra con su luz." Lucas 11:33-36

Reflexión:

                Hoy más que nunca necesitamos claridad para proseguir el camino. Por desgracia, navegamos en la confusión, y más bien sin entusiasmo. Andamos sumidos en la oscuridad, hambrientos de luz, nos falta reencontrar nuestra propia lámpara, y no escondernos tras de sí. Y es que el cauce de la verdadera luz (la de la fe) nos ilumina en cualquier esquina. Debemos estar predispuestos a recibirla, a dejarnos transformar por ella para encauzar el presente y abrirnos al futuro. La luz del Resucitado nos trasciende más allá de nuestras debilidades y aislamientos. Por consiguiente, sería bueno hacernos el siguiente propósito…

Si Jesús ha podido vencer a la muerte,
y hacer resplandecer plenamente la vida.
También nosotros, por su amor, venceremos;
a poco que nos dejemos, con sus ojos, orientar.

                No ocultemos la luz a nadie; esa luz que ha sido revelada para crecer y recrearnos, para vivir y desvivirse, para ser el amor que nos atrae hacia la Cruz, con lo que ello significa de reencuentro y eternidad. La respuesta se halla en las palabras de Jesús a Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna". O sea vida verdadera y en abundancia. El Crucificado, que realiza la itinerario de las tenebrosas noches por amor, nos insta a rejuvenecer espiritualmente; lo que producirá una naciente primavera espiritual en todo ser humano. María, la Virgen, la Madre, nos muestra qué es el amor y dónde tiene su origen; su fuerza siempre nueva nos renace cada día, sólo hay que buscarla. Por tanto...

Esta acción de amor es luz para nuestros pasos.
Es lámpara que nos ilumina, mecha que nos enciende.
Luminaria que nos envuelve y embelesa, que nos trasciende.
Hasta nacer de nuevo en la poesía, renaciendo del agua y del espíritu.

                Indudablemente, tenemos que saber mirar y ver. En la persona de Jesús está la luz y también la autentica vida. Asimismo, cada uno de nosotros, formamos parte de esa aurora apasionante, de esa lumbre asentada en el alma del ser humano, que alumbra por los recónditos paisajes del mundo. Cualquiera que quiera ser brasa, como el sol para el orbe, ha de comenzar por conocer a Jesús. La referida María, que cuenta con el verbo emanado del Creador, y lo convierte en su propia dicción, hasta el punto que su abecedario germina de esa misma Palabra..En consecuencia...

La luz es el mensaje del Evangelio.
Son verdades que hemos de compartirlas.
Son enseñanza de Dios que hemos de sembrarlas.
Sembrar para gloriarse, compartir para crecerse y vivir para recrearse.

                Sin duda, somos hijos de luz, y como portadores de ella, hemos sido encargados para hacerla visible, sobre todo para mostrar el camino del Señor a los que nos quieran oír, o mejor aún, a los que nos quieran ver en nuestras propias obras. Con razón, nuestra existencia no es más que un caminar entre dos eternidades, la oscuridad y la evidencia de la llama con la que nos encendemos y avivamos.  En cualquier caso, tengamos presente siempre…

Que cuando falta la luz todo se vuelve borroso.
La nitidez en la mirada es lo que nos permite ver.
Ver que no todo es lo que dice ser; ni lo que dice ser, es.
Seamos el albor de la balada entre lo que vemos y lo que somos.

                A poco que nos adentremos en esta parábola, descubriremos que realmente, el misterio del ser humano tan solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, testigo a la vez de la humildad de nuestro Creador. Ahí está la indigencia de Cristo en la cueva de Belén y sobre la cruz; la expresión visible de la providencia más luminosa se convierte en nuestro guardián. Justamente:

Hemos de caminar hacia la luz.
Y si la luz que nace en ti es noche, huye.
Y si la luz que yace contigo no es tal, rehuye.
Abandónate sólo a la luz, ampárate en la estrella.

                Al fin y al cabo, todos tenemos la conciencia como juicio último concreto. Jesús alude a los peligros de la deformación de la conciencia cuando advierte: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!” (Mt 6, 22-23). En este sentido, Jesús dijo: “El que obra la verdad, va a la luz” (Jn 3, 21). Al igual que el sol tampoco espera a que se le ruegue para verter su resplandor, ni la luna espera a que se le implore para derramar su reflejo, imitémosles y hagamos todo el bien sin esperar recompensa alguna. El destello de lo auténtico nadie lo puede borrar. Únicamente María puede enseñarnos a descubrir la hermosura de un verdadero amor, y a ser la luz que todo lo ilumina en medio de un mundo cuajado de incertidumbres y tristezas.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
02 de mayo de 201
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