Fe y Obras

Conviene llamar a las cosas por su nombre

 

 

21.07.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Existe, en el amplio mundo del debate social y, en general, en la vida misma, una serie de temas sobre los que recae la poco casual manipulación de aquellos que pretenden hacer pasar por una cosa lo que es otra bien distinta. Así se manipula mucho a la opinión pública y se la lleva de un lado a otro cual ganado fácilmente manejable.

Conviene, en determinados casos muy concretos, hablar muy claro para que nadie se lleve a engaño.

Resulta muy sencillo traer aquí la terminología que se suele utilizar para tergiversar la terrible verdad del aborto. Así, se le suele llamar “interrupción voluntaria del embarazo”. Sin embargo, es más cierto que no es interrupción ni, muchas veces, es voluntaria con total libertad por parte de la embarazada.

Por eso resulta crucial, para destapar ciertas utilizaciones del lenguaje, llamar a las cosas por su nombre.

Interrupción

En primer lugar, interrumpir un embarazo supone situarse, desde el punto de vista humano, en una posición de superioridad sobre otro ser humano distinto de la mujer que lo lleva en su seno. Así, una manifestación de libertad mal entendida es creer que se puede hacer lo que se quiera con alguna parte del cuerpo de una persona porque, en realidad, nuestra materia forma, junto al espíritu, una misma cosa y ambas son creación de Dios. No podemos, pues, disponer de aquella ni para mutilarnos a nuestro gusto, ni para suicidarnos ni, sobre todo, para abortar, para matar, una persona que, de ninguna de las maneras puede considerarse parte intrínsecamente unida a la madre puesto que vive dentro de su cuerpo que es seno, sí, pero únicamente mientras se desarrolla el ser humano.

Voluntaria

Se suele decir que el aborto responde a una voluntad expresada, de forma voluntaria, por la mujer embarazada. Decir eso es demostrar que no se tiene un total y certero conocimiento del tema porque, en realidad, existen muchos casos en los que, forzadas por la familia o por el “compañero sentimental” (como suele decirse) la mujer se ve abocada a matar al hijo que lleva dentro.

Por eso, sostener que siempre el aborto es respuesta a una voluntad expresada por la madre gestante no es más que mantener una verdad a medias porque son muchas las circunstancias que influyen en el proceder de una mujer que se encuentra en estado, por eso llamado así, de buena esperanza y tiene, por ejemplo, 16 o 17 años. Puede, según la ley, abortar sin problema alguno pero es bien cierto que estará, las más de las veces, presionada para que aborte y las menos para que siga adelante con el embarazo. Así, seguramente, es la realidad de las cosas.

Embarazo

En realidad el problema, el quid de la cuestión diríamos, radica en el hecho de que estamos ante una situación bastante común pero, a veces, peliaguda: una mujer concibe un descendiente que tiene que nacer porque eso está más que establecido por Dios a través de la naturaleza humana creada al principio de la creación y de la Él mismo creyó que era “muy buena”.

Se trata, por lo tanto, de una circunstancia que excede a la voluntad última de la madre. Al fin y al cabo la vida no es nuestra sino de Dios y, entonces, mucho menos lo será la de otro ser humano que, por mucho que sea “llevado” en un seno materno no deja de ser otro ser creado por Dios y, por lo tanto, semejanza suya.

Por eso resulta tan importante decir que no se puede llamar a un aborto, a una muerte programada, pensada y ejecutada, “interrupción voluntaria del embarazo” porque, en realidad, nada que se interrumpe y luego no puede volver a ser es interrumpido sino, simplemente, eliminado. Y, por eso, cuando se lleva a cabo un aborto no es de esperar que, un tiempo después aquel ser humano vuelva a vivir en el seno de la madre porque, en realidad, no se ha interrumpido nada sino, radicalmente, terminado, en seco, con una vida humana.

Llamemos, pues, a las cosas por su nombre y así evitaremos engañarnos o, en ciertos casos, ser engañados.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net