Cartas al Director

Preludio discordante para una orquesta extraviada

 

“Lo que más me inquieta es que en España todos se preguntan: ¿qué va a pasar? Casi nadie se pregunta: ¿qué vamos a hacer?”
Julián Marías, filósofo español

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 28.07.2014


Una de las obras más importantes del eminente historiador español Antonio Domínguez Ortiz fue la que nos dejó bajo el título. “España, tres milenios de historia”. En ella, refiriéndose a la II República Española, decía que: ”La República nació de forma apresurada, sin maduración suficiente, recogiendo la herencia de un régimen que había caído víctima de sus propios errores”.

Como es bien sabido, la II República Española surgió de una forma irregular. Pero España ya era diferente mucho antes de que lo dijese Manuel Fraga. El 12 de abril de 1931, hace ahora 84 años, se celebraron unas elecciones municipales que en el conjunto del país, ganaron abrumadoramente las candidaturas monárquicas. Sin embargo, los republicanos vencieron en las principales capitales de provincia. Nada más saberse el resultado, ondearon banderas republicanas por todo el país y en algunas localidades, como en Barcelona y en Éibar, aquel mismo día, se proclamó la República.

El eminente historiador, sigue diciendo textualmente: “Daba la II República sus primeros pasos en un ambiente de exaltación y júbilo… No duró mucho este ambiente jubiloso… Los sucesos de mayo en Madrid (quema de conventos, agresiones al periódico monárquico ABC) empezaron a dar a la República el «perfil agrio y triste» que lamentaba Ortega”.

Recordando los graves errores de la República, más adelante Domínguez Ortiz añade: “… fue la creencia de que el aplastante triunfo republicano era un hecho consumado, irreversible. No se daban cuenta los triunfadores de la cantidad de mesianismo y novelería que habían intervenido en los acontecimientos de abril de 1931; tanto mayor fue su desconcierto cuando las elecciones de noviembre de 1933 pusieron de manifiesto un cambio de tendencia. Otras torpezas habría que cargar en la cuenta de los vencedores, sobre todo en materia religiosa y en el tratamiento de la cuestión obrera... Y no dejó de parecer mezquina la medida de confiscar al ex rey una fortuna personal obtenida por medios legales”.

El eminente historiador español abunda en su análisis de la situación que trajo consigo la II República Española, con reflexiones como estas: “Estos síntomas inquietaban a los observadores independientes, de los que había muchos entre las filas, muy densas, de la intelectualidad. Unos se entregaron o mantuvieron desde el principio, sin reservas, bien al Partido Socialista, como Julián Besteiro o Fernando de los Ríos, o al republicanismo burgués que tenía en don Manuel Azaña su más eximio representante; otros (Unamuno, Marañón, Ortega...) pronto se situaron en posiciones críticas y se dieron cuenta de que, aunque la República les reservaba embajadas y otros honores, el poder efectivo caía en manos de hombres mediocres, de ampulosos oradores (tenores) o de extremistas (jabalíes), según la terminología de Ortega y que en sus manos inexpertas podía disiparse todo el caudal de buena voluntad que en ellos había depositado el pueblo español. ¿Cómo podía, por ejemplo, justificarse el cambio de la bandera bicolor por la tricolor que a la mayoría de los españoles no les decía nada? De pronto se encontraron con que la bandera de España se había convertido en la bandera monárquica y que ese gesto inútil daba lugar a incidentes y resentimientos que no había ninguna necesidad de haber provocado”.

Todo esto, y muchísimo más que no es posible incluir en un breve apunte como este, ocurría hace 84 años, y 84años después, la música —y a veces hasta la letra— que a diario escuchamos los españoles, nos suena extraordinariamente familiar. Diríase que lo que oímos cada día, es el preludio discordante de una orquesta extraviada en la que cada uno de los profesores hace su propia interpretación de la partitura, una interpretación cuya chirriante destemplanza alcanzó en el pasado el estruendoso clímax que rompió la armonía de la concordia, el ritmo del progreso y la alegría de la paz.

Tras las elecciones municipales del 24 de mayo, las medidas de regeneración democrática que todos prometían, se han diluido como un azucarillo en la taza del café y en su lugar hemos tenido noticias de como se han limitado a sustituir ilegalmente el retrato del Jefe del Estado por el de un anarquista en el Ayuntamiento de Cádiz, la retirada del busto del Rey Juan Carlos y el del Actual Jefe del Estado Felipe VI en el consistorio de Barcelona, cambiar el nombre del pabellón Príncipe Felipe en Zaragoza, la intención de cambiar algunos de los nombres de las calles en Madrid, volver a mostrar su permanente anticlericalismo rompiendo con enraizadas tradiciones religiosas como la asistencia a las fiestas de la Merced en Barcelona o las de la Paloma en Madrid. En suma, todo ello, pasos iniciales encaminados a romper el pacto constitucional que nos dimos los españoles en 1978 y a volver a dividirnos en bandos enfrentados, de momento, con una virulencia verbal, que no hace presagiar nada bueno.

Sinceramente, creo que entre nacionalistas separatistas, extrema izquierda radical, e izquierda constitucionalista que no tiene el menor embarazo en pactar con quienes quieren hacer pedazos España con tal de alcanzar el poder, sea cual sea al precio que tenga que pagar —incluso el de pisotear la memoria de sus propias víctimas del terrorismo— estamos metidos en un carajal mucho más grave de lo que nos pensamos.

Espero que Otto von Bismarck, el fundador del Estado alemán moderno, llevase razón cuando dijo: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido."

Los políticos hace tiempo que aprendieron a pervertir el idioma y ahora llaman populismo a lo que no es otra cosa que el primitivo comunismo puro y duro. Esa régimen cruel enemigo de la libertad que ha sido el causante del genocidio más grande que ha conocido la humanidad. 100 millones de seres humanos. Ejemplos actuales del paraíso comunista que en estos momentos propugna la extrema izquierda en España, los tenemos en Cuba, China, Venezuela, Corea del Norte, Bolivia o más recientemente, Grecia. Y de seguir así, a eso es a lo que nos quieren llevar entre unos y otros.

Para entender la gravedad de la situación actual por la que atraviesa España, es necesario conocer nuestra historia, porque el país que ignora su propio pasado, está condenado a repetir sus errores.

César Valdeolmillos Alonso