A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LOS OBREROS ENVIADOS A LA VIÑA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 30.04.2016


La Palabra:

                Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. El, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. (Evangelio de San Mateo 20, 1-16).

 

La Reflexión:

                En esta parábola hay una enseñanza central abrazada a la fe: Dios llama a todos y llama en todas las horas. Por tanto está visto, y es notorio, que la paga del Reino de los cielos es idéntica para todos. Ciertamente, nuestras sociedades basan únicamente la recompensa en el mérito y capacidad, y no en la necesidad. Quizás nos convendría encontrar un equilibrio más justo, porque realmente ¿qué es el mérito?. Sin embargo, no hay por qué vivir bajo el imperio del hambre. Será bueno que reflexionemos sobre esto, ya que...

Todos somos hijos de Dios.
El mérito siempre es colectivo.
Pues Dios es un Padre para todos.
¿Y qué padre no piensa en sus hijos?
La necesidad tampoco conoce de leyes.
Pues la ley del amor es la que nos salva.

                Está visto que la generosidad del Creador es inmensa; por eso esta parábola desafía nuestras prácticas laborales. Los pensamientos y los caminos de Dios no son los nuestros. No lo olvidemos. ¿Habrá mayor injusticia que no compartir lo que se nos ha donado para disfrute de la humanidad, de toda la especie humana? Por tanto...

Hemos de estar en disposición.
Para el instante preciso y precioso.
La llamada siempre va con nosotros.
El dueño de la viña aguarda nuestro sí.
Nuestro sí va más allá del justo momento.
Pues para donarse únicamente hay que querer.

                Ciertamente, hay que perseverar en el amor hasta el fin. En la viña de nuestro Creador, el trabajo de plantar, cultivar y cosechar también continúa hasta que todo concluya. No importa el tiempo que cada uno haya trabajado, para que le corresponda ese Reino de luz y amor, que es más poesía que poder, más bondad que beneficio. Así, bajo este concepto clave, de que Dios es el Dueño y Señor de mi vida y que está sobre todo y todos...

Dios es Dios sobre todo lo demás.
El Dios que nos custodia y protege.
 Es el Dios que nos nombra y designa.
Que nos quiere, nos requiere y convida.
Sólo Dios sabe de cada yo para invitarnos.
No hay discordias en el festín, solo concordias.

                Jesús, con esta parábola de los obreros enviados a la viña, lo que se pone de manifiesto es la bondad de Dios, su paciencia y perdón. La misericordia, como amor compasivo del Creador, también nos insta a proclamarla de generación en generación. También nosotros necesitamos...

Dejarnos mirar y ver por Jesús.
Jesús nos reconcilia con el Padre.
Un Padre que es amor sin reservas.
Pues estando muertos nos injertó vida.
Una vida sustentada y sostenida por su Hijo.
Encarnación de la misericordia, símbolo del bien.

                Nuestro verdadero protector es el mejor guía del mundo. Nos armoniza y fraterniza, pues como dice San Pablo: "Por un leve trabajo el Señor nos concede un inmenso peso de gloria" (2 Cor. 4,17). La envida de aquel que piensa que merece mayor gratificación por haberse entregado más tiempo no la considera. Justamente, por esto…

Despojémonos de la ingratitud.
Arranquemos del alma toda soberbia.
Cuando todos te niegan, Dios te abraza.
Abandonada la envidia, la dicha es nuestra.
Somos lo más evidente, pero también lo más místico.
Una mística que nos transforma en viñadores de versos.

                Y es que en el fondo, ser jornaleros de Dios, es conquistar el premio eterno del cielo, aunque sea en el último minuto de nuestro caminar. Sólo hay que dejarse amar por un amor desprendido. Por eso hay que valorar la llamada del Creador y su generosa gracia. Asimismo la parábola evoca también el problema del desempleo: "¡Nadie nos ha contratado!" ¿Habrá mayor calvario que no sentirse realizado con lo que Dios nos ha donado en gratuidad para disfrute de todos, para hacer realidad el trabajo como derecho y deber?. Nuestro Amo muestra no tener en cuenta tanto el derecho como la miseria. Por suerte, todos podemos ir a la viña del Señor y la recompensa será grande. Uno por uno debemos libremente partir.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
30 de abril de 201
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