El Obispo de Santander

 

 

 

 

 

 

MENSAJE DE NAVIDAD 2004

 

“Una luz les brilló” (Is 9,1)

 

 

 

 

Mis queridos hermanos y hermanas:

 

 

¡Feliz Navidad en la alegría y en la luz del Niño Dios! Cada año, por estas entrañables fiestas, tengo la oportunidad de dirigirme a todos vosotros con mis mejores deseos de felicidad: La Navidad es fiesta de alegría y fiesta de luz. En medio de la noche de nuestros sufrimientos, resuena la Buena Noticia del Nacimiento del Salvador, alegría de la humanidad. Él es la luz de los hombres porque nos muestra el camino del amor y nos enseña a avanzar, con esperanza, hacia la reconciliación y la paz.

 

            Cada año, en este sencillo mensaje navideño, deseo acercar esta luz de la Navidad a vuestras personas, a vuestros hogares, a nuestra sociedad. En esta ocasión mi pensamiento se dirige especialmente a nuestros jóvenes. Miro sus posibilidades y observo también sus riesgos. Siento especial afecto por ellos y quisiera que la luz que Cristo les ofrece les permita desarrollar sus mejores cualidades.

 

El Papa Juan Pablo ha citado a los jóvenes del mundo a reunirse con él, el próximo verano, en Colonia, y les ha propuesto el relato de los Reyes Magos como programa de preparación y de vida. Unido al Sucesor de Pedro, deseo a nuestros jóvenes que sean buscadores de la Verdad y del Amor auténticos.

 

Que, a ejemplo de los Magos de Oriente inicien un camino de búsqueda que les permita salir de sus cerrazones para ir al encuentro de los otros y del Otro. Que se liberen de los ídolos del consumo y de la comodidad para encontrarse con el que puede colmar sus aspiraciones más profundas de plenitud y felicidad. Que no se contenten con el mundo de las sensaciones y la superficialidad, sino que se adentren en lo verdadero, en lo noble, en lo solidario, en lo auténtico.

 

Deseo recordar a nuestros jóvenes la bella expresión de Santa Edith Stein, que pasó por la noche de la increencia y fue una intrépida buscadora de verdad: “no aceptéis como verdad lo que carezca de amor, y no aceptéis como amor lo que carece de verdad”. En Cristo, queridos jóvenes, podemos encontrar la fuente de la Verdad y del Amor auténticos. Os deseo que os encontréis con Él, os entreguéis a Él, ofreciéndole lo mejor de vosotros mismos y sigáis sus pasos con fidelidad y entrega.

 

            En este mensaje navideño, deseo también que los adultos podamos ser para los jóvenes como la estrella que guió a los Magos hasta Belén, donde encontraron al Niño en brazos de su madre. Dediquemos a la educación de los niños y de los jóvenes nuestras mejores energías como el mejor regalo que les podemos ofrecer. Esto nos exige, en primer lugar, coherencia de vida y también descubrir que para una verdadera educación se requiere ternura y firmeza, compañía y pautas. Con frecuencia sustituimos estos valores por “cosas” que entretienen pero no llenan o abdicamos de ofrecer orientaciones porque es más fácil dejar “las riendas sueltas”. Acompañemos más a nuestros jóvenes y también a nuestros niños; nuestra presencia junto a ellos es imprescindible como también nuestro amor paciente, para ofrecerles lo que es un tesoro para nosotros: nuestra fe en Jesús Camino, Verdad y Vida.

 

            En este Año Diocesano y Mariano que estamos celebrando, deseo también manifestar mi alegría por las hermosas experiencias que estamos viviendo, especialmente por la jubilosa celebración de la Eucaristía del día doce de diciembre, en la que sentimos la alegría de pertenecer a la Iglesia, acompañados por la protección de nuestra Madre la Bien Aparecida.

 

            Deseo también expresar mi sincera gratitud al Parlamento de Cantabria  por haber concedido a nuestra diócesis la medalla de reconocimiento a su labor en nuestra sociedad, especialmente en favor de los pobres y al Ayuntamiento de Santander por haber iniciado el proceso para la concesión de la medalla de oro de la Ciudad. Estas distinciones, otorgadas por unanimidad (de los miembros de estas dos notables instituciones), nos estimulan a continuar nuestra misión de fidelidad al Evangelio, con la mirada puesta siempre en el servicio a todos y con especial preferencia a los últimos y más pequeños, en los que encontramos al “Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”.

 

            Termino como empecé, deseando a todos una feliz Navidad: a todas las personas, a todos los hogares, a todos los que se sienten solos, a los enfermos y a sus familiares, a los que sienten la ausencia de sus seres queridos, a los que están lejos, a los inmigrantes que viven entre nosotros. A todos alegría y paz con un cálido abrazo de vuestro obispo.

 

 

 

 

 

 

                                                                                  + José Vilaplana

                                                                                  Obispo de Santander