Fe y Obras

Alguna primavera

 

 

04.08.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando fue elegido el Arzobispo de Buenos Aires para ocupar la silla de san Pedro y escogió el nombre de Francisco, para muchas personas eso significó mucho porque ya es más que conocido y sabido a qué católico se refería y a qué santo quería hacer mención y que no es otro que al adalid de la pobreza eclesial y al comportamiento digno dentro del mundo en el que se vive.

Para algunos, a lo mejor es que eso no lo estaba haciendo la Iglesia católica en los últimos decenios. Pudiera dar la impresión de que se estaba dedicando, la Esposa de Cristo, a cosas que podo tenían que ver con la misión que Jesús le encomendó cuando, en el Pentecostés cristiano, la envió al mundo a hacer, del mismo, un legado de Dios para el futuro.

Pudiera parecer como que la Iglesia católica sólo se preocupaba de sus presuntas riquezas.

Pudiera parecer que la Esposa de Cristo iba a lo suyo y no a lo de los demás, como tiene mandado.

Pudiera parecer que la Iglesia católica no tenía más objetivo que adular la riqueza del mundo.

Pudiera parecer que la evangelización no fuera su objetivo primordial.

Pudiera parecer que, en fin, había una gran distancia entre lo que quería Jesús de su Esposa y lo que la misma hacía.

Es cierto, no obstante, que muchas cosas tienen que cambiar en la Iglesia católica y es posible que el Papa Francisco colabore lo que pueda a que eso sea así. Sin embargo, lo que debe cambiar tiene muy poco, o nada, que ver, con aquellos cambios que más de uno lleva proponiendo desde hace mucho, demasiado, tiempo. Pero, simplemente, lo apuntado supra no es cierto y es radicalmente falso (nos referimos a los “pudiera”).

Así, la Iglesia católica no debe cambiar nada en temas doctrinales que están más que claros como son, por ejemplo, el aborto, la manipulación de células madre, el divorcio, el imposible matrimonio entre personas del mismo sexto y etcétera, etcétera.

Lo que, en realidad, ha de procurar el Santo Padre es que el cambio que en la Iglesia católica se vaya produciendo es aquel que consista en que los fieles se crean, de verdad, que son católicos y no lo escondan allí donde viva por vergüenza, por el qué dirán y, en fin, por el maldito respeto humano que tanto daño hace a la Esposa de Cristo.

Pero también debe procurar que cambien muchos sectores eclesiales. Así, por ejemplo, puede hacer lo posible para que los teólogos díscolos con la doctrina de la Iglesia católica dejen de serlo o, simplemente, marchen a otro lugar espiritual. Llevan demasiado tiempo engañando a los pequeños de Dios y maltratando a la fe que dicen tener.

También, por ejemplo, el Papa Francisco puede hacer lo posible para que se reconozca el valor de lo que defiende y que no es otra cosa que la voluntad de Dios y que, como sabemos, está muy alejada (gracias al Creador) de lo que el mundo quiere y anhela. Así, seguramente, sería mejor comprendida por quien no la estima o no la tiene, para nada, en consideración.

Vemos, por lo tanto, que el Santo Padre puede iniciar una verdadera primavera en la Iglesia católica. Sin embargo, no es en el sentido que muchos creen sino en el que merece la institución que fundara el Hijo de Dios cuando entregó las llaves de la misma a un tal Cefas al que tuvo que cambiar el nombre para que fuera más piedra y menos mundano.

Y es que, en verdad, la primavera que puede venir puede ser un invierno para muchos aunque, la verdad, ellos se lo han buscado.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net