Cartas al Director

Jaime Blames hoy

«¡Ay de los pueblos gobernados por un poder que ha de pensar en la conservación propia!».
Jaime Balmes

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 15.01.2016


En España las noticias, las malas noticias, se suceden a tal velocidad, que las que se produzcan hoy, eclipsan a las que se produjeran ayer, por muy señaladas que estas fuesen.

La crónica más provocadora de la que hoy habla todo el mundo, es de la que protagonizó esa representante del pueblo, que teniendo el privilegio de disponer de una guardería en el Congreso que pagamos todos, prefirió llevarse su niño al escaño y amamantarlo allí mismo a la vista de todo el hemiciclo.

No sé yo si el hacer que el bebé aguantase tranquilamente allí una sesión de cuatro horas fue porque es una madre amantísima, cosa que no dudo ni un momento, o porque ya desde sus más tiernos días vaya aprendiendo para su futuro, los extraños y oscuros vericuetos que tiene la política.

Pero esto no es más que pura anécdota exhibicionista de lo que es la diaria mascarada política.

De momento, lo verdaderamente importante de todo lo que está pasando en España, sigue siendo el deshonroso espectáculo que acaba de protagonizar el parlamento catalán, y a este respecto me han venido a la memoria las reflexiones del gran filósofo español, Jaime Balmes, una de las plumas privilegiadas del siglo XIX y al que Pío XII calificó como Príncipe de la Apologética moderna.

Balmes fue una de las inteligencias más portentosas del XIX, y su pensamiento, 168 años después de su temprano fallecimiento, deberían resonar en las mentes de aquellos que han iniciado un viaje sin retorno a ninguna parte, como si las hubiera pronunciado ayer.

Abordando el avance del pensamiento nacionalista, ya a principios del siglo 19 y estamos en el XXI, el filósofo catalán decía, que sorprendentemente, había encontrado catalanistas que pretendían clasificar dicho movimiento como pre-catalanista. Y añadía: “Nada más lejos de la realidad”, al tiempo que agregaba que El argumento utilizado era, que entre las obras del movimiento catalanista, como medios que debería emplear Cataluña para evitar su desgracia y promover su felicidad, se debía defender un prudente y sano «provincialismo».

Balmes, a través de sus obras, acabó teniendo más peso en el resto de España que en la Cataluña de su nacimiento, donde, por cierto, los catalanistas de hoy no quieren ni oír hablar de él. Sus Consideraciones políticas sobre la situación en España es un ejemplo de su capacidad de orientación política y de deseos de contribuir a encauzar la convulsa política española de la época. Fundó el semanario “El pensamiento de la Nación” desde el que trató de unificar criterios entre diferentes partidos y acabar con la disputa monárquica entre carlistas e isabelinos, equivalente a la que hoy se practica de izquierda-derecha, buenos y malos o pobres y ricos. Tan reconocido fue su pensamientos que antes de morir fue nombrado miembro de la Real Academia Española.

En su obra, “Medios que debe emplear Cataluña”, expone lo que debe realizar y evitar Cataluña: «Sin soñar en absurdos proyectos de independencia, injustos en sí mismos, irrealizables por la situación europea, insubsistentes por la propia razón e infructuosos además y dañosos por los resultados; sin ocuparse en fomentar un provincialismo ciego que se olvide de que el Principado está unido al resto de la monarquía; sin perder de vista que los catalanes son también españoles [...]; sin entregarse a vanas ilusiones de que sea posible quebrantar esa unidad nacional comenzada en el reinado de los Reyes Católicos, continuada por Carlos V y su dinastía, llevada a cabo [...] con el advenimiento al trono de la casa de Borbón, afirmada por el inmortal levantamiento de 1808 y la guerra de la Independencia [...]; sin extraviarse Cataluña por ninguno de esos peligrosos caminos [...] puede alimentar y fomentar cierto provincialismo legítimo, prudente, juicioso, conciliable con los grandes intereses de la nación y a propósito para salvarla de los peligros que la amenazan». Extraño «catalanismo», si lo hubiera, el de Balmes ¿no les parece?

 

César Valdeolmillos Alonso