Cartas al Director

El baúl de los recuerdos

 

"La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso"
Franz Liszt

 

 

 

 

César Valdeolmillos Alonso | 12.08.2017


 

 

‘Despacito’ ya es el vídeo más visto de la historia de YouTube con más de tres mil millones de visitas.

Pasito a pasito, Luis Fonsi, su autor, ha conseguido en menos de siete meses que la música latina haya vuelto a ser “la canción del verano” de forma indiscutible y arrolladora. Un acontecimiento sociológico que casi teníamos olvidado ya que hacía años que había dejado de producirse.

Si rebuscamos en el baúl de los recuerdos para encontrar el origen de las nuevas tendencias musicales en España, habremos de remontarnos al final de la década de los cincuenta del siglo pasado. Concretamente al año 1958. Lo que entonces escuchábamos en la radio eran las voces de Juanito Valderrama cantando su imperecedero “El emigrante”, el dulce balar de la “Ovejita lucera” de Pepe Mairena, o la de Sara Montiel fumando mientras esperaba al hombre que más quería. De fuera nos llegaban las voces de Renato Carosone con su “Torero”, escrito para la gira que hizo por España, y a Lucho Gatica pidiendo a su sempiterno reloj que no marcara las horas.

Eran los años en los que España comenzaba a despertar. La radio, junto a los cines de barrio de sesión doble, constituían los medios populares de distracción al alcance de la gran mayoría de los españoles. Era la época dorada de la radio de entretenimiento. La información le estaba reservada única y exclusivamente a Radio Nacional de España, con quien todas las emisoras del país, obligatoriamente, debían conectar a la hora de “El parte”, como coloquialmente se bautizó a sus “diarios hablados”.

Gracias a su programación, la SER (Sociedad Española de Radiodifusión) era la cadena de emisoras más escuchada en todo el país. Para sus programas estrella contrató a artistas y profesionales de radio de origen sudamericano. Las cantantes Monna Bel y Elder Barber, el humorista Pepe Iglesias «El Zorro», o los locutores Boby Deglané y Raúl Matas, —cada uno, en su especialidad— aportaron un aire renovador a la radio que por entonces se hacía en España.

Fue el chileno Raúl Matas, hijo y nieto de españoles, quien en 1958, con su programa “Discomanía”, abrió el camino que nos habría de mostrar una nueva visión de lo que la música popular habría de representar en el futuro. “Discomanía” daba a conocer las canciones más importantes del momento, a partir de los discos lanzados por los cantantes de la época, siempre antes de que las mismas apareciesen en el mercado.

A través de los treinta minutos diarios que duraba el programa, la juventud española conoció a los Brothers Four con “Las hojas verdes del verano”, “15 años tiene mi amor”, en las inolvidables voces del Dúo dinámico, a Paul Anka, Neil Sedaka, Elvis Presley, Los cinco latinos, Mina, Frankie Avalon y tantos otros cuyas voces y canciones siguen vivas en lo más profundo de nuestros recuerdos.

Por aquellos tiempos aún no existían las discotecas, pero la aparición de los nuevos ritmos y la necesidad lógica que los jóvenes tenían de divertirse, propició la aparición de los guateques.

Cuantas ilusiones, cuantos sueños, cuantas esperanzas de nuestra adolescencia perviven aún tras la imagen de aquellas improvisadas reuniones domingueras.

No era empresa fácil organizarlas. Había que disponer de una habitación más o menos amplia donde pudieran reunirse los domingos por la tarde, cinco o seis parejas para bailar los ritmos del momento. El encuentro se celebraba en la casa de alguno de los asistentes, pero no era empresa sencilla obtener el permiso de los padres. Además había que contar con que alguno tuviera lo que entonces se llamaba un "pick-up", un pequeño maletín en cuya base se albergaba el motor que hacía girar el plato sobre el que se colocaba el disco y la parte que se abría tenía en su interior un pequeño altavoz. Algo muy rudimentario, pero que en aquella época constituía todo un lujo. Generalmente el dueño del "pick-up", era también el poseedor de los discos. Normalmente, vinilos de cuatro canciones del mismo intérprete.

Estas reuniones solían comenzar a las seis de la tarde con música muy movida y bailes sueltos, pero poco a poco la cosa se iba suavizando hasta terminar sobre las nueve de la noche con los lentos enganchados. El momento más esperado en el que se podía intentar o consentir algún pequeño atisbo de escarceo con la chica o chico a quien le habíamos echado el ojo. Como muy tarde, a las diez había que estar en casa, y no era de extrañar que las chicas fueran recogidas por sus padres.

La vestimenta era muy comedida. Zapatos planos por supuesto —generalmente los conocidos “kiovas”— medias y falda y blusa para ellas, y ellos, pantalón largo, camisa y jersey.

Cuantas ilusiones, sueños, sentimientos y decepciones de adolescencia se escondían tras aquellas reuniones celebradas en torno a la música. Aquellos que tuvieron la fortuna de vivirlas guardarían aquellas vivencias en lo más profundo de su corazón. Por eso la música siempre discurre asociada a cada momento de nuestras vidas.

Más adelante aparecerían las salas de juventud, precursoras de las discotecas y lo que se dio en llamar la canción del verano. Los intérpretes de la llamada música pop, establecían un auténtico pugilato por alzarse con el triunfo. Algunos llegaron a especializarse en este tipo de canciones tan pegadizas como intrascendentes, pero que en la estación estival, les aseguraban gran número de contratos para actuar en las fiestas de la mayoría de los pueblos de España.

¿Quién no se acuerda de “El chiringuito” o de aquel “Mami que será lo que tiene el negro” que verano tras verano, cantaba Georgie Dann? O de “Un rayo de sol”, “Oh, July” o “Rosana” que escuchábamos a Los diablos, o “Eva María”, “Vacaciones de verano” y “La fiesta de Blas” de los Fórmula V, “María Isabel” de Los payos, Karina con su “Romeo y Julieta”, Cecilia y su “Dama, dama”, o Los Sirex y su escoba con la que tantas cosas podrían ahora barrer.

Cuántos hemos amado esas canciones. Dejaron una huella indeleble en nuestros silenciosos e ilusionados corazones. Son un pequeño mundo dentro de nosotros mismos. Un mundo que incluso cuando nos golpee, no sentimos dolor. La música es nuestra más fiel compañera en la vida. Jamás nos abandona. Es el refugio más íntimo de nuestros sentimientos y aunque no nos demos cuenta, es el arma más eficaz en nuestra permanente batalla contra la infelicidad.

No puedo imaginar la existencia sin aquellas canciones, porque sin ellas la vida sería un viaje a través del desierto.

 

César Valdeolmillos Alonso