A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

PARÁBOLA DE LOS INVITADOS A LA BODA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 26.01.2016


La Palabra:

                "El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros criados ordenándoles: Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos sin hacer caso, se marcharon uno a sus campos, otro a sus negocios; los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y dieron muerte. El rey se encolerizó y, enviando a sus tropas, acabó con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Luego dijo a sus criados: las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Los criados, saliendo a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero él se calló. Entonces dijo el rey a sus servidores: Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos". (Evangelio de San Mateo 22,1-14)

La Reflexión:

                Jesús insiste en presentar el Reino de los Cielos abierto a todos los seres humanos, provenientes de todas las latitudes y entornos; pero, evidentemente, entre todos los llamados están los elegidos, o sea, los que tienen fe en que Él es el Mesías. Consecuentemente,  será bueno que reflexionemos sobre esto, ya que...

Somos una comunidad de amor.
El amor es un banquete de comunión.
La comunión es entre todos y para todos.
Pues todos estamos llamados al banquete porque sí.
Ya no será el pueblo elegido, sino la humanidad en pleno.

                Podemos decir que el desenlace de esta parábola indica que la participación definitiva en el banquete nupcial está sometida a ciertas situaciones. No basta haber entrado en la Iglesia para estar seguro de la salvación eterna: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de bodas?» (Mt 22, 12), pregunta el rey a uno de los invitados. Por tanto...

El traje de bodas es un traje de amor.
Quien no ama, no armoniza el banquete.
Quien no armoniza, no es el poema perfecto.
Quien no es poema, es más perversión que pureza.
Únicamente la pureza nos asciende a la gloria del Reino.

                Ciertamente, esta llamada al Reino es algo donado, no en vano es una invitación, un ofrecimiento de gracia, una convocatoria tan extensiva como intensa, tan gratuita como grata. A veces, quizás nos falte escuchar la llamada a esa fiesta de fraternidad universal. Así, prestemos atención...

Nos convocan a una fiesta de concordia.
A una fiesta en la que hay que saber estar.
Los proyectos de Dios, nos injertan su amor.
Ante el aprecio de Dios, el desprecio del hombre.
Pues en el banquete del Reino todos estamos invitados.

                En ocasiones hablamos mucho de fiesta, pero poco de hermanarse. Con el divertimento de lo armónico, hay unas reglas a observar: el amor de Dios sobre todo lo demás, y al prójimo como a nosotros mismos. Esta es nuestra responsabilidad.  Con frecuencia, olvidamos que nuestro Dios es un Dios que nos fraterniza, enviándonos a salir de nosotros mismos, por los caminos y veredas más externas a nosotros, los extrarradios, invitando en su nombre...

Convidémonos al amor de amar
Salgamos de nuestros interiores.
Brotemos que, al nacer, el orbe sigue.
Ofrezcamos ante Dios, nuestros desvelos.
Que Dios se hace luz, mientras nosotros vida.

                Nadie me negará que el esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor. Por esto el salmista exclama: «¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!» (Sal 4, 7). Justamente, por esto…

Pensar en alto para meditar en bajo.
Crecer por dentro en lugar de por fuera.
No digamos ¡no! cuando debemos decir ¡sí!
Llamados estamos todos, pero elegidos ya menos.
Con el Padre, el Hijo y el Espíritu, unidos y reunidos en nos.

                En efecto, en la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a fraternizarnos como Jesús nos amó, a acudir a la fiesta con ese amor siempre puro, el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35). En cualquier caso, que la Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a descubrir nuestra propia vida, que ha de ser una permanente fiesta de llamada al amor; ¡el himno más sublime de alabanza al Creador!

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
26 de enero de 201
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